“No por esperada, la muerte es menos inesperada”, escribió Octavio Paz, a propósito de la muerte de Alfonso Reyes. La extraordinaria, asombrosa longevidad de Noé Jitrik, narrador, poeta, crítico y ensayista, su inteligencia, entusiasmo y capacidad de trabajo permanentes en los ámbitos de la academia y la literatura, la cultura y el periodismo, junto a su curiosidad, apertura y generosidad absolutas, parecían hacer creer que se lo tendría “por siempre”, “eternamente”, aunque se supiera que no (sólo por pura imposibilidad biológica, ya adentrado en el período de lo que actualmente se denomina como “cuarta edad”). Ahora, ante lo inesperado que, sin embargo, contra cualquier pronóstico, sucedió, se hace difícil, por no decir directamente imposible, ponderar y relatar en un todo “completo”, más o menos “coherente”, semejante trayectoria, un extenso camino de décadas y décadas, de pura dedicación al trabajo, alimentado y desarrollado por la riqueza de sus experiencias, estudios e imaginación, y también por los críticos avatares del país: las dictaduras, el exilio y las crisis económicas; y el sinnúmero de relaciones con maestros y amigos en su juventud, con estudiantes suyos devenidos pares, con colegas en Europa y América, como los escritores del “boom” y José Saramago (con quien compartió una gran amistad); y con especialistas de otras disciplinas, como la psicología, la arquitectura, las artes y las ciencias en general. La obra de Noé es gigante, vasta, monumental; seguramente no haga más que aquilatarse, enriquecer su valor literario, cultural y teórico con el transcurrir del tiempo.
Noé nació el 20 de enero de 1928 –e inscripto el 23 en el Registro civil–, en la localidad de Rivera, en la provincia de Buenos Aires. Con una familia proveniente de Europa, de orígenes judíos, muy humildes, se trasladó con esta en 1939 a la Capital Federal, donde el ajetreo urbano y todas sus delicias culturales le despertaron curiosidad, sensaciones e infinitos deseos. En numerosos libros de relatos “incidentalmente” autobiográficos como Mediodía, Los lentos tranvías (recientemente traducido al italiano), Atardeces y Libro perdido (que abarca un período de tiempo más amplio) se puede disfrutar de una prosa memoriosa y de asombrosa plasticidad, y conocer mucho de su vida y entorno en sus primeros lustros de vida.
Como estudiante universitario, participó de Centro junto a Darío Canton –-su amigo-hermano de toda la vida–, Jorge Lafforgue y Amanda Toubes, entre otra gente. Puede verse al respecto Revista Centro. Una antología, volumen con selección y prólogo de Miguel Vittagliano. Esta revista sería una “antecesora” de la célebre Contorno, que es un parteaguas, un antes y un después histórico para la crítica literaria de Argentina, donde también estaría Noé junto a los hermanos Viñas, León Rozitchner, Juan José Sebreli, Oscar Masotta y tantos más. Luego seguiría su propio camino, entablando nuevas relaciones y proyectos, sin dejar de abrirse a la aventura del viaje, por ejemplo conociendo Francia. Todo un rico período de juventud que incluye su trabajo como profesor en la provincia de Córdoba y su relación con Tununa Mercado (futura compañera de vida y escritora), su corta experiencia política con el frondizismo, y sus primeros libros de poesía y de crítica como Feriados, Horacio Quiroga: Una obra de experiencia y riesgo y Procedimiento y mensaje en la novela; vivencias que se encuentran en El río de las terneras atadas y Casa Rosada, otros dos volúmenes de relatos. Por esos mismos años, junto a Francisco Urondo –otro amigo-hermano–, César Fernández Moreno, Edgar Bailey y otros, darán pie a la revista Zona de la Poesía Americana, y a varios libros, incluyendo una Antología interna, que presentaba todas las piezas fusionadas en cuanto autoría, con los poemas agrupados por temas, sin firma, sólo declarada al final, en el índice. Como si “fuera el libro de un solo poeta, hasta como si fuera un poema solo”, decía la solapa sobre esa fraterna cofradía de artes y escrituras. Noé nunca dejará de leer y escribir poesía (¡y de memorizar y recitar, en diversos idiomas, hasta el presente!), y, en materia de revistas, impulsaría luego, en la década de los '90, sYc, de teoría y ensayo.
Noé leyó, incorporó y se transformó a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX, por medio de las grandes teorías de la literatura: el formalismo ruso, las cartas de Flaubert, Roland Barthes, Maurice Blanchot, el estructuralismo, el psicoanálisis, Gaston Bachelard, el marxismo, y la crítica latinoamericana. Así, no sólo difundió de manera pionera a muchos autores, corrientes y tendencias, sino que fue poniendo en pie su propio aparato o método crítico, que se amplía desde la literatura nacional en sus especificidades, recovecos y detalles, al fenómeno literario “como tal”, en sus múltiples dimensiones, extensiones y bifurcaciones, para derivar en una omnívora filosofía, si se quiere ver a así, que ya no sólo aprecia la obra y el signo literario, su contexto, sino su transformación misma en fenómeno social, parte de su “producción y circulación”, en lo que será una semiótica de la cultura, con todas sus preocupaciones e implicaciones, devenidas de un profundo humanismo.
La aventura intelectual de Noé, su largo viaje, incluyó la labor docente en varias universidades de numerosos países: México, Francia, Estados Unidos, Uruguay, Puerto Rico, Chile, Colombia, haber presenciado el Mayo del ‘68, in situ, y ver nacer y desarrollarse, crearse, muchas de las obras del “boom” literario latinoamericano. Su correspondencia con grandes autores como Roa Bastos, Cortázar y García Márquez –por sólo mencionar a unos pocos– así lo atestigua.
Profesor en la universidad durante el período camporista, ante la amenaza anónima pregolpista (probablemente de la Triple A), él y su familia se exilian y asilan en México, desde 1974, hasta poder iniciar un retorno –intermitente– luego de 1983. Tanto Noé como Tununa desplegaron una acción militante y de solidaridad con el exilio argentino y latinoamericano, a la par que trabajaron, escribieron y establecieron numerosas relaciones en los ámbitos universitarios y culturales locales, abriéndose al arte y la historia, la gastronomía y la naturaleza que se les ofrecía. Fue afrontar el exilio con voluntad, talento e iniciativas, para transformar tamaña adversidad (el destierro, el desarraigo, junto a las noticias que les llegaban de un país a merced del genocidio), pese a todo, en una experiencia de riqueza y nuevos conocimientos. Ahí está su libro sobre el período, La nopalera, y la gigantesca labor como docente que ejerció en El Colegio de México, en la UNAM y varias instituciones más, junto al trabajo periodístico. Entre sus numerosos testimonios, se pueden leer Tierra que anda. Los escritores en el exilio, de Jorge Boccanera, 1983. El año de la democracia, de Germán Ferrari, y Ráfagas de un exilio. Argentinos en México, 1974-1983, de Pablo Yankelevich.
Tan sólo algunos títulos de los libros de Noé podrían indicar ya las paradojas que veía en “la condición intelectual”, como aventura y descubrimiento, y como hipótesis y aun vacilación: Cálculo equivocado, La piedra en el zapato, El melódico perplejo, Verde es toda teoría, Las armas y las razones, Lámpara diurna (¿pretender poder iluminar en pleno día?). Desde la década de 1990 fue director del Instituto de Literatura Hispanoamericana (ILH), alentando publicaciones de libros y revistas, seminarios y congresos. Sea con el sello editorial de la UBA o incluso como “NJ Editor”, compiló volúmenes colectivos como Atípicos en la literatura latinoamericana y Revelaciones imperfectas: Estudios de literatura latinoamericana. En 1993, como parte de una iniciativa del ILH para conmemorar el Centenario del nacimiento de Julio Noé –crítico literario y secretario de redacción de la revista Nosotros–, publicó y prologó Escritos de un lector. Otra gran tarea colectiva, que abarcó casi dos décadas, fue la Historia crítica de la literatura argentina: doce volúmenes dirigidos y trabajados hasta el detalle por él, junto a directores y directoras en cada uno de esos volúmenes que, a su vez, se abrían a la participación de decenas y decenas de investigadores/as, escritores/as y estudiosos/as en general, para entrelazarse en un gran relato polifónico, crítico-narrativo, que recorre, visita y analiza fenómenos y autores: el lenguaje y el oficio de escribir, la narración como género que se impone, la condición de la crítica, Sarmiento y Macedonio Fernández, el período de la dictadura y sus numerosas secuelas.
Sería interminable seguir enumerando y comentando sus trabajos y relaciones, viajes y premiaciones, desde el libro realizado junto al artista plástico y amigo Luis Felipe “Yuyo” Noé, En el nombre de Noé, al Honoris Causa que le dio la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA recientemente; del Premio internacional de ensayo “Pedro Henríquez Ureña” al nombramiento como miembro corresponsal de la Academia Mexicana de la Lengua; de la presentación, prepandemia, en la Feria del Libro, de sus memorias lectoras publicadas por Ampersand: Fantasmas del saber (lo que queda de la lectura), al volumen publicado por la Universidad de Santiago del Estero, con una selección de sus clásicas contratapas en Página/12.
Se puede también recordar que uno de sus grandes amigos, Tomás Eloy Martínez, escribió en su clásico Lugar común la muerte el episodio del velorio de otro amigo, Manuel Puig, con Noé y Tununa como los primeros en llegar a la ceremonia fúnebre en Cuernavaca. ¿Y su amistad con Augusto Monterroso? ¿Y con Juan José Saer, quien le dedicó una de sus novelas, Nadie nada nunca? Noé también mantuvo relación durante los últimos años de Bioy Casares, mientras que con Borges tuvo más bien desencuentros, devenidos en “sentimientos complejos”. Con todo lo anterior, siendo autor de más de un centenar de títulos, y junto con haber formado a varias generaciones de críticos, docentes, escritores e investigadores de primera línea, no podría extrañar que se lo haya postulado para el Premio Nobel.
Quien aquí escribe se permite ahora unas líneas a modo personal. Fui amigo de Noé por quince años, hicimos juntos un libro de conversaciones sobre literatura, y nuestro vínculo se tramó en una infinidad de intercambios y complicidades a diario, andanzas, actividades y proyectos. En particular, tuve el privilegio de oír y leer sus opiniones sobre prácticamente todo lo que produje en materia literaria y periodística. Durante la pandemia, además de cumplir con los protocolos de protección y cuidado, siguió trabajando, siempre infatigable, escribiendo para la web sus “diarios de vida” y “tanteos en la sombra” (artículos sobre el presente y otras ocurrencias, hechos a vuelapluma), nuevos libros y publicando, participando de charlas y presentaciones por zoom, y, cuando se pudo, comenzar nuevamente “a circular”: asistimos a la presentación de La voz de Olga Orozco, de Jorge Monteleone, y abrió la lectura colectiva de una “maratón” del Facundo en el Museo Sarmiento, evento organizado por Adriana Amante y filmado por Mariano Llinás y equipo, y también participó –como buen argenmex– de los homenajes a Carlos Fuentes en el Centro Cultural Borges. Ya teníamos a punto Seres de imaginación, precioso y delicado volumen con pequeñas viñetas y perfiles de colegas y amistades, un tanto inspirado en aquel que hiciera Manuel Gálvez. En la galería de Noé están Ángel Rama, Henri Meschonnic, José Emilio Pacheco, Margo Glantz, Diamela Eltit, Julieta Campos, Gonzalo Celorio, Nöel Salomon, Michel Lafon, Edgar Tripet y más. Este último año trabajábamos en su voluminoso archivo, revisando sus artículos inéditos, y especialmente sus libros de poesía sin publicar. Hay un gigantesco tesoro, con decenas de volúmenes terminados e inéditos en múltiples registros. Entre los temas de actualidad, comentábamos el ataque contra Salman Rushdie, y el recentísimo atentado fallido contra la vicepresidenta.
Y me consta que una de las palabras que definen a este incesante caballero de las letras, como se viene leyendo en la mayoría de recuerdos y homenajes, generosidad, la tenía, y en grado sumo: Noé podía leer un libro nuevo que yo le acercara, pongamos por caso, de ensayos de alguien “consagrado” como César Aira, y luego de leerlo le enviaba un mail con sus comentarios y pareceres; pero también hacía lo mismo con Zelmar Acevedo Díaz (un caso único de escritor “best-seller under”, que ha vendido durante varios años miles de sus cuentos, autopublicados en cuadernillos, en el transporte público), y con cualquier autor o autora novel que le llevara su poemario, novela o volumen de cuentos. Y, aunque pudiera demorar dos y hasta tres años, Noé concluía su lectura, reflexionaba, redactaba y enviaba su “devolución”, con las disculpas del caso. La semana previa a su viaje, estábamos concluyendo dos poemarios: Baladas otoñales y Cálculo equivocado II; en el medio, había dado una conferencia para el Colegio de Psicoanalistas; y seguíamos trabajando en una antología de ensayos para El cuenco de plata, con la intención de la editorial de que aparezca a comienzos de 2023, para celebrarle su cumpleaños 95. Por su parte, los editores de InterZona y 17grises anunciaron también futuras publicaciones.
Las aportaciones de Noé Jitrik a la cultura son inconmensurables. Conceptos como libros insomnes, trabajo crítico, recontextualización y la literatura “como biblioteca” en la que se pretende o desea ingresar (y permanecer), y la “incesancia”: el misterio o enigma de la literatura, que nos convoca, son algunas propuestas que hizo.
Detengo aquí este recuento, pensando en todo eso que no cesa, en esa vida entera dedicada a la literatura –y en todo lo que esta nos devuelve y transporta–, con un pasaje de “Ventanas altas”, poema de Philip Larkin, en versión de Marcelo Cohen: “más que en palabras, pienso en ventanas altas: / el cristal en donde cabe el sol y, más allá, / en el hondo aire azul, que nada muestra, / y no está en ninguna parte, y es interminable”.