Graduada en arqueología, la británica Lucy Ireland Gray tiene un excéntrico pasatiempo que, a su entender, le ofrece una ventana a los hábitos y costumbres del siglo XXI: desde hace poco más de cinco años empezó a coleccionar listas de supermercado que la gente desecha, y que ella encuentra en el suelo, en cestos, carritos o estanterías de tiendas, buscando con tal atención y perseverancia que ya suma cientos. “Soy entrometida por naturaleza”, bromea la muchacha, que disfruta “imaginando las pequeñas historias detrás de estas hojas garabateadas, llenando los vacíos. Para mí, son como poesías de lo cotidiano, abiertas a la libre interpretación”.

“Me encantan estas listas porque no tienen pretensiones”, destaca Gray, que hoy exhibe una selección de su vasta colección en el Museum of Brands de Notting Hill, en West London, en una muestra intitulada Aide-mémoire: Shopping Lists, donde la intención es “mostrar la intimidad del consumo de nuestra época, las tendencias y los gustos, la continua popularidad de viejos favoritos, lo mundano, lo francamente extraño. Desde la ortografía y la caligrafía hasta el papel en el que están escritas y el orden de los ítems, cada lista expone las elecciones personales de las personas, sus costumbres, sus celebraciones, lo que encuentran importante. Son, en cierto modo, una instantánea de la domesticidad de nuestro tiempo”.

“La gente a menudo exagera la nota glamorosa al hablar o mostrar en redes su día a día; pero una lista de compras te dice cómo es realmente. Es un trozo de papel refrescantemente honesto, donde la máscara se cae. Por algo existen desde la época de la antigua Mesopotamia. Son universales y grandes niveladores, todo el mundo las hace”, redobla la arqueóloga, evidentemente apasionada por su hobby devenido muestra de arte, donde invita a fisgonear papeles que quitan el velo a la intimidad de extraños de Reino Unido. “El pan y la leche son los artículos más comunes, seguidos de los huevos y la manteca. Los comestibles no suelen ser demasiado exóticos, tal vez las personas con gustos más específicos compren online”, presupone la chica, que sospecha que, aún con el auge de las compras en línea y la ubicuidad de los teléfonos inteligentes, las listas no corren peligro de extinguirse: “¿Quién va a molestarse en tipear cuando puede garabatear en un trozo cualquiera de papel? Aparte, en los mercados rara vez se ve a compradores chequeando la lista en sus celulares”.