Bienvenidos los murales porque hacen de la ciudad un vivero de ideas. El recuerdo de Aurora Reyes y su primer mural, La maestra asesinada (México 1936), llamado años después por Aurora: Atentado a las maestras rurales, despliega pinceles en oleada transformadora. Hyuro fue parte de esa transformación. Nació en Buenos Aires, se llamaba Tamara Djurovic (Hyuro es el nombre que eligió para firmar sus obras), se mudó a España en 2001 y murió hace dos años en su casa de Valencia: “a los 46 años, después de un año esquivando la enfermedad, se despidió con su música, acompañada por sus hijos y seres queridos.”
Hyuro es una leyenda joven, la voz poética de la épica cotidiana y la autora de obras desplegadas en algunas felices paredes del planeta, compañía de caminatas urbanas que rompen la línea del tiempo (como cuando hablamos de corrido con amigas) en conversación perpetua. Hablando de la línea del tiempo, fue en la revista Juxtapoz donde Evan Pricco contó que una vez Hyuro le dijo que le gustaba la idea de no tener tiempo, “el tiempo es un control", le dijo y mientras lo decía agitaba el mundo de las preguntas y olvidaba el de las conclusiones. Observaba lo inesperado y pintaba sus diferentes porvenires. “(…) la adrenalina de pintar en la calle es adictiva, durante cinco días dejás tu piel ahí, entablás una relación de amor con esa pared y después la dejás.”
Cuando murió, las crónicas subrayaron su lugar en el muralismo internacional, un terreno copado por los hombres a los que “siempre les dan los mejores muros”, como dicen las muralistas argentinas de @ammura_arg. Hyuro y sus heroínas anónimas revolucionan el cotidiano urbano de Belo Horizonte (el mural es un vestido colgado en una percha de alambre, la obra se llama Lo que queda y ella lo explicó así: “la imagen representa lo que queda, el vacío ante la pérdida de toda mujer que se ha enfrentado a la necesidad de provocar un aborto clandestino.
La percha de la que cuelga el vestido simboliza un elemento de aguijón cotidiano, como puede ser una aguja de tejer, instrumentos con los que se siguen realizando abortos domésticos. El vestido no tiene fin, sigue debajo del edificio y seguirá hasta que esta ley no cambie”) y el de muchas ciudades del mundo. Se suman a la revuelta: Dunedin, Madrid, Manchester, Valencia (un homenaje a Jane Jacobs), Cardiff, Buenos Aires (en paredes de Villa Crespo), Poggibonsi, Vila-real (la obra valenciana que se llama Patriarcado, muestra las enormes manos cruzadas de un juez -solo aparece el torso, no hay cara ni piernas- con toga y puntillas para denunciar a la justicia española que dejó libres a violadores que violaron en patota), Monterrey, Moscú, Aberdeen, la lista no termina acá. (Para seguir mirando http://www.hyuro.es).
En el museo que la calle exhibe sin restricciones ni horarios las obras de Hyuro interpelan en vendaval pintado y con pocos rostros (casi no hay caras en sus obras y ella tampoco publicaba fotos de la suya) el grito que los cuerpos comparten. Lo simbólico y lo real brotan del muro en eco confidente. Las paredes hablan y esto recién empieza.