Revolear la reducción de impuestos como bandera electoral pero no dar quórum para bajar el impuesto a las tarjetas de crédito es demagogia. Rechazar el diálogo con estudiantes que plantean reclamos razonables y criticar al peronismo por falta de diálogo, es demagogia. Apresurarse a reconocer públicamente una relación personal que compete a su vida privada es terror al espionaje de sus adversarios en la interna del PRO. Horacio Rodríguez Larreta trata de instalar su candidatura en esa trama de falsas promesas y miedo al carpetazo.
Entre las dificultades del oficialismo por la situación económica, la oposición también afronta sus límites. Los colaboradores de Mauricio Macri hicieron un libro –y lo firmó él, que nunca demostró haber leído alguno-- con la descripción truculenta de cómo se destruye un Estado nacional.
La flamante primera ministra británica Liz Truss, una ultraliberal como Macri, escribió un libro parecido con su íntimo amigo, el afrobritánico Kwasi Kwarteng, a quien designó como ministro de Economía. El libro se llamó “Britannia enchained”. Apenas anunció lo que también dice Macri que hay que hacer, Kwarteng pasó a convertirse en el ministro de Economía que menos duró en toda la historia de Gran Bretaña. Tres semanas después de anunciar que bajaría impuestos a los ricos y recortaría al Estado, se desplomaron la libra, los bonos y la imagen de la ministra.
Los ilusos que asisten a los coloquios de IDEA han vivido la experiencia similar aquí en la Argentina durante el gobierno de Macri. Sin pandemia, sin guerra y sin deuda, Macri les hizo perder plata pero insisten con las mismas recetas y obstaculizan las propuestas que buscan fortalecer la demanda y el mercado interno y que además generan estabilidad porque son populares.
Argentina, un campo de batalla
La aplicación del libro de recetas de liberalismo crudo que propone Macri convertiría al país en un campo de batalla. Aunque ganara las elecciones con muchísima diferencia, en poco tiempo tendría que poner a la policía, la gendarmería y hasta las Fuerzas Armadas en la calle para reprimir. El que crea que es una imagen exagerada tendría que haber escuchado a Patricia Bullrich en el canal de Macri, cuando dijo esta semana que convocaría a las Fuerzas Armadas para la represión interior. “Ahora no –aclaró, por las dudas-- porque no tienen entrenamiento, pero en seis meses, los pongo en la calle”.
Lo dijo por los mapuches y mañana será por los ahorristas y después por los metalúrgicos y los estudiantes. Sería interesante ver a los sabelotodos de IDEA haciendo negocios con el país en llamas. Todo el despropósito de la ultraderecha liberal que encarnan Javier Milei, Patricia Bullrich y Mauricio Macri, más las figuras de segunda línea que los siguen, desemboca a mediano plazo en golpes militares, dictaduras que deberán sobrepasar a los gobiernos civiles con la excusa de la represión a las protestas.
Está demostrado que las sociedades no se doblegan ni ante las dictaduras más feroces como la que gobernó Argentina hasta fines de 1983. Es el futuro que promete Macri. Una cosa es creer que los únicos actores productivos de la economía son los empresarios, que hacen el favor de pagarles un salario a los trabajadores, como pareciera que piensan los que asisten a los coloquios de IDEA. Y otra cosa es llevar esa idea simplista y mezquina a la ejecución de políticas que se deducen de ella y que dejan fuera del sistema a millones de personas. Macri dijo que un líder que encabece ese programa debe estar listo para bancarse los muertos que produzca la represión. Entiende la política como una forma de violencia.
El dinero y la violencia
Se está hablando de sociedades sumidas en la violencia. Es un lenguaje de violencia. ¿Por qué será que a nadie le sorprende que empresas de hermanos del exministro Luis Caputo hayan pagado millones de pesos al organizador de uno de los grupos políticos más violentos como Revolución Federal? Los vínculos que establece el lenguaje violento se verifican en los vínculos del dinero. Y los vínculos del dinero se verifican en la coincidencia del blanco de sus odios, que en este caso era Cristina Kirchner como líder de un movimiento popular.
Las propuestas de Milei y el ala dura del PRO implican un retroceso civilizatorio, no porque sean elementales y hasta grotescas, como cuando hablan del libre comercio de órganos, sino porque van de la mano de la violencia. Por eso necesitan naturalizar el discurso de odio que la justifique y financian pequeños grupos como los que hacen escraches y vociferan insultos y amenazas.
La experiencia histórica demostró que finalmente fracasan. Es la historia de este país. En un país que tiene tantos golpes militares apoyados por grandes empresarios en su historia reciente, estos personajes responsabilizan por los desastres a los pocos gobiernos democráticos que hubo. Lo hace Macri y también Milei. Todos los golpistas tuvieron ministros de Economía que pensaban como ellos, pero culpan a los gobiernos democráticos porque según Macri, “la sociedad argentina es una de las más fracasadas”.
La política del carpetazo
La noción de poder autocrático está tan atada a estos discursos, que Macri tiene una causa por hacer espiar a los familiares de los muertos en el hundimiento del ARA San Juan, a empresarios y opositores, pero también a sus socios políticos, entre ellos el jefe de gobierno de la CABA, Horacio Rodríguez Larreta que ahora compite por la candidatura presidencial del PRO como referente de su ala moderada.
El miedo al carpetazo que provenga de alguien tan dedicado a espiar al prójimo tiene efectos políticos. Es difícil entender la actuación de esta semana de Larreta en público. Fue evidente que la pregunta del periodista estaba preparada y que por alguna razón, Larreta necesitaba instalar en público su actual relación amorosa, algo que sólo le incumbe a él y no tiene ninguna relevancia política. El miedo es una herramienta que impone su propia lógica a quien la utiliza. No es que se usa con algunos y con otros no. Una vez que el miedo se toma como forma de coacción, se aplica hasta en la propia familia. Más allá de lo que decida esta Justicia tan cuestionada, Macri debería explicar la proliferación de denuncias que recibió por espionaje.
Larreta se presenta como el ala moderada de la derecha. Pero la reacción de su gobierno frente a los reclamos de los estudiantes secundarios demuestra que no es el énfasis, sino las ideas las que imponen la acción. La lección que Larreta quiso darles a los estudiantes secundarios de su distrito es que a través del diálogo no se gana nada. Que gana el más fuerte.
Esta situación se relaciona con la del colegio privado de Pilar que dejó sin plaza a ocho chicos con discapacidades porque “bajaban el nivel de las clases”. Es la misma lección que recibieron los chicos que asisten a esa escuela: el mundo se rige por el sálvese quien pueda, que es la ley de la jungla, donde ganan los más fuertes, que en ese caso son los chicos que no tienen discapacidad. Si la escuela hubiera aceptado a los otros chicos, el aprendizaje hubiera sido el opuesto: la solidaridad y la posibilidad de aprender entre todos.
No es un problema de matiz, de halcones o palomas, sino de la ideología que profesan y de la idea de país o de mundo que se desea. De la misma forma se manifestó esa ideología cuando el PRO impidió que se elimine el impuesto a los consumos por tarjeta en CABA, que afectan a 1,7 millones de porteños. Cuando el PRO habla de bajar los impuestos, habla sólo de bajar impuestos a los ricos.