“Pina tenía los ojos más penetrantes. Nunca nadie me había mirado de esa forma. Todo lo que pretendía ser desaparecía bajo su mirada. En cambio, ella vio algo que yo temía porque aún no lo conocía”. Eso dice uno de los bailarines de la Tanztheater Wuppertal, histórica compañía de Pina Bausch, en el documental que Wim Wenders realizó en su honor en 2011. El arte del programa de mano de la Obra del demonio, inspirada en la coreógrafa alemana que puede verse de jueves a domingos a las 20 en el Teatro Cervantes tiene, curiosamente, un ojo gigante en el centro, un elemento que también aparece en la notable puesta dirigida por Diana Szeinblum e interpretada por algunxs de lxs referentes más destacados de la danza argentina.
Cuando le propusieron el proyecto, Szeinblum dudó porque sentía que era un regreso al pasado en relación al avance de su trabajo. No se sentía alejada de las enseñanzas de Pina, pero sí de sus prácticas. Esta obra implicó volver a aquellas primeras creaciones que registraban una gran influencia del trabajo de Bausch como Secreto y Malibú o Alaska. “Fue volver a algo muy querido y ahora, con la obra hecha, me doy cuenta de que es un lugar en el cual me siento muy cómoda”, confiesa en diálogo con Página/12 quien a los 15 años estaba sentada en la Martín Coronado viendo a Bausch y diez años después, en 1990, bailando bajo su dirección como intérprete de la FTS.
Alina Marinelli, integrante del elenco, expresa una incertidumbre similar ante la propuesta, y asegura que si bien tiene una profunda admiración por la obra de Bausch y lo que significa para la danza, se sentía bastante alejada de “sus intereses, su modo de producir y sus construcciones, entonces era un gran desafío”. Iván Haidar, otro de los bailarines, define a Pina como una referente universal que, además, representa algo muy popular a los ojos de quienes no consumen danza. “Personas que no saben quiénes somos nosotros saben perfectamente quién es Pina Bausch. Es un ícono. Fue difícil invocarla; la estudiamos, la observamos y nos acercamos a ella para revisitar su obra. Ahí nos dimos cuenta de que ya hizo e inventó todo”.
Pero la propuesta era tentadora porque significaba un acontecimiento en varios sentidos: por un lado, es la primera vez que un proyecto de danza de esta magnitud ingresa a la sala María Guerrero (a excepción de algunas experiencias en 2009); por otro, es la primera mujer que protagoniza el ciclo Invocaciones dirigido por Mercedes Halfon y Carolina Martín Ferro, por donde pasaron Jarry, Artaud, Brecht, Stanislavski y Lorca (estos dos últimos con obras en cartel). “Sentimos que estamos corriendo un límite y haciendo política al poder pisar por primera vez el Cervantes. Esto se lo debemos a Sebastián Blutrach, la persona a la que le tocamos la puerta y dijo que sí”, subraya Szeinblum, y celebra cosas que deberían ser obvias pero –sobre todo en la danza– no lo son: poder tener producción, cobrar un salario por su trabajo y poder abrir las puertas del teatro público para el sector.
Sus participantes aseguran que el título es muy atinado y se resignifica todo el tiempo al dar cuenta de ese monstruo que muchas veces encarnan las grandes estructuras del Estado. Szeinblum dice: “Esta es una obra del demonio, lo digo en serio, fue un trabajo duro y sustancioso a la vez”. Haidar sostiene que “nunca nos da paz y sacarlo a la luz fue realmente parir un proyecto”. Marinelli define la pieza como “travesía endemoniada” y declara: “Fue un proceso muy interceptado, difícil y agotador que inició en 2019 y se materializó en 2022, con una pandemia de por medio y todas sus consecuencias. Quedó expuesta la fragilidad de la cultura en nuestro país, sobre todo en danza. A la vez, hubo mucho sostén, acompañamiento y dedicación a nivel colectivo, algo que me llevo como un tesoro de esta experiencia. Sostuvimos, abrazamos y sacamos a flote el proyecto entre todes con amor, paciencia y perseverancia”.
La apuesta era arriesgada también en relación al público más habitual del TNC, que no está acostumbrado a encontrarse con este tipo de propuestas. Diana era consciente que debían montar un espectáculo –algo a lo que no están tan acostumbrados– y considera que esta obra es “bastante fácil para el espectador porque tiene mucha belleza e imagen, es más llevadera que un tipo de danza más abstracta, experimental o performática”. También sostiene que la disciplina siempre demanda un espectador activo, necesita del cuerpo del otro, sus sentidos y una entrega a aquello que no tiene palabras: “Uno tiene que construir su propia narrativa, que no es la típica narrativa literaria con la que estemos familiarizados de principio, medio y fin”.
Obra del demonio apela a todos los sentidos, pero ver un vestuario bonito no es lo mismo que observar el movimiento de un cuerpo y escuchar un diálogo no es lo mismo que oír el ritmo de una respiración agitada o el golpe de ese cuerpo rebotando contra el suelo. La puesta retoma algunas de las piezas más conocidas de Bausch como Café Müller o La consagración de la primavera, las comenta, pero crea algo nuevo de la mano de la música de Ulises Conti y un extraordinario trabajo de Eduardo Basualdo en el concepto escenográfico. Les intérpretes explican que la idea era evocar el mundo de Pina desde la emoción, las imágenes y los sentidos pero de una manera situada, con foco en la contemporaneidad: “Había que saber cuál es nuestra cosmovisión para poder utilizar sus procedimientos, entender cómo y desde dónde trabajaba ella para poder aplicarlo a nuestro proceso”, dice Haidar.
Uno de los requisitos de Szeinblum a la hora de convocar artistas era que todxs fueran coreógrafxs y creadorxs además de intérpretes. La directora define los encuentros de 2021 como “un mes de delirio” en el que hubo una gran escucha comunitaria. “Son grandes improvisadores y a partir de ahí fuimos entendiendo de qué iba la obra. No hice lo de las preguntas que solía hacer Pina porque me interesaba encontrarme con los mundos de ellxs más que preguntar sobre esos mundos. Hoy el abanico es mucho más multifacético que en aquella época, cuando Pina preguntaba sobre el amor o la verdad. Esas preguntas hoy están un poco demodé y la idea de pregunta ya es un poco binaria”. Marinelli asegura que hubo un gran margen para explorar, probar e investigar y concibe la pieza como la muestra de una multiplicidad de materiales y universos.
“Crear danza supone crear contextos”. La frase de Haidar se inscribe en el marco de las históricas luchas del sector por una ley, un instituto y un sindicato que defienda sus derechos en tanto trabajadores. Szeinblum suele manifestar que los proyectos que imagina casi siempre terminan materializándose en el exterior, y asegura que la danza argentina debe seguir luchando por un lugar porque tiene mucho para decir. Ojalá esta Obra del demonio sea el puntapié para que sus proyectos y los de otrxs creadorxs puedan tomar forma tal como los pensaron en suelo argentino.