“Fue un disco un poco más caprichoso”, enfatiza Nahuel Briones para definir a su nuevo trabajo solista, Milagros inútiles (2022), en el que se metió de lleno a explorar sonidos, efectos y ruidos en la computadora en días de cuarentena. El resultado es un disco rabioso, fuerte, barroco, algo caótico y que persiguió una finalidad muy clara: ser honesto consigo mismo y respetar ciento por ciento su instinto creativo. 

“En este disco me arremangué e hice lo que tenía ganas de hacer. Porque construí todas las partes electrónicas, todos los sampleos y todos los audios de las violas”, cuenta a Página/12 este cantante, compositor y productor que se considera un “obsesivo” del audio. “Es el primer disco que hago con el que me disfruto como artista. En todos los anteriores había algo que no me cerraba. Pero en este disco suena exactamente lo que yo quise que suene. Y después, si genera algún tipo de incomodidad, no lo sé, era lo que estaba dentro de mi cabeza”, resalta Briones, que se presentará este sábado 15 de octubre a las 20 -puntual- en La Trastienda (Balcarce 460).

El disco, además, es breve y contundente. Son siete canciones y cada una es un mundo. Con más o con menos despliegue de metáforas, Briones logra siempre captar la atención y capturar con la misma efectividad tanto alguna escena cotidiana ("Y quiero ser, quiero ser, quiero ser tu mascota/ Para buscar tu mirada saltando/ para esperarte en la cama babeando", canta en "Tu mascota") como algún acontecimiento sociopolítico ("Mientras te hipnotiza Netflix hoy se arman/ los evangelistas/ Estamos cerca de volvernos peregrinos/ carne de fusil, papafritas que acompañan el vacío", lanza en "Internet nos cagó"). “En general, cuando me pongo a escribir una canción sé de qué va a hablar y trabajo para que diga eso. En cambio, en estas canciones, como en ‘Islas de plástico’, empecé a tirar frases, cosas que me gustaban, imágenes poéticas, que es otra forma de escribir que yo no tengo en general”, cuenta sobre el proceso de las letras.

“Los últimos dos discos que hice (Guerrera/Soldado, de 2017; y El Nene Minado, 2018) tienen un fuerte componente de una banda tocando, excepto por un par de canciones. Y un poco me aburrí de eso”, explica Briones. “Entonces, no quería hacer otro disco en donde sonara una batería, un bajo, una guitarra y un piano como si fuera un formato de banda. Tenía ganas de trabajarlo más desde otro lado y sobre todo de que hubiese instrumentos o ruidos que cumplieran la función de una batería o de un bajo, pero que fueran samples, como un trabajo más de audioarte. Y por alguna razón, los sonidos que fui encontrando y buscando fueron mucho más duros que los de una banda tocando”. El disco está lleno de capas y conjuga samples, sintetizadores y programaciones con vientos (flauta, trompetas), teclados, bajo, batería y guitarras. Pero la exploración electrónica fue el punto de partida. “Son canciones muy fuertes, extremas y bastante cargadas”, precisa.

-"Nahuel Briones hace lo que se le canta", se lee en el comunicado de prensa. ¿Ese fue el lema para este disco?

-En verdad, creo que también hubo algo de la cuarentena, de estar encerrado laburando, que a mí me hizo muy bien más allá de que obviamente el mundo no mejoró después de la pandemia; pero hay una cosa que le pasa a los artistas que tienen exposición, como los actores y los músicos, que creo que no le debe pasar tanto a los escritores y a los pintores, que es que en un momento empezás a sugestionarte con la respuesta del público. Estás trabajando para que la gente te vea, estás pensando cómo cantar en vivo. Y cuando eso se pausa te encontrás solamente con lo que vos estás haciendo: con tu arte, con el juego primigenio. Si me preguntás por qué yo me dediqué a la música es porque me gustaba ese juego. Me gusta crear cosas, componer y escribir. Y cuando está muy ligado a componer para presentarlo en vivo entro en una un poco más demagógica. En cambio, ese año, cuando pude estar componiendo para mí y haciendo la música que pudiera llegar a disfrutar y consumir, saqué un disco al que le pongo play. No me pasaba tanto con los discos anteriores.

-En las letras hay más ironía o cinismo que en los discos anteriores...

-También es un poco más poético. De todos modos, no creo que haga poesía, yo hago letras de canciones. Me empezó a pasar también que sentí que mi manera de escribir era muy directa y que estaba bueno también, tanto como para el público como para mí mismo, tomarme un trabajo distinto en las letras, no seguir escribiendo de la misma manera. Y si bien el disco tiene una cuota de cinismo, también creo que tiene algunas imágenes bellas. El disco anterior, El Nene Minado, creo que no tiene imágenes bellas, que todo lo que dice es muy directo. Y tenía ganas también de que hubiera frases ambiguas, que el público pudiera interpretar cosas distintas a las que interpreto yo y darle también la posibilidad de reinterpretar el disco.

-¿Hay algo autorreferencial en "Marciano abandonado"? ¿Estás hablando de vos?

-De mí y creo que de muchas personas más. Cuando sos más chico, hay algo de los gestos revolucionarios que tiene, por ejemplo, una banda de rock o un artista que cuando se mezclan con el comercio y el negocio no sos tan consciente de eso. Por ejemplo, una banda que cantaba cosas súper políticas y contraculturales pero con una compañía discográfica re potente que te hacía consumir eso y que igual sentías que era revolucionario. Ahora no te pasa eso, porque ya sabés que hay alguien atrás poniendo plata y que está pensado para que genere algo. Yo veo ahora las casas de ropa que tienen frases que tomaron de las marchas feministas y me parece horrible que haya pasado eso. Porque es una muestra de cómo el mercado chupa todas esas consignas y te las vende. Entonces, ese gesto pasa a ser una remera o una serie. "Marciano abandonado" habla un poco de eso que pasa con el arte en general o cómo la idea del futuro que teníamos cuando éramos chicos cambia porque de pronto vemos un presente que no nos parece tan flashero, tan rico o tan comprometido.

-¿Y te sentís representado dentro de la cultura rock?

-Creo que más que antes. Obviamente el rock me formó, no tanto la cultura rock, porque yo nací en el noventa; lo que a mí me llegó del rock es algo súper chupado por el sistema y si bien podías ver algún que otro gesto revolucionario ya estaba en las revistas y comercializado en los discos. No viví el comienzo del hippismo, que supongo que debe haber impactado de otra manera. Yo ya vi esa cosa de la pose rockera: el que sale a romper una guitarra porque la compañía le paga otra o porque es parte del show. No porque quiera generar con eso algo en las mentes de los jóvenes. Y entonces, si bien a nivel estético fui profundamente influido por el rock, en un momento me peleé un poco, me parecía que el rock era medio bobo. Medio del reviente, medio Pomelo, una cosa con la que yo no me identifico para nada. Tampoco me identifico mucho con el lobby del rock, esa cosa de "para estar ahí tenés que ir a esa joda y charlar con todo el mundo". Mis discos anteriores fueron más pop alternativo y este me parece que no tanto el sonido del álbum pero en vivo es una banda de rock. No siento que tenga esa parte de la pose. O al menos eso espero. Pero sí me gusta la estética y la fuerza del rock.

-El rock con el que creció tu generación fue el de festivales sponsoreados por marcas de cerveza y gaseosa. ¿Cómo afecta eso en el desarrollo de un músico?

-Hay algo en la profesionalización que hace que las cosas se vuelvan también más caretas. Hay una diferencia grande entre ser un artista, ser un músico o ser un profesional. He trabajado con profesionales de la música (con gente que trabaja rápido, ensaya poco y resuelve las cosas pronto) y me di cuenta que perdieron esa cosa de juntarse a tocar seis horas “porque somos músicos y queremos tocar”. Entonces, cuando empecé a chocarme contra eso me di cuenta que está buenísimo profesionalizarse en tanto que las cosas salgan mejor, pero no quiero perder la parte del cuelgue y el disfrute del arte. No quiero ser un profesional así. Entonces, lo que nosotros vimos en los noventa ya venía de los setenta, pero si ves ahora un rider de sonido de una banda de los setenta te cagás de risa porque era cualquier cosa. Porque era un estilo más o menos nuevo, con una forma nueva. Y en los noventa ya se estandarizó y encontraron la manera de venderlo más fácilmente. Ahora lo que me pasa -y quizás me equivoco- es que yo no encuentro una contracultura convocante. Hay distintos nichos y gente que dice lo que piensa, no digo que todo sea súper careta. Hay cosas interesantes, sobre todo un montón de pibas que están diciendo cosas que les pasan. Pero no veo gente que esté completamente afuera de las compañías, de las marcas, de los sponsors, de los canjes y que convoque una cantidad de gente considerable.

-En estos años se agrandó mucho la brecha entre los artistas a los que les va muy bien y a los que intentan conectar con un público y subsistir.

-En eso también es un poco responsable internet. Yo me acuerdo que hace seis años, que no vendía entradas y quizás venían 30 personas a la gorra, sacaba un video y lo veían dos mil personas ese día. Y ahora que me conoce mucha más gente y convoco mucha más gente saco un video y si no le pongo plata no lo ve nadie, no se mueve ni un play. Por supuesto que no debe pasar con gente que tiene una cosa orgánica de un montón de seguidores. No estoy diciendo que todo depende de eso, hay cosas que explotan solas. Pero me sorprende que ahora haya que remarla mucho más.

-¿Y la canción "Internet nos cagó" surge de esa reflexión?

-Hay dos cosas que fueron los disparadores de esa canción. En primer lugar, el pensamiento, que me parece que es real y que va más allá de la paranoia, de que internet nos defraudó en un par de cosas. Antes, cuando recién apareció internet me acuerdo que googleaba algo y te aparecía una página de un país africano y ahora te aparecen las cosas que yo voy a poder disfrutar. Y ahora que nuestra fuente principal de información y de cultura es el buscador de internet es horrible que te muestre solamente lo que te va a gustar, porque te volvés un idiota. Imaginate que vos te compres un diario, que ya bastante idiota te hace, y que las opiniones sean exactamente las que vos querés leer. No te hace una persona más curiosa. Es como si entraras al suplemento de espectáculos y te aparecieran solo los artistas que vos ya consumís. No vas a ver algo nuevo. Y eso anula la diversidad y la curiosidad. Antes te metías a Internet y era una conexión con el mundo. Ahora es una conexión con tu propio cerebro.

-¿Y la otra cosa?

-Y la otra cosa por la que escribí la canción es que algo que me fascina es la forma de escritura que tiene el género conspiranoico de la literatura online. Y que tiene una forma: mucho texto, pocos puntos, todo seguido, mucho de "yo tengo la posta y vos no lo estás viendo" o "abran los ojos, vean lo que está pasando". Con las vacunas re pasó eso, gente diciendo: "¿Cómo no se dan cuenta?". Entonces, me parecía que estaba bueno hacer un texto que hablara mal de internet y que por supuesto se iba a publicitar por internet porque el tema está en Spotify. Me gustaba que la forma de escritura del tema fuera medio conspiranoica, quizás un poco más progre o de izquierda.

-Y en relación al título, ¿qué es un milagro inútil? ¿Hacer una canción?

-En el disco quiero reivindicar todo lo que nos hace bien y no es productivo dentro de este sistema. Porque sin dudas el arte me parece que es algo de eso, más allá de que es plausible de generar dinero. Vos podés generar dinero con el arte o no. No es como ponerse un kiosco o un almacén cuyo fin es solo generar dinero o meterte en el mundo de los bitcoins. Tener una banda a la que le va súper bien y que toca siempre las mismas canciones también es más productivo que hacer lo que se te canta el orto. Y dentro de las cosas que nos súper emocionan ninguna genera plata, como el amor. Por supuesto que todo lo podés comercializar, pero no en esencia. O sea, que alguien te ame no lo podés comprar, sí que alguien te mime, pero no es lo mismo. Y la música, el arte, la poesía, la amistad, el placer físico no son productivos. De hecho, en las ciudades grandes como Buenos Aires cada vez la gente tiene menos tiempo para esas cosas improductivas. ¿Viste lo difícil que es organizar una reunión con amigos? ¿En qué momento nos corrimos tanto de eso que nos hace bien? Entonces, quería valorar eso que no valora el mercado y el capitalismo.

(Imagen: Leandro Teyssseire)

 

Tristeza y otras cuestiones

El disco finaliza con "Todos los días son míos". Es una de las canciones más viscerales y autorreferenciales del disco. Arranca con la voz contenida de Briones y se va pudriendo en el transcurso de la canción hasta culminar con un largo pasaje instrumental electrónico. "Hay días en que puedo conectar/ hay días en que no/ Hay días en que todo sigue igual/ hay días que es peor/ Todos los días son míos", canta Briones con desolación. "Lo que me gustaba remarcar de esa canción es la frase que dice ‘acá hay que pagar hasta el dolor’”, destaca el músico. “Yo quería hacerme cargo, en primer lugar, que tengo depresión y que hay días en los que estoy un poco bajón y otros en los que estoy mejor. Pero que hay algo, que tiene que ver con una culpa de clase, que es que todos los días son míos igual. El día que no me puedo levantar y me quedo en la cama lo puedo financiar. Y si no lo mantengo yo alguien me va a ayudar a hacerlo”, sostiene.

 

“No estoy diciendo que la depresión sea un privilegio ni nada de eso, pero sí creo que poder expresar eso y compartírselo a un público en una canción o un libro es un poco un lujo burgués", continúa. "Porque cuando estaba muy bajón y no me podía levantar de la cama lo que más pensaba es cómo hace para ir a laburar una persona con esa tristeza. También entiendo que el trabajo muchas veces es un escape, pero cuando encima el trabajo que estás haciendo te parece horrible y estás re triste no sé cómo se hace para soportar eso. Entonces veo mucho en los artistas en general esa cosa desfasada de la realidad de decir ‘me pasó tal cosa y estuve diez meses sin tocar y aprendí tal cosa’. Está buenísimo, pero nadie puede estar diez meses sin trabajar. Y eso habla de un lugar de privilegio. No digo que estar triste sea un privilegio, pero sí lo es poder cancelar todo. Yo no conozco ningún obrero que te diga que se tomó diez meses sabáticos”.