Un sueño, una pesadilla
“Hay distintas maneras de llamar la atención en el vecindario: cubrir cada centímetro de tu casa con garabatos en blanco y negro es, sin lugar a dudas, una de ellas”, señala el Washington Post a cuento del reciente proyecto de Sam Cox; “un sueño de infancia hecho realidad”, a decir de Mr. Doodle, tal el descriptivo nombre artístico de este inglés de 28 años que justamente se dedica a hacer garabatos. En 2019 compró una mansión de trece habitaciones en Kent, que al año siguiente convirtió de cabo a rabo en un lienzo en blanco, para luego proceder a intervenir cada rincón de su hogar con sus característicos dibujitos: desde las sábanas de los dormitorios hasta las escaleras, el asiento del inodoro, los utensilios de cocina, las pantallas de las lámparas, el mousse de la computadora. Todo, absolutamente todo lo ha intervenido. “Para mí, es la forma más natural de crear arte y el proceso más instintivo cuando tomo un bolígrafo y empiezo a dibujar”, dice Cox, al que le llevó dos años finiquitar este proyecto titánico y monocromático, usando en el ínterin unos 900 litros de pintura blanca, 401 latas de pintura negra en aerosol y 286 tachos de pintura negra para dibujar. Claro que los patrones repetitivos no han encontrado el aplauso unificado del público; alguna gente en redes describe la casa como una “pesadilla”, una “monstruosidad” que induce mareos. Y están las palabras del rotativo The Guardian, que ha anotado: “Es como vivir en una eterna migraña”. Temática, eso sí, porque cada espacio responde a un tópico; por ejemplo, el océano para el baño, sueños para el dormitorio, cielo e infierno para la escalera... Lo más increíble es que el tipo está casado, y la mujer, que también es artista, asegura estar encantada con cómo ha quedado la mansión. Aún más: dice que la encuentra relajante y, por eso, le ha pedido a su esposo que también le garabatee el coche. El amor, en fin.
¡Qué cara la madera!
Obvio es decir que la compañía Disney sabe muy bien cómo hacer caja, sacándole provecho a todas y cada una de sus iniciativas, sean películas, series, personajes, etcétera. Así las cosas, en su afán recaudador, quizá se les haya ido un poquito la mano con un souvenir de edición súper limitada que acaba de poner a la venta: unos cachos de madera. Sucede que en Disneyland –histórico parque de diversiones de Anaheim, California, único de la franquicia que fue originalmente construido bajo supervisión de Walt– refaccionaron recientemente una de sus atracciones más visitadas, la dedicada a la saga de Piratas del Caribe, donde otrora dos bonitos árboles recibían en el ingreso del juego. Pero lamentablemente los ejemplares enfermaron y, en tareas recientes de mantenimiento, han tenido que quitarlos, estando ya en las últimas. Por supuesto, no los iban a tirar sin más pudiendo volverlos piezas ¡de colección! ciertamente rentables. Et voilá el Eureka: cortar los troncos en pedazos y ponerlos a la venta en la tienda de recuerdos. En efecto, ahora los más acérrimos fanáticos pueden hacerse de una parte del icónico paseo de Piratas del Caribe por la pichincha de... 6500 dólares el trozo. Según un comunicado oficial, fue una tal Rhonda Wood, guardabosque urbana y empleada del parque durante 25 años, quien tuvo la ocurrente idea de convertir estos ejemplares –higueras, para más precisiones– en souvenirs. No hay tantos, por obvias razones: en total 45 unidades están disponibles, y cada una trae unas placas que cuentan la historia del árbol en particular y su relación con la atracción turística, desde el año en que echó raíces hasta la última vez que floreció sin inconvenientes. Desde Disney aseguran que la pieza seudoartística, que han bautizado “Pirates of the Caribbean Heritage Timeline”, brinda a los fans la chance única de apreciar la belleza de la naturaleza que los rodea. Naturaleza muerta, en todo caso, de un contexto poco orgánico, y encima por un fangote de guita.
Volver a vivir
“Si tu próximo tatuaje pudiera tener un impacto positivo, genuino y duradero, ¿no lo considerarías?”, plantan el desafío las mentes creativas detrás de Sea Shepherd, una organización internacional sin fines de lucro dedicada a la conservación marina, que opera con campañas de acción directa para defender los océanos del mundo. “Extinct Ink”, su más reciente proyecto, va por esa vía: creado en colaboración con la boutique Fred & Farid New York, invita a la gente a usar su piel para recordar animales extintos; tatuándose, sobre decir, fauna marina que ha cesado de existir. Según Sea Shepherd, todo el mundo conoce una media de diez mil personas a lo largo de su vida; dado que el arte corporal es permanente y suele ser un tópico que abre conversación, redundaría en “Diez mil oportunidades para educar y generar conciencia”, acorde a la mentada ONG. Que ve a los comprometidos tatuados como “embajadores de por vida de la causa”, porque –como plantea Paul Watson, fundador de la entidad, con palpable entusiasmo– “lo que es tan poderoso de un tattoo es que difunde nuestra misión para siempre, no solo durante un mes, una semana o un día”. Cuenta Stephen Carballo -tatuador de Los Ángeles que forma parte de la campaña- que los animales extintos no suelen ser los pedidos más clásicos que suelen escucharse, pero, mal que pese, opciones no faltan. Recuerda, de hecho, algunos ejemplos de “especies olvidadas y extinguidas”, como el Evarra bustamantei, pez nativo de México extinto desde los '80; el Baiji, o “delfín del río Yangtze”, especie de aletas blancas del este de China que desapareció a comienzos de la década del 2000; el Zalophus japonicus, león marino japonés que se extinguió en la década de 1970; etcétera. Según recalca Sea Shepard, se trata de animales dejaron de existir debido a la caza, la contaminación o la pérdida de hábitat, todas razones trágicas y evitables.
El teléfono misterioso
Que un ya casi obsoleto teléfono público en plena calle de Beijing, China, sonara y sonara un sábado del pasado mes de julio, causó inquietud entre transeúntes; en especial cuando, tras contestar los más valientes (o curiosos), escuchaban del otro lado de la línea voces de zozobra que describían situaciones de miedo, de aislamiento, de angustia. Ninguna maldición, empero, pesaba sobre el mentado teléfono, que volvió a sonar el sábado siguiente, y el siguiente, así durante un tiempo; siempre a la misma hora, entre las 3 y las 5 de la tarde. Una de las personas –no espíritus– que llamaba insistentemente era Hong Yu, mujer de carne y hueso de la isla de Gourd, que apesadumbrada, desesperada relataba a quien escuchase: “El aire aquí está atravesado por un fuerte olor que recuerda al de las almendras. En casa apenas podemos respirar. Me duele la garganta todo el tiempo, es como si alguien me estuviera estrangulando”. ¿Por qué Yu y otras/os residentes de la mentada ciudad costera, a cientos de kilómetros de Beijing, marcaban al teléfono público, contando las malas condiciones de vida? Para denunciar que durante años han sufrido de la contaminación severa que causa una fábrica de zinc y varias empresas de pesticidas y productos químicos de su isla. No fue suya la idea, sin embargo: detrás de estar suerte de instalación artivista está Nut Brother, artista chino conocido por su militancia ambiental a través de performances atípicas (en ocasiones pasadas, ha aspirado el polvo de la capital de su país para convertir las partículas en ladrillos, ha transformado un río contaminado en una “sopa” lanzándole pimientos de juguetes, por mentar algunas de sus obras). Consciente de que el ruego de años de la gente de Gourd era sistemáticamente desoído, cuando no bloqueados y censurados sus reclamos, decidió orquestar los llamados al fono público, esperando que el tema circulara de algún modo en la opinión pública. Las cosas, mal que pese, no salieron precisamente como esperaba: a las pocas semanas de empezar el experimento, la citada Hong Yu fue detenida por la policía durante 24 horas, y tras ser liberada, rauda subió un mensaje a sus redes afirmando que lo de la contaminación era un patraña, que lo había inventado para conseguir seguidores. De hecho, terminaba disculpándose y agregando que “la vida es la isla de Gourd es realmente muy buena”, posiblemente bajo coerción, amenaza de sanciones. Aún así, los esfuerzos de Nut Brother y compañía parecen haber dado ciertos frutos: las autoridades locales aseguran que han iniciado una investigación sobre 21 fábricas que emiten gases tóxicos, incluso las han obligado a suspender momentáneamente sus operaciones. Lo que temen los isleños es que la actividad contaminante se reanude una vez que se disipe la atención del tema; es más, creen que las fábricas siguen operando en secreto, durante la noche. Más allá de lo que suceda, lo único certero es que la línea directa que inquietó a algunos hoy día ha sido desconectada. Periodistas de la cadena NPR que dieron la noticia, intentar llamar y corroboraron que, desde fines de septiembre, ese teléfono ya no suena.