Cuando Roger Daltrey mira atrás, a sus cerca de 60 años en uno de los motores rugientes del rock'n'roll, y declara que "es una maravilla que hayamos sobrevivido", podría estar hablando de cualquier número de momentos cercanos a la muerte. Los Hell's Angels hicieron batallas campales en los primeros shows de The Who. El helicóptero que se vino abajo al llegar al festival Isle of Wight de 1970. La vez en que fue golpeado directamente en un ojo por un pie de micrófono enarbolado por Gary Glitter, durante los ensayos de la gira Quadrophenia en 1996. Las afortunadamente pocas semanas de 1965 que pasó en el libro de deudas de los hermanos Kray, cuando necesitó 400 libras para un auto nuevo.

De hecho, está más asombrado no por las historias legendarias de libertinaje de The Who, sino por su velocidad. "Mirás nuestra agenda de gira del 65, 66, 67, y es una locura", dice el brusco pero amistoso cantante, mirando a cámara desde una sala musical en su casa de campo en East Sussex. "Acostumbrábamos ir a todos lados a 150 kilómetros por hora, no había límites de velocidad, la iluminación era pobre. Teníamos autos muy veloces, e íbamos con el pie a fondo. No sé cómo sobrevivimos. Pero trabajamos muy duro."

Y aún así, tras seis décadas y 100 millones de discos vendidos como el cantante icónico mod, al frente de una de las más grandes y mejores bandas de rock en el mundo, sigue trabajando. Hace poco hizo un set acústico de The Who para una actividad del Teenage Cancer Trust que organiza en el Royal Albert Hall desde 2000. "No gastamos dinero en ensayos, se trataba de hacer dinero a beneficio", dice. Este año el show recaudó 1,6 millones de libras, gracias a la performance de artistas del peso de The Who, Ed Sheeran, Paul Weller, Yungblud y el amigo Liam Gallagher.

"Es un camarada", se ríe Daltrey. "Es tan divertido, tan entretenido, y tiene un corazón de oro. Veo mucho de Keith Moon en él, y quizás es lo que me atrae. Cuando la gente habla de la pelea entre él y Noel pienso '¿La gente no entiende? De eso se trata'. Yo lo llamo 'la lucha libre del rock'. Tienen que interpretar sus personajes, alguien tiene que ser abucheado y otro tiene que ser ovacionado. Genera interés."

En junio Daltrey comenzó un tour solista reprogramado de 2021, interpretando canciones de ocho discos desperdigados en el tiempo, en un rango que va del hard rock al electropop, el blues y el country. "Quería dar un festín para los oídos, no un único sonido atacándote durante dos horas." También tomó preguntas del público. ¿Y cómo anda de la audición? "¿Perdón?", manipula sus audífonos. "Terrible, terrible. Sin estas cosas todo son murmullos. Es un castigo por lo que hicimos en nuestras vidas. Tocábamos jodidamente fuerte."

Lejos de un festín ególatra, Daltrey ve la gira como una extensión de su trabajo filantrópico. Inicialmente lo organizó para darle trabajo a una banda y equipo tras dos años de pandemia. "Los músicos tuvieron dos años muy, muy duros", explica. "La mayoría de ellos trabaja por la suya, no tiene un contrato, nada. Fue brutal. Con lo que, si podemos salir y emplear a diez músicos y diez técnicos por un mes, lo voy a hacer."

La gira se titula Who Was I? ("¿Quién era yo?"); no una adivinanza existencial sino un chiste pospandémico. "En dos años empezás a preguntarte '¿Yo no solía ser un cantante?'", dice con una mueca. "Pero cambiás a través de los años, yo cambié mucho. Cuando era más joven era terrorífico, era todo un tema, pero uno crece. Soy un tipo completamente diferente al que era todos esos años atrás."

Hoy, Daltrey está "atrapado en la mente de Moon". Hace 30 años que viene intentando hacer una biopic sobre el exhuberante y destructivo baterista Keith Moon, pero solo ahora, con la ayuda del escritor Nigel Hinton, el proyecto -al menos en papel- empieza a sentirse tan salvaje y multifacético como su objetivo. "Ha sido todo un viaje", dice. "Tuve tantos guiones escritos, por guionistas eminentes, pero no lo comprendían. No conseguían retratarlo, no entendían el negocio de la música. Ha sido muy difícil, pero estoy bastante confiado de haber conseguido algo especial."

Roger Daltrey y Pete Townshend, aún en el escenario.

La autobiografía publicada por Daltrey en 2018, Thanks a Lot Mr Kibblewhite: My Story, presentó sus recuerdos del recorrido desde la expulsión de la escuela a los 15 años al pináculo del rock'n'roll a los 24. Sus peleas adolescentes con pandillas del West London. Las guitarras que construyó con desechos que fue recolectando en su trabajo en una acería. Lo cerca que estuvo de caer en una vida de ladrón de bancos. La noche durante el tour 1968 de Tommy en la que se encontró forcejeando con un agente encubierto de la policía de New York que intentaba tomar el micrófono para evacuar el lugar por un incendio cercano.

Pero Moon sobrevolaba la historia, alto y brillante. Cuando el baterista -que murió en 1978 a causa de una sobredosis de medicación para el alcoholismo- no estaba orquestando parodias de ataques nazis a sacerdotes falsos en Oxford Street, haciendo  la vertical desnudo en reuniones de la banda o casi matando a sus compañeros al volar su batería en la TV estadounidense, estaba reduciendo el presupuesto de los primeros shows de The Who con experimentos de flotación de un Cadillac o "reestructuraciones" de habitaciones de hotel con petardos y súper pegamento. En los '60, varias cadenas de hoteles expulsaron y prohibieron a The Who. Otros aprovecharon la oportunidad para poner a Moon en habitaciones que querían renovar y cargarle a la banda el costo completo de la reforma.

Las historias del lunatismo de Moon son legión. Competencias de ingesta de brandy con Oliver Reed en 1975 en el set de Tommy, de Ken Russell. Desmayos en la mitad de un show. El extravío de su serpiente mascota, Adolf, en un motel de San Diego. Gritos en una celda de detención en Canadá -donde hizo aterrizar a toda la banda al romper una mesa de mármol contra una pared de hotel en 1973- insistiendo que él había ordenado una suite. La película, si alguna vez llega a la pantalla, será ciertamente explosiva.

¿Hay alguna leyenda en particular de Moon que resuma en particular al personaje? "¿Qué parte de su personalidad te gustaría?", se ríe Daltrey. "El era muchos personajes. Todo lo que era fue magnificado mil veces. Podía ser el más hiriente, el más malvado, el más gentil, el más amable. ¡Qué banda de compañeros! Estoy seguro que era algo autista. Y a causa de su personalidad, no importaba lo mal que se pusieran las cosas, todos lo amaban."

Roger también. Desde sus años como el prototípico rebelde, figura mesiánica rockera de los '60 y '70 -forjada en el tartamudeo de "My Generation" y encapsulada en el dios del pinball de la opera rock Tommy, de 1968-, ha crecido con gracia hasta su actual rol, a los 78 años, como un benevolente padrino clásico del mod. Aunque también uno que, en años reciente, llegó a los titulares por sus poco felices expresiones sobre el movimiento #MeToo y, más notoriamente, sobre el Brexit. En 2019 abandonó furioso una entrevista de Sky News en la que le preguntaron por el efecto del Brexit en las giras. El mismo tema puede llevar a que se levante de este encuentro digital.

Pero aún así es un hombre que si se lo propusiera no podría inspirar malicia. En la mayoría de la charla, es una compañía agradable, una estrella de rock con la risa fácil y un tono sin pretensiones. "Me mezclo con la gente común", asegura. "No tengo guardaespaldas, viajo en transporte público. Esa cosa del estrellato, de la celebridad, no me gusta. La tuve unos cinco o seis años y me sentía muy incómodo. Prefiero estar en casa con gente común, me hace mucho más feliz." Su relación con los asuntos tradicionales del rock'n'roll podría llevar en Facebook la etiqueta de "Es complicado". Feliz con revolear el micrófono en círculos gigantes o aullar al máximo del rhythm'n'blues en el final de “Won’t Get Fooled Again”, nunca se deleitó en el conocido apetito por la destrucción de la banda.

"Cuando Pete rompió esa primera guitarra en realidad me rompió el corazón", sonríe Daltrey, recordando la famosa noche de 1964 en la Harrow Railway Tavern, cuando, tras romper accidentalmente el mástil de su instrumento contra el techo, el guitarrista descubrió el atronador efecto en el público de romper instrumentos. "Lo que hubiera dado por esa guitarra cuando tenía tres años menos que en ese momento... pero la gente quería venir y verlo. Nos hicimos más famosos por romper guitarras que por cualquier otra cosa. Se convirtió en un mono en nuestra espalda, uno extremadamente caro." Entre las demoliciones dentro y fuera del escenario y el exorbitante estilo de vida y consumo de drogas de su manager Kit Lambert, las grandes giras se convertirían en generadoras de pérdidas. "No ganamos ningún dinero hasta 1972", recuerda Daltrey.

Un acuerdo abierto con Heather, su esposa desde 1971, le permitió al músico continuar sus tendencias más promiscuas en la carretera. Entrando en los cincuenta descubrió que tenía tres "hijos sorpresa" cuya existencia desconocía, de las primeras giras de The Who. Pero fue clave para su supervivencia que, más allá de la dependencia a los Quaaludes que lo ayudaban a dormir en los '70 y una taza de té con ácido en Woodstock, nunca sucumbió seriamente a las tentaciones narcóticas en las que cayeron Moon y el bajista John "The Ox" Entwistle, quien murió en una habitación de hotel de Las Vegas en 2002, a causa de un infarto producido por la cocaína.

En 1965, Daltrey fue brevemente expulsado de la banda cuando tiró por el inodoro la generiosa bolsa de anfetaminas de Moon, tras un show especialmente saboteado por las drogas en Dinamarca, y ganó la subsiguiente pelea a trompadas. En la última décvada descubrió que había desarrollado alergia al cannabis, surgida de una condición pre-cancerosa en la garganta que fue tratada exitosamente con cirugía láser en 2010. "Desde entonces soy alérgico, inmediatamente mi voz se pone temblorosa. Algo muy extraño, que odio. Y odio tener que decirle a la gente que es mejor comerla. Es la adición de todas esas cosas de los últimos tiempos, porque no teníamos eso en los '70. Entonces fumaba ocasionalmente, no demasiado." 

La droga de Daltrey en estos días es el Gatorade, para combatir el efecto de sudar tanto en escena. "No me di cuenta de que tenés que poner sales de nuevo en tu cuerpo, y casi me maté por eso", dice, y recuerda un show de 2015 en París que casi lo dejó fuera de combate. "En el escenario había 45 grados. Hicimos un concierto de dos horas. Sudé tanto, baldes y baldes, y siete días después estaba en el hospital con meningitis. Se habían secado todas las sales de mi cuerpo. No estamos entrenados como atletas, no tomamos hidrolitos después." Asegura haber "frenado mucho" en años recientes, pero Daltrey no tiene planes de colgar el micrófono en lo inmediato. "Siempre dije que no es uno el que se rinde, el negocio te rinde a vos", dice. "Voy a hacerlo todo el tiempo que pueda, pero un día ya no seré capaz de hacerlo. Es tan sencillo como eso, no pido disculpas."

El celebrado disco de 2019 WHO, de todos modos, fue el primero en 13 años y solo su segundo desde 1982. Daltrey señaló recientemente que no tiene mucho sentido editar nueva música, y en 2012 The Who vendió los derechos de publicación de su catálogo por una cifra que rondó los 100 millones de dólares, para prevenir enredos judiciales póstumos. "¿Quién quiere dejar a su familia con esa clase de dolores de cabeza?", argumenta. "¡A joderse, vendamos todo! Recibimos el dinero y lo gastamos."

Entonces, ¿ya se ha escuchado lo último de The Who? Su principal punto es que tuvieron que financiar ellos mismos la grabación. "Los músicos ya no pueden ganarse la vida con la industria de grabación", dice. "Es ridículo, los están robando las compañías de streaming y las discográficas, porque los viejos acuerdos que existían en los '70, '80 y '90 todavía trabajan con los mismos porcentajes. Y por supuesto, ellos no hacen ningún trabajo. Simplemente apretan un botón y lo mandan al mundo digital donde antes tenían que manufacturar, distribuir, hacer todo eso. Te joden y se llevan todo el dinero, y los músicos no reciben nada." Se le hincha el pecho. "Creo que se han robado nuestra industria musical. Realmente tiene que preocuparnos que los músicos jóvenes no puedan ganarse la vida haciendo música. Las compañías de streaming pagan muy poco, y las discográficas se llevan el 85, 90% de eso. Necesitás un billón de streams para ganarte unos dólares. Es la realidad. Le hemos dado nuestra industria musical a un montón de compañías extranjeras, y el dinero ya no entra. Acostumbrábamos liderar en eso, pagar un montón de impuestos. Es terrible."

En 2016, Daltrey le dijo a The Times: "Para mí es triste que el rock haya llegado a un punto muerto", y hoy lo sostiene: "Parece haberse topado con una pared", dice, aunque señala que ve otra luz en la forma de Sam Fender y Yungblud. "De pronto pensás 'No, no está muerto, solo está adormecido por un tiempo hasta resurgir'. Pero necesita gente como Yungblud. El tipo de rock que hicimos nosotros de algún modo ya fue, ¿no? Pero Yungblud es un resurgimiento de ese tipo de rock".

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.