La edad media    7 puntos

Argentina, 2022.

Dirección: Alejo Moguillansky y Luciana Acuña.

Guion: Alejo Moguillansky, Luciana Acuña y Walter Jakob.

Duración: 90 minutos.

Intérpretes: Luciana Acuña, Alejo Moguillansky, Cleo Moguillansky, Lisandro Rodríguez, Walter Jakob y Lalo Rotavería.

Estreno en la Sala Lugones del Teatro San Martín

Está a la vuelta de la esquina. De hecho, todavía no terminó. Lo cierto es que, como casi todos los quiebres para la humanidad, los primeros meses de la pandemia operaron como disparadores creativos para artistas de todas las disciplinas. El universo audiovisual, desde ya, no fue la excepción. Como si fuera una forma de lidiar con el temor, la incertidumbre y los tiempos laxos generados por los aislamientos sociales, decenas (¿centenas? ¿millares?) de realizadores se enfrascaron en la misión de filmar, puertas adentro del hogar y con los recursos que había a mano, documentales y ficciones de todo tipo. Si los primeros se caracterizaron mayormente por su carácter introspectivo, de ensayo personal y reflexivo, las segundas ensayaron maniobras distintas, ya sea adecuando sus relatos al imprevisto pandémico o generando historias cuyo desarrollo orbita alrededor de las vivencias (extra)ordinarias de aquellos meses aciagos. En este último grupo se inscribe La edad media, que luego de su paso por el Festival de Berlín llega esta semana a la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín.

Sus directores y protagonistas son Luciana Acuña y Alejo Moguillansky, este último una de las patas sobre las que descansa la productora El pampero, misma usina creativa de donde salió otra película pandémica como Clementina, con Agustín Mendilaharzu y Constanza Feldman a cargo de la realización y los roles centrales. Las similitudes entre ambas van más allá de haber sido concebidas bajo el mismo techo. Se trata, a fin de cuentas, de dos parejas en la vida real interpretando versiones levemente distorsionadas de sí mismas y envueltas en una trama sin grandes picos dramáticos, disparada por las rispideces de la convivencia forzada y desarrollada íntegramente dentro de sus casas. Tienen también el mismo problema: el anclaje a una coyuntura extraordinaria, difícilmente repetible, que hace que, ante un presente tan distinto en términos sanitarios, algunos tópicos y situaciones empiecen a lucir oxidadas.

A diferencia de Clementina, La edad media tiene más cintura para sortear los efectos del envejecimiento prematuro, pues Moguillansky y Acuña registran, además de la rutina bajo encierro, las particularidades del universo artístico, con sus procesos creativos complejos y una precariedad laboral que hacen que, en una de las primeras escenas, Acuña redacte junto a un colega –con quien habla, desde ya, vía Zoom- una carta alertando sobre las inminentes dificultades económicas para los integrantes del sector. Mientras a ella se le caen trabajos en el exterior como fichas de dominó y sus alumnos le avisan que todo bien con las clases virtuales, pero no les sirven, él se encierra en una habitación para intentar continuar con el desarrollo de un proyecto. Son, se si quiere, dos maneras muy distintas de ubicar el trabajo en relación con la vida personal: si Acuña dice que ella es su trabajo y, como no trabaja, se pregunta quién es, Moguillansky lo utiliza con un escape capaz de ofrecer un puñadito de certezas en medio de un caos que no se ve, pero se siente.

Lo siente también Cleo, esa hija de unos diez años cuyo punto de vista es el mismo que adopta el film para observar la dinámica familiar con partes iguales de inocencia y sorpresa. Quizás por su ajenidad a la dimensión real del asunto, Cleo hace de esa crisis una oportunidad para conseguir dinero a como dé lugar, ya sea estableciendo negocios con un motoquero o pidiéndole plata a sus padres a cambio de cumplir con las tareas diarias, con el objetivo de comprar un telescopio. Ese elemento opera como excusa narrativa para una comedia que, como en casi toda la filmografía de Moguillansky, el humor absurdo se impone incluso en aquellos momentos en los que el mundo parece venirse abajo.