De tangos y chacareras está hecha Nancy Abalos, casi desde que estaba en la cuna. A esa franja estética corresponde, en efecto, buena parte del concierto que, bajo título afín (“Entre tangos y chacareras”), dará ella este viernes en Café La Humedad (Carlos Calvo 2540), donde los tangos convivirán con clásicos de los Hermanos Abalos, como “Agitando pañuelos” y “Chacarera del Rancho”, y tal será el carril central de la noche, claro. Pero a veces --más mucho que poco, en general-- el placer suele estar en las lateralidades. En los detalles. De ahí que a esta cantora de fuste popular se le enciendan los ojos al hablar de una de ellas: la música brasileña. “Por supuesto haré un enganchado de sambas, para rememorar la alegría de mi paso por Brasil y su idioma tan dulce, tan cantable. Viví cuatro años allí, y fue muy enriquecedora la experiencia”, anuncia Abalos, que hará lo suyo secundada por Carlos Irigoyen en guitarra, Gabriel Luna al piano y Raúl Gutta en percusión, más dos invitadas de lujo (su hija Rocío Sanjurjo Ábalos y Barbarita Palacios).

 “Mis años en Brasil han sido muy importantes para afianzarme como artista”, insiste ella, que anidó un tiempo en Salvador de Bahía “haciendo ritmos latinoamericanos y caribeños” y otro en Río de Janeiro, donde de los escenarios abiertos de Bahía pasó a los Café Concert; y de los sones caribeños, al tango, y a los encuentros de percusión. “Mostrar nuestra chacarera y esa forma de tocar los bombos allí, generaban la curiosidad y el intercambio de experiencias con otros artistas en el Brasil. ¡Aprendí tanto!”

La vivencia visceral de Nancy en el Brasil no hizo más que poner en acto una potencia artística dada por el eclecticismo que vivía en su casa de chica. “Además de la música criolla argentina, se escuchaba y tocábamos música de distintos géneros, desde el son cubano al samba brasileño, los ritmos afroperuanos y el tango, que era infaltable. El rock y el pop también forman parte de mis referencias, pero ser una adolescente en los ’80 fue un motivo de reafirmar un cambio de época y de resistencia, valorizando la identidad con la música de nuestra tierra y de la Patria Grande”.

--¿Viniendo de dónde venís, por qué tu interés “instrumental” fue hacia la percusión y no hacia el piano?

--El piano lo toqué mucho hasta la juventud. Lo tocábamos a seis manos con mis hermanos, y tenía facilidad, pero necesitaba mucho más tiempo de dedicación y además me sentía más como pez en el agua con el canto y la percusión y, como si fuera poco, la tenemos a Marina, que sí se dedicó enteramente a ese instrumento y realmente es la heredera del estilo pianístico de mi padre. En fin, me volqué a la percusión y la curiosidad por ella, y eso me llevó a seguir estudiando con distintos tambores y toques regionales, con músicos de otros países. De ahí que desde el bombo legüero incursioné en cajón peruano, congas, bongó, y así.

--¿En qué aristas te ha influenciado Adolfo, tu padre, entonces?

--Ha sido un maestro de la vida y de la música, él… generoso, humilde, divertido, con mucho placer para transmitir y compartir. Un padre presente y amoroso fue, y eso queda impregnado en cada célula para siempre.

Es una referencia permanente, a la cual acudo en mi cotidianeidad, en mis días de trabajo, ya que en mis clases de danza uso su música, escucho su voz. También la necesidad de reflexionar e indagar acerca de los conceptos y categorías de análisis, en la disciplina del folklore como ciencia.

--¿Cómo era esa pedagogía de entrecasa?

--Cariñosa. Así nos mostraba los temas, las armonías, el hecho de poner la lupa en ciertos detalles musicales. Su modo bohemio de vivir, tranquilo, exclusivamente de la música, y sin preocuparse por los aspectos comerciales, porque él confiaba en que, en la vida, las cosas se acomodan a su tiempo.

--¿Y sus hermanos?

--Eran también muy divertidos. Cuando éramos niños y venían a Mar del Plata, era como si hubieran entrado a casa los integrantes de un circo (risas), nunca sabíamos si hablaban en serio o no. Y se emocionaban al vernos tocar. De más grande pasaba vacaciones en Buenos Aires, parando en sus casas. Esos momentos y las giras compartidas –Nancy fue parte de la gira por los 50 años del grupo-- eran un espacio para conocer a cada uno con su personalidad particular.

--¿Cómo es convivir con un apellido tan “pesado” para la cultura musical argentina?

--Él es parte de mi herencia artística, y es una carta de presentación impresionante para quienes conocieron a los Ábalos. Además, es un reconocimiento y un cariño por continuar con ese legado, y el plus de ser hija de Adolfo, tan reconocido por sus pares músicos de todos los géneros, me agranda más la responsabilidad de dar todo lo mejor. Aún en países muy lejanos y exóticos para nuestra cultura, como Vietnam, en donde tuve la suerte de hacer gira cinco veces, aunque no los conozcan. Formar parte de una familia que ha dejado una huella profunda en la historia de la cultura popular de un pueblo, ya es una vía de entrada maravillosa y como primera impresión genera respeto… luego, claro, en la cancha se ven los pingos.