La idea de un cuerpo cada vez más alterado y modificado por la tecnología funciona como una posibilidad que el teatro debe discutir. No sólo porque los dispositivos tecnológicos ya forman parte de nuestro, cuerpo sino porque podemos ser diseñados, pensados, corregidos y hasta creados por las máquinas. Una clínica de biotecnología se parece a un espectáculo de variedades para Luciano Saiz, dramaturgo y director de Human, tecno, trans, campo propicio para la ciencia ficción que es, en verdad, el más duro realismo.
Si Paul Preciado considera que el dispositivo pornofarmacológico determina nuestra época, si él mismo decidió inyectarse testosterona para trasicionar hacia la masculinidad trans, la propuesta dramática de Saiz intenta pensar esta capacidad de diseño, de manipulación pero también de prolongación de la vida que puede brindarnos la tecnología.
Pala lograrlo construye una obra expositiva, donde los personajes comparten un espacio pero en realidad están aislados y su territorio no es la vida cotidiana sino un laboratorio científico donde son observados. Como público podemos participar de esta hazaña médica, ser testigos de ella. Si bien toda la escena podría ser futurista hay algo de pasado en el modo de ser desarrollada. No solo porque, tal vez, el componente tecnológico tendría que haber funcionado como un procedimiento y no como un mero discurso sino porque la noción de lo humano parece ya perdida. El concepto de trans se convierte en una categoría amplia, robada a ese primer concepto que en el marco del barroquismo tenía algo de bricolaje, de emprender de una forma artesanal sobre el propio cuerpo. Aquí el cuerpo ha sido entregado a un sistema casi inasible.
En el caso de Florencia, a cargo de Verónica Piaggio, el componente médico que podría curarle un tumor se instrumenta a partir de la clonación, es allí donde el personaje pasa a no distinguir su propio cuerpo, a verse dividida en su conciencia como si fuera hablada por una extraña, obligada a aprender a moverse como si naciera de nuevo. Ese cuerpo es manejado por una fuerza técnica de la que ella es solo una parte secundaria.
Marcos ha quedado reducido a la forma de un muñeco. Por medio de una proyección su boca se mueve y escuchamos una voz grabada porque, en realidad, su conciencia ha sido almacenada para asignarle un cuerpo. Ese cuerpo será el de personaje que interpreta Laura López Moyano, donde la decisión de cambiar de sexo no se corresponde con un deseo humano sino con una simple oportunidad burocrática en la distribución de los transplantes. Lo que se resigna en este mundo tecnológico es la voluntad. Los sujetos se someten a los designios de la tecnología por el mero hecho de seguir existiendo, por el empecinamiento de prolongar la vida.
Si la tecnología es una prótesis, un recurso que constituye a un sujeto por fuera de los géneros, incluso por fuera de la materialidad del cuerpo ya que Lola reconstruye a su hija gracias a los procedimientos de la realidad aumentada, el mundo que imagina Saiz responde a las categorías del poshumanismo donde no será descabellado tener vínculos que solo ocurran dentro de la realidad virtual, como se puede ver en la serie Osmosis de la plataforma Netflix.
El único personaje que se desplaza y que parece ser el dueño de sus movimientos es el Doctor Calvo, suerte de maestro de ceremonias a cargo de Manuel Vicente. Este personaje intenta darle un marco de novedad y de extrañamiento a estos experimentos pero él también se muestra como un ser del pasado, alguien puesto allí pero que no forma parte de la mecánica que se desarrolla y ofrece como un vendedor que viene a proponernos jugar con nuestra biología, ponerla a prueba, entregarla a la entidad abstracta del algoritmo.
Si la militancia trans discute con la medicina, si considera que ese poder clínico y biológico determina la voluntad y los deseos de cada ser humano que necesita de su técnica para acercarse a una idea de sujeto que se corresponda con la imagen que anhela, el mundo que se viene deberá pensar las formas de aliarse y combatir con la tecnología porque es tan posible diseñar sujetos para emanciparse, para elegir, para concretar las variantes de una o varias vidas como identificar que allí, en el dispositivo tecnológico se esconde el nuevo tirano, aquel contra el que resulta más difícil pelear porque es inmaterial y porque se compone de una trama burocrática, de una insospechada cadena de montaje que lo convierte en invisible.
Human, tecno, trans se presenta los viernes a las 21 en Área 623.