A las tres y media de la tarde del 13 de octubre de 1972, el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que iba desde Montevideo hasta Santiago de Chile se perdió en la Cordillera de los Andes. Las malas condiciones climáticas habían obligado a aterrizar en Mendoza un día antes. A bordo iban 45 personas, casi todos de un equipo de rugby, Old Christians. El destino del avión recién se conocería el 23 de diciembre, cuando se hallaron 16 hombres que habían sobrevivido al accidente en medio del frío, recurriendo a la antropofagia por la falta de alimentos.
El llamado "milagro de los Andes" deparó infinidad de historias. Una fue, claro, la del canibalismo al que se vieron obligados los sobrevivientes. Otra fue la del desesperado intento final por buscar ayuda, que derivó en que dos de los rugbiers caminaran kilómetros de montaña hasta dar con un arriero. En el medio, se sucedieron varias muertes a lo largo de los más de dos meses. Al momento del impacto con la montaña hubo doce fallecidos. Habría otros 17 hasta el rescate en la víspera de Navidad. Ocho murieron en la avalancha nocturna del 29 de octubre.
Los propios sobrevivientes contarían después que gracias a la radio fue como confirmaron sus peores expectativas al escuchar que "la búsqueda había terminado". Era el 21 de octubre de 1972 y hasta ese momento comían el poco chocolate que tenían, mientras presenciaban la agonía de los heridos en el accidente.
Los familiares de los pasajeros recibieron como un mazazo el anuncio del fin de las operaciones de búsqueda, lo que virtualmente daba por muertos a sus seres queridos. La desesperación los llevó a apelar a supercherías. Madelón Rodríguez Gómez, madre de uno de los jóvenes perdidos, fue a ver a un adivino en Montevideo, cuatro días después del accidente. Fue acompañada por el hermano de otro de los buscados (ambos perdidos estarían entre los 16 sobrevivientes). El brujo indicó una zona. Rodríguez Gómez le avisó a su ex marido, que estaba en Chile. Carlos Páez Vilaró le respondió que esa zona ya había sido explorada, sin éxito, y que si el avión hubiera caído allí no habría sobrevivido nadie.
La mujer no se desanimó e insistió por el lado de las pseudo-ciencias. Consultó a un astrólogo respecto de quien era el mejor clarividente al que se podía recurrir. La respuesta fue Gérard Croiset.
El médium que ayudaba a la policía
Nacido en la ciudad neerlandés de Laren en 1909, Croiset decía que de joven había trabajado para un relojero y que un día percibió hechos de la vida de su empleador al tener una regla de este entre sus manos. El jefe le confirmó la veracidad de sus percepciones. Y esa leyenda de origen lo convirtió, después de la Segunda Guerra Mundial, en hombre de consulta de la policía en casos de personas desaparecidas.
Según parece, llegó a resolver un caso de asesinato con sólo mirar la casa de una mujer muerta. Dio el nombre de un individuo que estaba detenido por ese caso, dato que, se afirma, ignoraba. Dijo que ayudó a resolver el caso del ataque a una joven, pero la policía lo desmintió. En Bélgica fue investigado por un comité que se dedicaba a seguir presuntos casos paranormales y no le reconocieron ningún poder. Vale recordar que, por aquellos años, comienzos de los 60, se popularizó la novela Sesión en una tarde de lluvia, del australiano Mark McShane, llevada al cine, en la que una mujer que se dedica a ser vidente planea un secuestro para darse lustre.
Lo cierto es que Croiset obtuvo renombre en buena parte de Europa y se hizo fama incluso entre personas que lo consultaban por temas médicos en su Instituto Parapsicológico de Utrecht. En 1966 lo llamaron de Australia para colaborar en la búsqueda de tres chicos que habían desaparecido en una playa de Adelaida. Un magnate pagó por sus servicios. La policía no confiaba en sus poderes y, pese a la amplia publicidad, no pudo aportar datos concretos sobre los niños.
En 1970, Croiset fue convocado a raíz del secuestro de Muriel McKay, la esposa de Alick McKay, mano derecha del empresario de medios Rupert Murdoch. El vidente dijo que la mujer estaba en una granja en la zona norte de Londres, cerca de un aeródromo abandonado, y que si no aparecía en dos semanas, nunca la encontrarían con vida. Por ese caso se condenó por primera vez en el Reino Unido por asesinato sin presencia del cuerpo.
Pese a estos antecedentes, la fama de Croiset se apoyaba en la publicidad que le proporcionó Willem Tenhaeff, un estudioso de la clarividencia que llegó a tener una cátedra Parapsicología en la Universidad de Utrecht, en lo que significó la primera vez que una pseudociencia entró a una casa de altos estudios.
El hijo del Croiset toma el caso
Madelón Rodríguez Gómez se contactó con el Instituto de Croiset a través de la embajada de los Países Bajos en Uruguay. Se produjo una situación risueña: a la mujer le avisaron que el médium se estaba recuperando de una operación. Ella insistió y la pusieron al habla con Gerard Croiset hijo, que decía haber heredado los poderes de su padre. A través de un intérprete, el vástago pidió un mapa de los Andes y siguió el caso por indicación de su padre.
En el siguiente llamado a Croiset Jr., éste afirmó que había entrado en contacto con el avión. Dijo que se había estrellado a unos 65 kilómetros del Paso del Planchón, junto a un lago, y que había sobrevivientes. Desesperados, y con la Fuerza Aérea Chilena suspendiendo la búsqueda, los familiares se ilusionaron con lo que les transmitían desde Utrecht.
Después de mucho insistir, consiguieron que los chilenos recorrieran la zona del Cerro Picasso, el único lugar que se parecía a lo descripto por el hijo del clarividente. No encontraron nada. El 10 de noviembre, Croiset Jr. envió a Uruguay un paquete con un dibujo de la zona del accidente y una cinta magnetofónica.
Varios familiares fueron al aeropuerto de Montevideo acompañados por el cónsul neerlandés. El material lo remitieron a Chile, donde estaba Páez Vilaró. Las visiones del hijo del parapsicólogo ahora indicaban la Laguna del Alto, cerca de Talca. Recién pudieron llegar a esa zona el 18 de noviembre, en lo que ya era una búsqueda costeada por los uruguayos. Alquilaron un avión. No hubo novedades.
"Yo creo que ahora están muertos"
Poco después se produjo el último contacto con Croiset hijo, por radio. La sensación general ya era de que no hallarían a nadie con vida. Y Croiset se sinceró con un colaborador de los familiares: "Yo creo que ahora están muertos". No volvieron a contactarlo.
Al parecer, Croiset padre estaba convencido de que podía transmitir sus poderes a sus hijos, al contrario de lo que pensaba Tenhaeff. Sin embargo, Croiset dijo en una entrevista que no tenía esa capacidad. Lo cierto es que no hubo hechicero capaz de encontrar el avión uruguayo, sin siquiera una aproximación al lugar donde cayó.
El 23 de diciembre de 1972 se produjo el milagro de los Andes, sin ayuda de charlatanes.