En el departamento de la calle Azcuénaga, donde José Pablo Feinmann impartía sus intensos cursos sobre pensamiento argentino, fue dónde a Ariel Garis le bajó la idea: escribir una historia de la Argentina. Una más entre mil, claro, pero bajo el sugerente y atrevido título de Borges y Perón, un solo corazón. “El libro nació como una especie de juego, un atrevimiento por experimentar con las infinitas posibilidades que proporciona el pasado de los argentinos a la hora de ser interpretado”, introduce el investigador, docente, conferencista y licenciado en Historia, al momento de refrescar el minuto cero de un trabajo que debe a aquellos cursos de Feinmann el dinámico cruce entre historia, política y literatura. “En ellos pude observar cómo la clásica, inmemorial y hasta eterna dicotomía civilización y barbarie está presente en los principales textos literarios, desde Echeverría, pasando por Sarmiento, hasta el siglo XX, con Borges y Cortázar”, sostiene Garis, cordobés, y también autor de los libros Independencia e iglesia, el clero durante el Congreso de Tucumán de 1816, y Gustavo Martínez Zuviría y la restauración católica en Argentina (1930-1943).
-En un rincón, los que acabás de nombrar, y en el otro Rosas, Hernández, Perón…
-Vistos como enemigos (supuesto enemigos) de la cultura universal que Europa se ocupaba de irradiar. Perón simboliza un país; Borges, otro. Y detrás de cada uno de ellos se esconde un programa, una aspiración, un deseo, sobre lo que la Argentina es y lo que debe ser.
--Lo que el historiador Fermín Chávez llamaba “crisis ontológica”, respecto de la identidad como Nación… y otros bajan a categoría de grieta.
--Dos cosmovisiones completamente diferentes que se repelen entre sí, claro, pero que en última instancia se necesitan, porque una requiere de la otra como fuente de inspiración para argumentar. En definitiva, en esa dialéctica, el odio es el que inspira una discusión que propone un país atado a las tradiciones hispánicas, criollas, caudillistas, populares, si se quiere resumir, enfrentado a un país en el que el concepto de Patria estaba basado en principios universales, británicos en lo económico y franceses en lo cultural. Esto último debe entenderse como la necesidad de poner a la Argentina en un lugar en el mundo. Pero más que una dialéctica, termina siendo un fuerte choque de objetivos que no llegan a una síntesis superadora. Eso hizo que nuestro país quedara acorralado en esa discusión para siempre.
-Muy fuerte eso del Borges-Perón “un solo corazón”… produce un cosquilleo medio raro su sola mención.
-Bueno, es que Borges es el antiperonista más recalcitrante, y así es percibido por muchos lectores de su obra y por sus exégetas. De todas formas, ese antiperonismo pasó a ser folklórico, y hasta simpático para los propios peronistas. Borges fue, en esencia, un provocador, y así debemos verlo, no como un politólogo o analista de la realidad. Las provocaciones que le hizo al peronismo no le dieron tanta mala prensa al movimiento de Perón, todo lo contrario, incentivaron su estudio. Hay, asimismo, un Borges fino, crítico de los tres gobiernos peronistas; ahora, esa crítica apunta siempre a la figura de Perón, no al contenido de sus mandatos. Perón es el objeto de sus críticas más mordaces, no sus políticas de Estado. Borges no entendía mucho de economía y geopolítica, lo admitía él mismo. Creo, en el fondo, que sí conocía de estos temas, pero no eran de su interés, y obviaba tratarlos para mantenerse firme en su oposición a Perón o en su gorilismo, como se prefiera decir.
-¿Dónde encontrar una coincidencia entre ellos, entonces?
-En que se rechazan sin pretender entenderse.
-En la página 199 parece que recurrís a escenas de El amor y el espanto, el film de Juan Carlos Desanzo con guión del mismo Feinmann, para profundizar en la antinomia. ¿Tomaste conceptos de ella?
-Tuve la oportunidad de preguntarle a Feinmann en su casa sobre ella, sí, y me dijo que la actuación de Miguel Ángel Solá era fantástica. En la película, podemos ver a un Borges perdido en su propia obra, en sus obsesiones, en sus artificios literarios, dependiente de su madre, temeroso del peronismo… la realidad.
-Tu libro intenta una mirada sobre la historia de esta parte del orbe desde la conquista española hasta la última dictadura cívico-militar. Y el primer héroe que aparece en este lío, para vos, es Bartolomé de las Casas. ¿Los motivos son los consabidos?
-Por supuesto. De las Casas fue defensor de los pueblos indígenas reducidos a duros trabajos a medida que se consolidaba la colonización de América por parte de España. Es eso lo que me interesa. Parto de la historia intelectual, de las formas y circuitos que las ideas y los textos tuvieron para ser receptados, asimilados. En ese proceso hay construcción de pensamiento y, por lo tanto, hechos. El texto es el que prepara al acontecimiento, quiero decir.
-Otro héroe, al que incluso brindás palabras profundamente emocionales, es el Padre Mugica. La elipsis social y cristiana con De las Casas cierra bien, más allá de contextos y épocas.
--La figura más confiable e incómoda de la década del setenta, sí. Fue crítico de la derecha y de la izquierda. Hubo en él valentía, compromiso con la verdad. Fue leal a Perón, pero más leal al pueblo argentino y a sus sentimientos, Mugica.
-¿Cuál es tu mirada sobre Rosas?
-Para Rosas el territorio era la Patria. Buscó de buenas y de malas maneras que el antiguo Virreinato del Río de la Plata pudiera restablecerse después de su desintegración. La dicotomía Borges y Perón puede trasladarse al antecedente decimonónico… Sarmiento y Rosas. Muchos ven en Perón al continuador de la política económica de Rosas, y que contó con el aval o aprobación de San Martín. El mismo Perón decía que deseaba pasar a la historia como un heredero de Rosas, quien también colocó a la mujer en un espacio de poder impensado. Así, el parangón entre doña Encarnación Ezcurra, su esposa, y Evita, es bastante sugestivo y atractivo de analizar.
-Del lado literario, ¿por qué decidiste detenerte y profundizar en los itinerarios de Roberto Arlt y Leopoldo Lugones, también?
-Porque la literatura es la intimidad de una Nación. Así como el psicoanálisis o la confesión son la intimidad de la persona humana, la literatura es la desproporción racional de la libertad del autor. Puede decir lo que quiera sin dar explicaciones. El caso Arlt es paradigmático. Educado en la calle, un bohemio por excelencia, comparable con la frase de Mark Twain, “la escuela no interfirió con su educación”. Su obra, sus artículos, su vida, no hablan de él, hablan de la noche, del submundo porteño que es también la historia, al menos los síntomas de la historia. El caso de Lugones es otro. Él creía en la hora de la espada, en los uniformados, pero su suicidio es una decepción por la espada, y por el ejército. Quizá se haya quitado la vida para no escribir más.
-Eso de que amar es comprender recuerda al José “Pepe” Rosa ¿Qué te significa su figura?
-La del historiador que sacó al revisionismo histórico de los salones hidalgos para mezclarlo en las barriadas. Del nacionalismo de caballeros a las calles. Su reivindicación de Rosas, su dedicación para repatriar sus restos y para que el 20 de noviembre se conmemore el Día de la Soberanía Nacional, muestra que su función como historiador no se limitó a escribir y dar sus famosos cursos, sino que vivía o revivía la historia en cada uno de esos proyectos.
-Suma: ¿Borges o Perón, entonces?
-(risas) Bueno, tengo el corazón partido en dos. La Argentina es Borges y Perón, no Borges o Perón. Hay dos países en uno. Perón representa a los derrocados en Caseros en 1852. Borges a los victoriosos en Pavón en 1861… el corazón hace un movimiento de sístoles y diástoles, como el bandoneón, como la Argentina, que de esa forma avanza, retrocede o hace lo que puede.