Lo primero que debería aclarar es que esta no será una crítica de cine. No podría serlo. Solo aspira a ser una opinión, tal vez histórica, pero sobre todo militante.
Argentina, 1985 es una película maravillosa sobre el histórico Juicio a las Juntas llevado a cabo ese año. Una película que conmueve, que emociona, pero que también hace reír. Un gran acierto. Porque, entre tanto horror, que la película logre por momentos hacer reír a la sala entera, es, sin dudas, un mérito del director. Pero sobre todo, es una película que duele, porque es como la Crónica de una muerte anunciada, ya que, aunque sabemos que el juicio fue y es un ejemplo en el mundo, que condenó a Videla y a Massera, no nos olvidamos que también absolvió a Galtieri, con lo que significaba para muchos rosarinos y rosarinas, ya que fue el Comandante del II Cuerpo de Ejército en los peores años.
Aun así, y aunque entiendo el recorte, centrado en ese juicio histórico, no puedo dejar de mencionar algunas consideraciones, que coinciden con ciertas críticas que ya había leído. Gajes del oficio de historiadora… En primer lugar, quiero reiterar lo ya se dijo en muchas reflexiones, pero con lo que para mí debería empezar cualquier análisis, porque creo que no se puede hablar del Juicio a las Juntas, como hace la película, sin mencionar al Movimiento de Derechos Humanos que se creó en el país, sin el cual no solo el juicio no hubiera sido posible, sino tampoco, quizás, esa temprana democracia.
Porque ese juicio, presentado como fundante, fue en realidad resultado del trabajo de los organismos de derechos humanos y de la Conadep después. Resultado que fue paradigmático, ejemplar pero también insuficiente, como ya dijimos.
En el mismo sentido, y en segundo lugar, creo que se puede hablar de la necesidad y la decisión (acertada tal vez) del equipo de trabajo de Strassera de seleccionar ciertos casos paradigmáticos para la estrategia judicial de probar el plan sistemático de represión en todo el país. Lo que me parece injusto de la película es decir que ese equipo debía “reunir” las pruebas para, valga la redundancia, probarlo. Esto ya lo había hecho la Conadep y antes, otra vez, los organismos de derechos humanos en todo el país. No decirlo, no mencionarlo siquiera, no es un recorte, es faltar a la historia de lucha más digna que ha tenido nuestro país.
En tercer lugar, pero no por eso menos importante, la película goza de otra gran ausencia: el verdadero proyecto de justicia de Alfonsín. No aclara que la autodepuración castrense, esto es, que los comandantes fueran juzgados en tribunales militares, era parte de ese proyecto, así como la posibilidad de que la causa pasara a la justicia civil de no prosperar esa primera opción. También eran parte de aquel proyecto el punto final y la obediencia debida, mencionadas al final como “leyes de impunidad”.
El propio juicio fue prueba de ello: solo se juzgó a los comandantes de las tres primeras Juntas (el resto habría actuado por obediencia debida) y sobre una determinada cantidad de casos (dándole un punto final a la otra inmensa cantidad que quedaron afuera). La histórica posibilidad de continuar juzgando a otros represores por otros casos en todo el país, se habilitó por el punto 30 de la sentencia de este juicio, del que la película tampoco hace mención.
Es quizá el dato menos conocido, probablemente yo sea una de las pocas personas que lo habría agregado, y hasta quizá la historia le dio la razón a Alfonsín y por eso sancionó esas leyes después. Pero fue, otra vez, la movilización popular la que excedió los límites del Juicio a las Juntas y del proyecto de Alfonsín y permitió la posibilidad de, al menos por un tiempo, juzgar a esa otra gran cantidad de represores en todo el país. Los juicios por delitos de lesa humanidad llevados a cabo en la actualidad hubieran sido mucho más difíciles sin esa corta experiencia que incluyó el trabajo de muchas personas que nunca tendrán su película.
Por último debo reconocer, quizá con riesgo de aburrir, que me molesta un poco el personaje de la supuesta madre de Moreno Ocampo. Coincido, en cambio, con Darín/Strassera cuando le dice a Lanzani/Moreno Ocampo que nunca van a convencer a las personas como su madre. Y yo creo que no lo hicieron (ni lo haremos) porque son parte de las clases dominantes que impulsaron y se beneficiaron con la dictadura. Es allí donde falta la referencia al modelo económico de la dictadura, que otros análisis ya han advertido. Ese modelo económico basado en la reforma financiera y el endeudamiento externo, derivados de la apertura económica, que interrumpieron el modelo industrial sustitutivo sobre el que se había estructurado durante las décadas anteriores la economía argentina, y que significó una gran pérdida de soberanía económica y política, un quiebre histórico que perdura hasta el presente: desindustrialización; reestructuración regresiva del aparato manufacturero (reprimarización de la economía y retroceso de los segmentos fabriles de mayor complejidad); extranjerización de las empresas y las tierras; crisis laboral, desocupación, pobreza y hambre; y la conformación de una sociedad crecientemente polarizada y desigual. Consecuencia de todo ello es el modelo económico extractivista asentado hoy en nuestro país.
Las clases dominantes, representadas en el personaje de la madre de Moreno Ocampo, fueron, son y serán las enemigas del pueblo, y aunque eventualmente se sensibilicen, como en la película, con una mujer que debió parir esposa y vendada, lo volverán a justificar de acuerdo toquen nuevamente sus intereses, como ahora cuando encarcelan a mujeres de la comunidad mapuche, una de ellas embarazada, solo por reclamar por su histórico derecho a habitar sus territorios.
¿Es, por todo esto, una película mala? De ninguna manera. La película es buenísima, necesaria, hasta pedagógica. Pero eso ya lo han dicho muchos y muchas. Para mí, desde el único lugar que puedo escribir y pensar, que es el mío, la película perdió una oportunidad histórica de salirse de algunas verdades consagradas, aunque igualmente dolorosas, y avanzar en otras más incómodas.