El ya es Charly García pero ella todavía no es Hilda Lizarazu, la de Man Ray; ni tampoco la de Los Enfermeros, banda icónica de Charly solista que pronto la tendría como corista mimada. Todavía falta para eso. Estamos a principios de los ochenta, plena primavera alfonsinista, uno de esos eventos de la bohemia porteña que Laura Ramos diseccionaría unos pocos años después en sus columnas para el Suple Sí, cuando Charly cruza una masa indeterminada de famosos medio pelo para hablar directo con ella, la joven Hilda, una fotógrafa con talento y recientemente llegada de Nueva York pero aún bastante desconocida. “Me gustan tus fotos”, le dice para el asombro de varios presentes y le describe una foto en particular: una mano extendida al cielo y detrás, las Torres Gemelas. “Imaginate mi reacción”, cuenta Lizarazu hoy, casi treinta y cinco años después. “Me vi muy sorprendida. No sólo que me conociera y gustara de mis fotos sino también que se hubiese fijado en el crédito, en quién las había sacado. Claro, después supe que eso era habitual en él, que el Charly de esa época era de estar al tanto de cierta prensa gráfica. De leer lo que salía en El Porteño, la revista Humor o la Cerdos y Peces”.

El idilio por Nueva York, ciudad que el ex Serú Girán eligió para grabar varios de sus discos más conocidos (no por nada el video de “Fanky” retrata ese feeling callejero de los ochenta que tanto lo fascinaba), y que ella conocía a fondo por haber pasado allí su adolescencia, fue lo que los conectó al principio. Y lo que los llevó a que al poco tiempo (1986) concretaran una sesión de fotos (sin un objetivo en particular, por el sólo placer de ver qué salía de esa buena onda en común, esa afinidad estética) que resultó en la foto que ilustra esta nota y que integra la muestra Los ángeles de Charly. “La foto la hicimos en el departamento que Andy (Cherniavsky) tenía en Barrio Norte. Y él llegó temprano, solo, de buen humor, muy bien dispuesto a probar distintas alternativas”, relata.

 Titulada como “No te dejes desanimar”, la imagen muestra a un Charly de impronta moderna y con indicios de fuego real en la base. “Responde a una serie en la que estaba jugando con los elementos: fuego, agua, aire. De hecho, antes lo bañamos con un baldazo de agua pero la imagen finalmente no quedó por problemas de sincronización con el flash. Se lo bancó como un campeón”, recuerda Hilda, que dos años después (y luego de grabar con Los Twist y armar Man Ray con Tito Losavio) ingresó, sí, a Los Enfermeros y cambió su vida por completo. “Entré justito para su primera gran gira Latinoamericana. Charly estaba en plenitud y llenaba estadios en Chile, Perú, Colombia, México”. Siendo casi la única mujer de la troupe (y la única en la recordada banda que compartía con Fernando Lupano en bajo, Fernando Samalea en batería, Fabián Von Quintiero en teclados y el Negro García López en guitarra) Lizarazu tenía una relación distinta con Charly. No necesariamente cercana o cómplice para las salidas post shows (“Prefería pasear de día o quedarme en el hotel leyendo un libro”) pero sí cariñosa en un plano más cotidiano y real: “Charly tenía constantemente alrededor mucha gente adorándolo. Y yo prefería mantenerme al margen de esa adulación. Y eso seguramente lo valoraba. Para mí ya era un regalo cantar con él y lo que más me importaba era poder cumplir bien con mi rol. Y creo que con la banda lo cumplíamos: todos nos preocupábamos porque los acordes fuesen los que tenían que ser y que la música de Charly sonara como tenía que sonar”.

Para la época de La hija de la lágrima (1994) y Say No More (1996), Lizarazu ya no estaba (“Man Ray había crecido mucho y ya no podía mantenerme en ambos lados a la vez. Cuando se lo dije, Charly me miró y me dijo: ‘ Te va a ir bien, está buenísimo’. Y así fue. No hubo ningún problema”), pero nunca dejaron de tener contacto a la distancia. Tal es así que para el festejo de los 50 de Charly en el Luna Park viajó desde Córdoba donde estaba radicada para dar el presente y lo mismo cuando tuvo ese efímero buen retorno con Influencia (2002), el oasis en medio de la tormenta. “Era la época más desaforada de Charly. Recuerdo que subí a cantar con mi hija a upa porque todavía no caminaba y él la festejaba, porque sabía sacar su parte más dulce cuando la situación lo requería, al mismo tiempo que vociferaba que no era hija de él”. Luego de la dramática internación post Mendoza (2008) era difícil prever qué podía llegar a pasar con Charly y menos si con Hilda iban a poder compartir algún otro momento sobre el escenario. Pero gestión Palito Ortega mediante ocurrió “el milagro” y el solista más genial del rock argentino tuvo su regreso sin tormentos en 2009 con el Subacuático de Vélez. “Me encontré con un Charly totalmente distinto: humilde, reflexivo de su propia música, dócil y bueno. ¡Muy bueno! Pero también un poco triste. Como si estar tan amansado le generara melancolía de esa otra parte corrosiva y caótica, que sin duda también era parte de él, pero que entonces no podía mostrar porque le había hecho mucho daño. Seguía faltando un equilibrio, se ve”, reflexiona Lizarazu que tanto antes como ahora mantuvo el mismo tipo de relación con García: afectuosa, pero sin histeria. “Para mí él es una de las personas más importantes porque formó parte de muchos años de mi vida”, dice sin vueltas. “Compartir esta muestra con dos grosas como Nora y Andy era todo un desafío. Yo dejé hace mucho la fotografía y revisar los viejos negativos de aquella época me generaba inquietud. ¿Podría estar a la altura? Por suerte, apenas me puse a trabajar las dudas se disiparon. Y hoy estoy feliz. Porque el Charly que encontré, que capté en estas fotos, creo que vale la pena”.