Tardíamente, llegada a los 70 años, descubrió (aceptó) su verdadera vocación y comenzó a hacerse conocer. De ahí también el sobrenombre que, otros, le impusieron: se llamaba en realidad Anna Mary Robertson Moses y había nacido en 1860 en una granja del estado de Nueva York. Setenta años después, una artritis le hizo dejar el bordado, su gran afición hasta entonces, y reemplazarlo, multiplicadamente, por la pintura.
Era una de los diez hijos de un pequeño agricultor. A los 12 años fue contratada y empleada en otra hacienda; a los veinte, se casó con Tomás Salmón Moisés o Moses, que como Anna Mary era un trabajador rural. Alquilaron sucesivas granjas hasta comprar aquélla en la que se establecieron. Tuvieron igualmente diez hijos, pero cinco de ellos fallecieron cuando eran bebés. Vivió la Guerra Civil y ambas grandes guerras. Y otros acontecimientos mundiales, norteamericanos y latinoamericanos, que no faltaron. Falleció poco antes del asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy, un 13 de diciembre de 1961, a los 101 años de edad, pintando, según cuentan, cerca de veinticinco imágenes el último año de existencia.
Abuela Moses retrató, sobre todo, escenas de la vida rural norteamericana y de los agrupamientos o pequeñas urbanizaciones en tal ámbito. Poco tiempo después de empezar a producir esas obras de una rara ingenuidad y popularidad, algún coleccionista descubrió su pintura en un supermercado de Hoosick Falls, cercano a Nueva York. En 1939, el distribuidor de arte Otto Kallir exhibió parte de sus originales en la Galerie Saint-Etienne de la misma ciudad. Ello atrajo la atención de los coleccionistas de buena parte del mundo, y sus cuadros pasaron a ser buscados y adquiridos a cierto precio. Sus trabajos empezaron a ser expuestos por toda la Europa occidental y también en Japón, país que la recibió especialmente bien.
Se trataba de un momento muy particular de la cultura, el arte y la plástica norteamericanos. Estaban, antes de la Segunda Guerra Mundial, tratando de encontrar raíces autóctonas y auténticas, y de crear fuentes propias, producto de sus nacionales, de su sociedad, centros autónomos que pudieran alzarse continentalmente y, además, competir en un plano de igualdad con Europa, cuna de las artes educadas, con París, núcleo e irradiadora cultural inalcanzable para ellos. Sin proponérselo, como casi todas las circunstancias excepcionales que sobrevinieron a lo largo de su larga vida, Abuela Moses interesó a los publicitarios, a los comercializadores y a los vendedores. Decenas de miles de tarjetas y cartas postales de Hallmark (una de las más grandes distribuidoras de este tipo de productos gráficos, desde 1910 hasta hoy) recorrieron el mundo difundiendo la pintura de “Grandma Moses”, lo que la convirtió en famosa al cabo de poco tiempo.
Cautivó al público de masas con sus pueblitos en actividad o en fiesta, donde todo ocupa un lugar natural, hasta los animales que, como las personas, siempre bien arregladas, se preparan para el duro invierno que ven llegar; con sus colores intensos, contrastados y brillantes, dando una visión bucólica, tranquila, de una vida sin sobresaltos, sin tensiones, sin violencia. Ella inscribe en su pintura el orden, la laboriosidad, el valor del trabajo, así entendidos por el capitalismo; de allí el optimismo y las virtudes de una Norteamérica rural, honesta, limpia, donde nació y vivió. Muchas de sus obras fueron utilizadas para tarjetas de Navidad, para anuncios de belleza y productos de cosmética. Se popularizó en el buen sentido y también en el peor. Fue, voluntariamente o no, una artista del sistema. Producto típico de la sociedad de consumo y de la ideología del “self made man”, probable o simuladamente autodidacta, probable o simuladamente “naúve”, aquélla le correspondió con creces y la consagró oficialmente una de sus estrellas.
En 1946, su pintura “The Old Checkered Inn in Summer” se presentó patrocinando una campaña nacional de publicidad para mujeres jóvenes del lápiz labial “Primitive”, de Du Barry cosmetics. Una obra de 1942, “The Old Checkered House, 1862”, obtuvo un éxito inesperado. La pintura es una escena de verano en Ginebra (ciudad ubicada en los condados de Ontario y Seneca, del estado de Nueva York, no tan común como sus paisajes de invierno. Originalmente comprados en la década de 1940 por menos de U$S 10, a la pieza se le asignó un valor de seguro de U$S 60.000 por el tasador Alan Fausel. En 1949, el presidente Harry Truman le concedió el trofeo “Women’s National Press Club” por el logro excepcional en el arte, y en 1951 actuó en SeeIt Now, un programa de televisión auspiciado por Edward R. Murrow, figura legendaria de la radio y la televisión naciente. En 1952 publicó, con gran éxito, la autobiografía titulada Grandma Moses: My Life’s History (Abuela Moses: La historia de mi vida). Para su centenario, en 1960, el gobernador de Nueva York, Nelson Rockefeller, proclamó el “Grandma Moses Day” en su honor. El personaje de Daisy “Granny” Moses, protagonizado por Irene Ryan en la popular serie de televisión rural The Beverly Hillbillies, es una suerte de homenaje a ella. Y en 1969 hubo una estampilla conmemorativa de “Grandma Moses” que reproduce su obra pictórica “4 de Julio”, conmemorando el día de la independencia de los Estados Unidos. .
Tal vez no haya que apresurarse a acusarla de nada. Acaso no sea más que una de las tantas víctimas de lo que, en su mismo tiempo, Walter Benjamin llamó, muy objetivamente, “la reproductibilidad técnica”, y de la que afirmó, en un trabajo de 1931 (“Pequeña historia de la fotografía”), entre otras tantas cosas que avizoró empezaban a desarrollarse (y de las que la actividad de la inocente Abuela hace que parezcan hechas, dichas, a su medida): “...en realidad, aproximar las cosas así, sobre todo a las masas, es en los hombres de hoy una disposición tan apasionada como su tendencia a dominar la unicidad de todo dato al recibir la reproducción de ese dato. Día a día, se impone la necesidad de poseer la mayor proximidad posible del objeto, en la imagen y sobre todo en la reproducción. Y es incontestable que, tal como lo entregan el diario ilustrado y el semanario de actualidades, la reproducción se distingue de la imagen. En esta unicidad y duración están del mismo modo estrechamente imbricadas, como lo están en aquéllas, la fugacidad y la posible repetición. Despojar al objeto de su velo, destruirle su aura, es lo que caracteriza una percepción devenida bastante apta para sentir todo lo que es idéntico en el mundo, como para ser capaz de tomar también, por la reproducción, lo que es único”. Clarividentes párrafos, repetidos casi idénticamente en el célebre trabajo “La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica”, de 1936, a los que agregó esta tesis, de poética tan benjaminiana: “La orientación de la realidad a las masas y de éstas a la realidad es un proceso de alcance ilimitado, tanto para el pensamiento como para la contemplación”.
* Escritor, docente universitario.