“Es la muestra de mi vida”, asegura Maitena antes de comenzar la recorrida por Las mujeres de mi vida, que ocupa todo el cuarto piso del Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151). Hay muchas maneras de entender su afirmación. Casi todas son correctas. Es, efectivamente, una de las retrospectivas más grandes que se le dedicó a la humorista gráfica –frecuentemente señalada como pionera de su campo-. Pero también es una exposición en la que ella misma reconoce los distintos momentos de su vida, desde los hitos profesionales hasta los pequeños acontecimientos privados que la marcaron, su crecimiento artístico en lo formal, sus intereses políticos y sociales, la evolución de sus gustos y placeres, y también la concreción de su legado, que aquí se manifiesta en una sala dedicada enteramente a Línea Peluda, una colectiva que reúne a decenas de artivistas feministas formada en 2018 al calor de la campaña por el derecho al aborto. Las mujeres de mi vida cuenta con la curaduría y textos de Liliana Viola y el diseño expositivo de Alejandro Ros, además de la participación de un equipo de muralistas que hizo maravillas en las paredes de CCK: Roxana Ciordia, Marina González, Jimena Groppo, Margarita López Dufour, Bruno Mesa, Elian Pittaro y Norma Rolandi.

“Dibujaba horrible cuando empecé”, declara Maitena. Es, como suele pasar con muchos de sus colegas, una afirmación habitual en el medio. Casi nadie se vanagloria de sus primeros trazos, aunque con los años ella se amigó con esas primeras páginas y su frescura. Dibujaba –y publicaba- igual porque, reconocía, tenía que laburar. Como madre soltera y muy joven, no tenía alternativas. Así comenzó haciendo tiras eróticas para revistas como Humor, Sex Humor, Fierro, Cerdos y Peces, o El Lápiz Japonés. Pero no fue hasta Mujeres alteradas, en la Para Ti, que su carrera pegó el gran salto. A la distancia, reconoce la extrañeza –cuando no paradoja- de que una jovencita punk entrara por la puerta grande de las revistas más heternormativas y guardianas de la lógica patriarcal del mercado. “Sentía que no era para mí, porque era una chica punk, pero la verdad es que pagaba bien, y era fijo, y para mí era la gloria tener sueldo y obra social para mis hijos”, reconoce. “La verdad es que me equivoqué: sí tenía que ver, a las mujeres nos pasan las mismas cosas aunque seamos distintas, hay una pequeña escalita de valores que compartimos”, reflexiona.

Maitena recuerda esos años rodeada de unas vitrinas que guardan el momento de inflexión de su carrera. Decenas de originales de Mujeres alteradas, agrupados temáticamente por Viola –“Liliana consiguió resumir en cuatro líneas 40 años de reflexiones”, celebra la dibujante con admiración-: la monogamia, cierto existencialismo, el amor, las reuniones sociales, la maternidad, la moda e incluso los cambios sociales que hoy hacen ver algunas de sus tiras como fuera de tiempo. “Mujeres alteradas me llevó a preguntarme a mí misma un montón de cosas, hablar sobre la vida de las mujeres fue como hacer un diario paralelo de mi propia vida, de mis observaciones”, cuenta. “Es cierto que el mundo cambió y que parte de la serie ya no tiene actualidad, aunque otras sí, pero si la tira hubiera seguido, también hubiera cambiado”, advierte. 

Eran los ’90 y Maitena Burundarena reconoce a Mujeres alteradas como un producto de su tiempo. “Aparecían la monogamia y el patriarcado a full, mucha historia de infidelidad, de mentiras, de mujeres que salían con tipos casados, de tipos que salían con minas casadas”, comenta. Era el reflejo de una época en que la sociedad aún se adaptaba a la inclusión del divorcio en el código civil (eso que en su momento Página/12 tituló como “entrar al siglo XX”) y en que persistían los resquemores respecto a quienes decidían romper un matrimonio, y ni hablar sobre las madres solteras o quienes llevaban una orientación sexual o una autopercepción de género distintas a la de la norma. “Eso que pasaba era el patriarcado”, zanja Viola. Y como el patriarcado es un fenómeno internacional, Mujeres alteradas también lo fue –y aún lo es-: se tradujo a una docena de idiomas y llegó a treinta países.

El trabajo de Viola es particularmente intenso aquí. “Muchas veces el trabajo de curador consiste en reponer lo que falta en una colección, salir a buscar el dato que permita dar sentido, este no fue el caso porque Maitena tiene todo”. “Todo” es, casi literalmente, todo lo que hizo desde que pudo agarrar un lápiz con cierta consciencia de que ese era su camino profesional. Son años y años de dibujos (aunque dejó de dibujar en 2006, asegura), de bocetos, de pruebas y cantidad incontable de bytes de archivos, una vez que pasó su trabajo al medio digital. Según la curadora, se debe a que la grafía es el modo de mirar el mundo de Maitena y que por eso hasta guarda celosamente cada cuaderno de dibujo de infancia de sus propios hijos. La artista, a su turno, asegura que ese registro permite “ver el proceso y atravesar todas las épocas de tu vida: ahí reencontré a mis novios, novias, lámparas, cortes de pelo, mi living, ¡todo!”

De modo que sintetizar, destilar décadas de trabajo de una autora hiperprolífica en un puñado de ejes temáticos que permitan a la artista reconocerse a sí misma y al mismo tiempo ofrecer un sentido superador a quienes visitan la exposición, supone un laburo encomiable. De modo que así aparecen los bocetos y primeros trabajos tanto como los originales de Mujeres alteradas (de un grado de pulcritud y precisión casi sobrenatural) y las tiras posteriores: Superadas, Curvas peligrosas. Esta selección se complementa con salas pensadas como instalaciones –una, la sala de “sensaciones” tiene gigantografías de distintas mujeres dibujadas por Maitena y luces que se prenden y apagan alternadamente para iluminarlas según suenen llantos, risas o placeres-, y actividades pensadas casi como performances que se repartirán a lo largo de las semanas que dure la muestra. También hay una sala que incluye una suerte de cuarto oscuro que refleja el trabajo de Maitena vinculado al erotismo y en el que además invitó a sus muralistas a dejar de copiar minuciosamente su dibujo proyectado en la pared para “dibujar”, dejar que la mano y el trazo siguieran el camino que a cada quien le pedía.

También hay una sala dedicada a su proceso creativo –llamada “Ropa interior”, claro- de la que asegura que “dibujaba horrible cuando empecé, algo de gracia tenía, pero no estaba bien”. Otra dedicada a su trabajo no-humorístico (ni erótico), más vinculado a las causas sociales, a ilustraciones famosas como la de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos o el de la AMIA en la Argentina. Esa sala es interesante porque también incluye una vitrina con borradores de campañas que Maitena apoyaba avant la lettre: el derecho al aborto, el billete de Juana Azurduy, la prevención contra los incendios forestales, el matrimonio igualitario, mamá cultiva. “Son campañas de temas de los que antes no hablaba nadie y que gracias a Mujeres alteradas pude elegir hacer lo que me gustaba”, destaca.

El cierre del recorrido, al menos del recorrido tal como fue concebido por la artista y la curadora, exige atravesar un “laberinto” de ilustraciones de Maitena y, al final, una suerte de mensaje que pide develarse ante el visitante. En todo caso, se trata de una exposición que no sólo es un ensayo preciso –e hilarante- sobre el trabajo de Maitena y la situación de las mujeres en –al menos- las últimas décadas, también es una muestra de integridad y coherencia de obra a lo largo de muchísimos años de trabajo y un montón de páginas coloreadas. En cierto modo, allí Maitena sí está dibujada. Y qué bueno que pudo hacerlo.

El legado

Uno de los aspectos más poderosos de la exposición es la sala dedicada a la colectiva Línea Peluda. Es, desde luego, una muestra de generosidad notable –y poco frecuente en este u otro medio- por parte de la historietista. Desde lo simbólico supone por un lado el reconocimiento a una generación emergente de artistas que opera en lo público de acuerdo a un movimiento, unos valores e ideas con las que Maitena acuerda. Una suerte de, también, reconocer el propio legado sobre las nuevas generaciones. Aunque algunas de las integrantes de Línea Peluda apenas habían nacido cuando explotaba Mujeres alteradas en las páginas de la Para ti, es evidente que su figura gravitó tanto sobre ellas como sobre toda una generación intermedia o dos (Alejandra Lunik, Caro Chinaski, Mariela Acevedo y otras) y su figura opera como la iniciadora de un legado, una suerte de habilitación para que muchas chicas pudieran lanzarse a dibujar lo que les viniera en gana.

Pero hay otro elemento a tener en cuenta. Una historiografía minuciosa del universo de la historieta permite advertir la existencia de otras historietistas, antecesoras y contemporáneas a Maitena. Sin embargo, ninguna tuvo su reconocimiento hasta mucho tiempo después. Y peor aún, muchas veces su trabajo fue invisibilizado por décadas bajo el uso de seudónimos. Ella misma, ante la falta de modelos por ese camino, de niña soñaba con ser escenógrafa. La paradoja es que, muchas veces, las historietas firmadas por mujeres y dirigidas a ese público en las revistas comerciales de la era industrial del medio eran escritas por... hombres. De modo que Maitena creció como artista en un medio que le negaba esa historia de antecesoras. Con eso en mente, el gesto de la artista de ofrecer a una colectiva emergente una sala entera no sólo opera como reconocimiento, también como una búsqueda de establecer lazos históricos que repongan esas ausencias que ella vivió en carne propia. Maitena en Las mujeres de mi vida ya no dice sólo “de dónde vengo”. Dice “de dónde venimos”.