Preocupados por las consecuencias que los incendios y las quemas están ocasionando en el medioambiente, investigadores del Instituto Gulich, perteneciente a la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) y a la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) advirtieron sobre la necesidad de tomar medidas para evitar diversas consecuencias, como la aparición de posibles enfermedades en la población.
Frente a la amenaza de un mal, una de las primeras acciones que se suele tomar es advertir para que no ocurra. Si el problema se reitera en el tiempo, lo que sigue es alertar sobre daños consumados, muchos de estos irreparables. El paso que resta, es adoptar una medida de urgencia que evite el colapso.
En términos ambientales, la analogía esbozada se ajusta a un panorama preocupante en la provincia de Córdoba por el profundo deterioro ocasionado por la repetición de incendios y quemas, fundamentalmente en las zonas serranas.
Ya a finales de 2020, en algunos sitios se había triplicado la cantidad de dióxido de nitrógeno (NO2) en el aire, uno de los principales contaminantes medioambientales relacionados con el fuego. A mediados del año pasado, el Instituto Gulich, dependiente de la CONAE y la UNC, reveló que en las últimas tres décadas se quemó prácticamente el 58 por ciento de la geografía serrana cordobesa. La flora y también la fauna, a pesar de su poder de adaptación, se han visto muy afectadas.
Para completar un panorama poco alentador Juan Argañaraz, investigador del CONICET e integrante del equipo que participó en la creación de un banco de datos sobre incendios que posee el Gulich, precisó al Suplementó Universidad que apenas queda solo un 6 por ciento de los bosques nativos del cordón serrano. “El nivel de degradación ambiental es muy alto”, subrayó.
Daños colaterales
Según detalló el licenciado en Ecología y Conservación del Ambiente, “cuando los incendios afectan los bosques hay una tasa relativamente alta de supervivencia en relación a la flora”, pero cuando las especies rebrotan desde la base, “lo que antes era un bosque se recupera con una forma de arbustal, y el espacio más abierto favorece el crecimiento de pastos, que en combinación con los arbustos son más inflamables hacen factible que la zona se vuelva a quemar”.
Otra consecuencia directa del efecto de los incendios es que los suelos quedan desprotegidos por la remoción de cobertura vegetal. En ese sentido, Argañaraz señaló que existe “una aceleración del proceso de erosión, y en las sierras hay ganado que, al pisotear la zona quemada, sufre también de forma directa”.
La pérdida en la cobertura de los suelos y de bosques afecta la captación de agua por parte de las cuencas que, en definitiva, abastecen a la mayor parte de la población en la provincia. Sin embargo, hay otro efecto negativo que pesa sobre este recurso vital para la vida humana, animal y vegetal.
“Cuando está todo quemado las lluvias lavan el suelo sobre el que ha sido depositado material que es nocivo y que luego va a parar a los ríos. Esto genera una disminución en la calidad del agua y permite una mayor proliferación en verano de floraciones algales, muy visibles en el dique San Roque, que producen toxinas que dificultan tanto su consumo como la posibilidad de bañarse”, ilustró Fernanda García Ferreyra, investigadora de la Comisión Nacional de Actividades Aeroespaciales (Conae).
Ante esta situación, los investigadores sugieren hacer un tratamiento del agua para que pueda ser consumida. A su vez, indican que el humo que es transportado por el viento va a parar a otras cuencas alejadas de los focos incendiarios, sumando así un nuevo ítem a la extensa lista de perjuicios que tiene sobre la población.
Quien también se desempeña como docente en el Gulich, indicó que los niños, adultos mayores y personas con enfermedades respiratorias se ven especialmente afectados. “La cantidad de contaminantes que hay en el aire ante una situación así es mucho mayor de lo habitual, y se traslada a números más grandes de admisiones hospitalarias”.
Según explicó, cuando la exposición a altos niveles de contaminación se extiende en el tiempo “pueden aparecer enfermedades cardiorrespiratorias, cáncer de pulmón o EPOC”. En algunas zonas las condiciones meteorológicas, como la escasez de vientos, pueden evitar una dispersión más rápida de partículas peligrosas.
El relevamiento realizado por Argañaraz y su equipo determinó que en los últimos 35 años la zona más afectada de la provincia es el corredor de Sierras Chicas, que barca lugares como Villa Carlos Paz, Cosquín, La Cumbre, Copina, Villa Dolores y Capilla del Monte, en los que el fuego causó grandes daños.
La fauna de la región es una de las grandes perjudicadas. Al respecto, lamentó la pérdida de una parte de esta “por muerte directa o destrucción de su hábitat”, así como el desplazamiento forzoso de aves y mamíferos que altera el equilibrio de otros ecosistemas.
El investigador recordó que el mayor daño en ese snido fue registrado en 1988 por la destrucción de 350 mil hectáreas. Por esa razón, aclaró que “el calentamiento global no explica tanto la situación, sino que tiene que ver más con sequías y olas de calor que ocurren en un cierto ciclo”.
A pesar de eso, los dos expertos reconocieron que el cambio climático es un fenómeno que lejos de aminorar la situación la va a empeorar.
“El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ya comenzó a recomendar en sus últimos informes que los gobiernos trabajen sobre la mitigación del impacto por el incremento de desastres naturales que ocurrirán con mayor frecuencia”, observó García Ferreyra.
Para Argañaraz, mientras tanto, “el escenario de cara a los próximos diez años no es nada optimista” porque, a su criterio, “no se observa una voluntad general de los gobiernos de abordar con seriedad la problemática”. Ante eso, planteó la necesidad de impulsar “un cambio de paradigma y una discontinuidad en el manejo de los combustibles, sin caer en una prohibición del uso del fuego, para lograr controlar con mayor facilidad eventuales futuros incendios”.