Al borde del delirio y lo inesperado. En esas aguas se mueve Dillom. Por eso no sorprende que después de una canción, de repente, se mande a navegar sobre la marea de gente arriba de un bote inflable de goma. La escena ocurrió anoche en el Luna Park, durante la presentación de Post Mortem, a casi un año de su lanzamiento.
En medio de un estadio colmado en su capacidad, el músico y rapero de 21 años terminó de cantar La primera sobre una columna y se lanzó a pasear en un bote, de una punta a la otra, hasta llegar al escenario. Y salió ileso. Algo que habla de la confianza con su público, sí. Pero también de un componente clave en sus shows: cualquier cosa puede pasar.
La puesta escénica, efectiva y para nada exuberante, conectó con la estética mortuoria y fantasmal del disco. Entre tonos rojos y azules, el concierto de Dillom estuvo centrado sobre todo en la musicalidad explosiva de la banda y en su capacidad performática, que le permite convertir lo tenebroso y lo doloroso -incluso lo más íntimo- en un flash irónico, humorístico y teatral. Que no espante ni genere ruido la aparición de cadáveres colgando del techo del Luna Park es un ejemplo de ello.
La noche abrió con algo de misterio. El instrumental Los amigos nuevos y una versión lisérgica de Demian con la voz de Mario Pergolini -como en el disco- "demoraron" la aparición del músico en escena. En Post Mortem, Dillom irrumpió finalmente y activó el bardo, el baile y el pogo, una constante en la hora y media de concierto.
Después de Pelotuda llegó la primera pista para (intentar) descifrar el mapa creativo y formativo del artista: antes de Rili Rili se largó con unos versos de la irreverente Una vela, del Intoxicados de Pity Álvarez. Abajo, entre el público, flameaba una bandera de Los Piojos, unas pibas bailaban con remeras ensangrentadas y estética dark, y un trapo de unos pibes de Pompeya declaraba su amor al rapero.
Lejos de la solemnidad, el cementerio que montó Dillom en el Luna tenía más bien un perfume que variaba entre una fiesta de disfraces, un antro sudoroso y un pelotero para niños y niñas. Mientras se cambiaba de remera -se puso varias de Los Ramones a lo largo de la noche- o decidía quedarse un rato en cuero -como en Hegemónica-, el set musical seguía a puro punk y con el Gringo tirando solos de guitarra: la nueva Latas con K4, 1312 con Muerejoven -uno de sus principales parceros del colectivo artístico Rip Gang- y dos más traperas, Coach y ASAP, también con Muerejoven.
En clave reggaetón, llegó luego el turno de Orgániko, con Broke Carrey de invitado. "Otro amigo para bailar", lo presentó Dillom, que no dijo mucho más en el escenario y se dedicó a cantar. El clima musical cambió un poco con la participación de Gillespi, que generó un momento hipnótico con su trompeta antes de que Dillom apareciera en la otra punta del estadio para cantar La primera.
Esa canción habilitó la faceta más pop del músico. Entonces, en combo sonaron primero Bicicleta ("Y estoy solo en esta ciudad/ No te encuentro en ningún lugar/ Y estoy solo, solo", cantó, paradójicamente, frente a más de ocho mil personas) y luego Dos, su colaboración con Miranda!, que se llevaron una ovación del público.
La otra visita celebrada fue Saramalacara, que se hizo presente para compartir con Dillom el punky Rocketpower, que también encendió la adrenalina y el pogo. El segmento bizarro del show lo protagonizó un falso Bizarrap para tocar la "fake session" y darle lugar a la juguetona Opa y a la paródica Reality, con los parches de Haye al frente y el bajista Fermín también prendido fuego.
Hay una cosa medio deforme e inclasificable en la obra de Dillom que, tal vez, hereda algo de la irreverencia de Paco Amoroso y CA7RIEL, que explotaron -y exploraron- en la escena en 2019. Además, lo de Dillom no es en esencia un trap puro (¿hay pureza en el trap?), sino una línea alternativa dentro de la música urbana. Sin ser un outsider (¡acaba de llenar un Luna!), su búsqueda tiene una actitud contracultural, que se despega del trap más hegemónico y le esquiva al discurso políticamente correcto. Lo suyo está más cerca de L-Gante, el Pity o Todos Tus Muertos que de Duki, Tiago PZK o Cazzu.
"¡Qué año, eh!", dijo Dillon antes de finalizar el show. Y ahí sí se expresó: "Les quiero agradecer a ustedes por estar acá y por bancar. De la nada el público aumentó diez veces este año. Nunca pensamos que este disco iba a generar todo esto. Es una puta locura. Que hagan el aguante, que estén los trapos, que pinten las remeras y esta hermandad que se generó está buenísima. Creo que Post Mortem es ya un movimiento, no es solo un disco. Espero se lleven un lindo recuerdo". Y ahí nomás regaló la última: 220, uno de los clásicos del disco.
Después de ser revelación en la última edición del Lollapalooza y de agotar cuatro Vorterix, lo del Luna Park caía un poco de maduro. O era el resultado de un proceso, breve pero acelerado. La inmediatez también es un fenómeno de época, al menos para esta nueva generación. Son pocos los que la pegan, pero ahí están: delirando la música argentina como lo hace Dillom. El gran misterio: ¿Y ahora qué?