Las Ciencias Sociales, con larga trayectoria, hace relativamente poco han descubierto el valor de analizar también las subjetividades. Los afectos, los sentimientos, los matices personales en las situaciones sociales durante años no ingresaron en los estudios de la macrosociología. El llamado “giro afectivo” fue muy importante y esperanzador para no caer en esquemas cerrados y en generalizaciones reduccionistas. Estudiar a los públicos en general o bien a los votantes de un lugar específico ya no podía reducirse a mediciones basadas en situación geográfica, clase o edad. Mediaciones culturales, religiosas, de prestigio, mediáticas, memorias personales, estaban y están muy presentes. Modelan el mundo de la vida. Afectan a las personas, consolidan personalidades. Por este camino, entre otros, los estudios comenzaron a definir horizontes sociales con términos psicológicos, algunos de ellos muy interesantes como cuando los historiadores franceses, en respuesta a la historia política, o económica, se centraron en “la historia de las mentalidades”, o cuando diferentes perspectivas hacen referencia a la “economía de las emociones”, todos intentos de llevar las Ciencias Sociales al estudio de las subjetividades.
Ahora bien, como suele suceder, también se produjo un exceso tanto desde los sujetos investigadores como en relación con los objetos de estudio, unos se sometían a la idea de que no era posible una afirmación contundente, que todo es conjetural y dependía de las subjetividades en juego y, por otro lado, se cargaron las tintas en analizar todo bajo la lupa de los sentimientos o ánimos individuales. Por esta vía, y con la ayuda de las síntesis y los modos de titular mediáticos se llegó a la frase “discursos de odio”.
Yo odio, tu odias, ¿y él?
El odio es la vivencia de un agravio padecido, es una respuesta primaria, un sentimiento impulsivo que, a su vez, puede movilizar grandes emociones duraderas, desde la antipatía al rencor. Es muy difícil que un ser humano no haya experimentado en algún momento de su vida un destello de este sentimiento. Pero es sabido que existe la capacidad humana de sublimar, elaborar dicho ímpetu. El mismo Darwin en su trabajo sobre La expresión de las emociones en el hombre y en los animales sintetiza un hallazgo interesante: la asunción de que los patrones de respuesta expresiva emocional son innatos y que existen programas genéticos que determinan la forma de la respuesta de expresión emocional. Gestos y acciones innatas de ataque, gritos en los humanos, aullidos en otros seres vivientes, sólo que el humano tiene la palabra y la capacidad de reelaborar esos impulsos. ¿Pero qué sucede si se dejan estos sentimientos y expresiones al desnudo? Y más aún, también el odio, y su sedimentación cosificada que es el rencor, pueden estimularse, acicateadas por la humillación, real o provocada. Pueden “desublimarse” y adquirir las formas expresivas más violentas como cuando se libera a un felino enjaulado. Si bien los comportamientos son complejos, de modo un poco esquemático podemos decir que, cuando se sintetizan factores reales y estímulos de alta eficacia muy estudiados que acicatean a unas personas contra otras, como cualquier animal cebado, salen los humanos a proferir discursos que incitan al aniquilamiento del otro, y muchas veces van al desarrollo de la acción directa. Es difícil, eso sí, que el humano se dirija a la acción directa si no está cebado. Los regímenes y proyectos fascistas tienen gran experiencia histórica en elaborar y concretar estímulos especiales para que masas de población desarrollen acción directa de exterminio del otro. Los regímenes y grupos fascistas se han especializado en la discriminación, en el diseño del “chivo emisario” (o la chiva). Pero no sólo eso, también de su muerte. Los proyectos y discursos aniquilantes expresan y a la vez promueven la regresión de la especie. El humano no queda igual antes y después de experimentar el comportamiento aniquilante, violento, como sucede luego de que se ingresa a un grupo mafioso. ¿A quiénes les interesa la regresión de la especie? A los mismos que no tienen problemas en que cientos de migrantes mueran en el Mediterráneo, a los que saquearon recursos de Siria, a los que -con la complicidad de organismos internacionales- se refieren a los humanos del planeta como población “redundante” , es decir, población que estaría de más y entonces mejor que se muera. Como en círculos concéntricos, iguales a los que se forman en el agua al tirar la piedra, van apareciendo los responsables materiales e intelectuales de las conductas aniquilantes – a veces expresadas en discursos, otras en acciones directas-. Para el logro de éxito en tales procedimientos fascistas se requiere población de capas medias con resentimiento que ven disminuida su capacidad de consumo, pueblo hambreado, con escasa escolaridad, abombado y enredado, pero con el deseo de que la ayuda mágica venga de un ser de luz, de un macho patriarcal -y hasta violento- que puede ser meticulosamente formado en las usinas de mentores como Steve Bannon.
Odiar concretando expresiones sociales violentas, constituye sólo la epidermis de algo mucho más profundo expresado, por un lado, en la regresión de la especie, pero, por otro, modelado por sistemas y personajes del nuevo capitalismo feudal que ya son sibaritas del exterminio, cuanto menos de la exclusión, y expertos en genocidios, en general, en zonas alejadas de los centros de poder.
Por eso debemos estar advertidos del riesgo de permanecer en la epidermis al analizar los conflictos y los proyectos. Desde las Ciencias Sociales es importante el estudio de las subjetividades, saber qué expresa el odio como sentimiento impulsivo básico, pero lo que acontece en el florecimiento de todos estos grupos, expresa un neofascismo o neonazismo global como brazo violento, entre otros, del que llamo capitalismo feudal, es decir, el intento por parte de las elites, de domeñar, agotar y hasta ahogar a vastos sectores de población por considerar que sobran y consecuentemente apuntan a atacar a les líderes populares que vienen históricamente luchando y actuando por la inclusión. Urge entonces, el sentido solidario, la comunidad, el cuidado, la prevención social.