A comienzos de octubre, el Presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, firmó un conjunto de regulaciones mediante las cuales busca impedir que China pueda comprarle a Occidente semiconductores avanzados (chips) o el equipo necesario para fabricarlo. Las normativas incluso prohíben a cualquier ingeniero o científico estadounidense colaborar con las empresas de China en la fabricación de chips sin una aprobación específica.
El columnista del New York Times Thomas Friedman explica la situación en forma sencilla. “Es la lucha por los semiconductores, cimiento tecnológico de la era de la información. La alianza que diseñe y fabrique los chips más inteligentes del mundo también tendrá las armas de precisión más inteligentes, las fábricas más inteligentes y las herramientas de computación cuántica más inteligentes, capaz de quebrar prácticamente cualquier forma de codificación. Hoy Estados Unidos y sus aliados lideran esa alianza, pero China está decidida a alcanzarlos, y ahora Estados Unidos está decidido a evitarlo”.
Al mismo tiempo que se disputa en Ucrania una guerra con armas del siglo pasado entre Rusia y Occidente, la economía norteamericana parece haber entrado definitivamente en un segundo campo de batalla: la carrera por dominar las innovaciones y la tecnología del futuro. Friedman asegura que la potencia del Norte no tiene una tarea sencilla por delante y lo resume con un refrán: “nunca te pelees con Rusia y China al mismo tiempo”.
En disputa
La potencia asiática no es un rival cualquiera para Estados Unidos en la disputa por dominar la biotecnología, la inteligencia artificial, la ingeniería de materiales y el flujo de datos con técnicas de frontera.
La planificación estatal le permitió a China crecer durante las últimas décadas a pasos extraordinarios en la creación de nuevas tecnologías y realizar importantes inversiones en innovación y desarrollo. “La innovación tecnológica se ha convertido en el principal campo de batalla del juego estratégico internacional”, mencionó el presidente de China, Xi Jinping, en un discurso del año pasado ante referentes de la comunidad científica de ese país.
El semanario inglés The Economist realizó la semana pasada una cobertura especial sobre la carrera entre Occidente y el Gigante asiático por fomentar la innovación. “Para permitir una comparación adecuada de las sumas dedicadas a la innovación en ambos lados del Pacífico, el equipo de The Economist ha sumado el gasto empresarial en I+D, inversión de capital de riesgo, financiación gubernamental directa y, para tecnologías avanzadas, financiación implícita a través de subvenciones, y restado la superposición entre estas categorías”, aclara el informe.
Este cálculo indica que Estados Unidos mantiene una ligera ventaja, gastando alrededor de 800 mil millones de dólares o el 3,8 por ciento del PIB en 2020. Eso se compara con alrededor de 660 mil millones en China después de ajustar las diferencias en el costo de vida, o el 2,7 por ciento del PIB.
Velocidad china
Sin embargo estos datos vistos en forma aislada no resultan relevantes, porque dicen poco sobre la tendencia. Lo impresionante es la velocidad con la que China aumentó su gasto en investigación y desarrollo en las últimas décadas. Desde los noventa, se multiplicó por más de 25 veces, mientras que en Estados Unidos se multiplicó por 3 veces.
El semanario inglés lo pone en estos términos. “El gasto de China está creciendo mucho más rápido que el de Occidente. Las inversiones de China también están más coordinadas. Aunque su gobierno y el de Estados Unidos asignan directamente solo alrededor del 15 o 20 por ciento del gasto del país en innovación, las empresas estatales y los subsidios industriales aumentan enormemente la influencia del Estado en China”.
Una forma concreta de observar la situación es que la economía china impulsó la creación de más de 2000 fondos de orientación de inversiones en los que participa con financiamiento estatal junto al capital privado. Por ejemplo, desde 2014 comenzó a invertir en semiconductores a partir de esta estrategia, con un “Gran Fondo” de alrededor de 20 mil millones de dólares. La segunda iteración del fondo ha recaudado casi 30.000 millones de dólares. El Estado es ahora el mayor inversor de China en capital de riesgo y capital privado, contribuyendo con más del 30 por ciento del total.