Brasil hierve en las calles, en cada casa, en cada tribuna. El fútbol representa con su poder amplificador una pintura de la batalla por el sentido que se está dando. Parece un cuadro de Goya o de Cándido López que muestra fusilamientos públicos o soldaditos dispuestos al combate. A la derecha avanza la tropa de Bolsonaro en un orgasmo de barbarie que representó mejor que nadie un ex futbolista, Fabricio Manini. De los clubes Ceará y Fortaleza, para más datos. Les pidió en su Instagram a los votantes del führer tropical pasarles por encima con un auto a los mendigos y hambrientos. Es el fascismo social del que habla el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos. Se florea en estos días de tensión in crescendo.
Neymar y su apoyo en Tik Tok al presidente quedó hecho un poroto. La cara oculta, la que no expresa la gente con su proverbial alegría, con el samba y el carnaval, es esta escoria que brota de las alcantarillas. Enfrente hay otro fútbol movilizado detrás de la candidatura de Lula. La democracia corinthiana, aquella de Sócrates, cuyas banderas flamearon en el acto que cerró la campaña del PT y sus aliados en San Pablo. En las torcidas (hinchadas) también se juega la definición electoral. Un campo simbólico con significantes muy fuertes, que el propio militar aprovechó. Impuso la moda de ir a votar con la camiseta verdeamarela de la selección nacional.
Manini dijo lo que dijo y más tarde pidió disculpas cuando se frustró por el desenlace del primer turno (48,43 % para Lula y 43,20 para su referente político). Había escrito en su red social: “Después del resultado de la primera vuelta de las elecciones, espero que todos los votantes de Bolsonaro, como yo, cuando encuentren a alguien hambriento o pidiendo comida, no ayuden. Pásale el carro por la cabeza para que el país no tenga más gastos con estos gusanos”.
Su arrepentimiento no evitó que un sacerdote católico de San Pablo, el padre Julio Renato Lancellotti, lo expusiera en las redes sociales como un mal cristiano. El exjugador había posteado: “Jehová es mi pastor y nada me faltará”, con la fórmula dialéctica que tantos dividendos le dio a Bolsonaro desde que ganó los comicios de 2018. Manini eliminó después su perfil en Instagram por las réplicas que le dedicaron a su incitación al odio. Una marca de época que no pudo enmendar. “Gente, me expresé mal, pido disculpas, momento de enojo, cada uno tiene derecho a elegir a su candidato”, comentó, pero no les pidió perdón a las víctimas de su verborragia impiadosa.
Fútbol de derecha
José Luis Lanao, ex campeón mundial juvenil del ‘79, escribió en estas mismas páginas el 7 de octubre: “Desengáñense. El fútbol de hoy es de derecha”. Dio argumentos sobre una élite que definió como “una fábrica de futbolistas de alta gama” y en el caso de Neymar, recordó que se volvió pregonero de la candidatura de Bolsonaro por un “supuesto beneficio que recibió su padre por quedar exento de pagar una multa de 88 millones de reales (unos 17 millones de dólares) por defraudar al fisco en los ejercicios de 2011 y 2013”.
El coro de ángeles de la pelota que acompaña al ultraderechista en su segunda campaña presidencial es “assustador” (en portugués), como dicen en Brasil. El senador Romario, un saltimbanqui de la política sólo fiel a su bolsillo, apoya desde el Congreso. Su transformismo no ha sido solo en su condición legislativa. Migró del Partido Socialista Brasileño a Podemos y de éste al Liberal (PL) de Bolsonaro. Un hecho bastante común en su país donde las distintas fuerzas –con excepción del PT o ciertas izquierdas– son demasiado volátiles.
Lo que perdió el Baixinho es su conciencia de clase. Del pibe favelado que fue, incluso del congresista que contribuyó a denunciar la corrupción del FIFA Gate, mutó a incorregible personaje del jet set carioca. Para los días previos a la última Navidad, mientras el sistema sanitario todavía contaba los cientos de miles de muertos por Covid-19, se pavoneaba en las redes sociales con una más de sus intervenciones estéticas en una clínica.
Más larga que la lista de Tité
La lista de futbolistas activos o retirados que declaró su adhesión a Bolsonaro, sin analizar siquiera los efectos devastadores de la pandemia por su indulgencia burlona, es insoslayable. Ronaldinho, Rivaldo, Cafú, Edmundo, Julio Baptista y Robinho entre los primeros. Y además de Neymar –cuyo Instituto benéfico fue visitado en plena campaña por el militar– le mandaron buenas vibras al candidato Dani Alves, Felipe Melo, Thiago Silva y Lucas Moura. Manini le agregó una dosis de horror a la lista con su arrebato de aporofobia, neologismo con el que se define el desprecio a los pobres.
Pero no todos los deportistas bolsonaristas provienen del fútbol. Uno de los máximos ídolos del automovilismo brasileño, Emerson Fittipaldi, - bicampeón mundial de Fórmula 1 – es de sus incondicionales. También es coherente. Se presentó como candidato a senador por Fratelli d'Italia, de la neofascista Giorgia Meloni, en las elecciones de Italia. Aunque perdió la banca para los emigrados de la circunscripción de América del Sur que retuvo un argentino: Mario Alejandro Borghese.
Futbolistas vs artistas
Los andamios deportivos en que el presidente negacionista sostiene su candidatura son tan fuertes como los que tiene Lula en el mundo artístico. Comparado con aquel, el líder del PT mantiene un respaldo más módico y no tan efusivo entre los futbolistas. El movimiento más grande que sigue al expresidente fue una creación de Sócrates, ese gran jugador que se plantó ante la dictadura militar para denunciarla y falleció en 2011. La democracia corinthiana salió a la calle y se hizo notar en el cierre de campaña sobre la céntrica avenida Paulista. Raí, el hermano menor de Sócrates e ídolo del San Pablo, y Walter Casagrande, otro exjugador de la selección nacional y comentarista deportivo, apoyan a Lula.
También está muy claro lo que piensa Juninho Pernambucano: “Me revuelco cuando veo jugadores y exjugadores de derecha. Nosotros venimos, somos pueblo. ¿Cómo vamos a ponernos del otro lado? ¿Vas a apoyar al fascista Bolsonaro, hermano?”, se preguntó hace tiempo el actual director deportivo del Olympique de Lyon.
A diferencia de Manini, cuando se enteró en 2020 que dos individuos habían atacado a un mendigo en una calle del estado de Mato Grosso, Juninho se puso a su disposición y le ofreció un abogado. “Qué cosa más repugnante. El ciudadano de bien brasileño es el traficante de esclavos moderno”, declaró. De una generación más joven, Paulinho, figura del Bayer Leverkusen alemán, se jugó el 19 de septiembre con un tuit más filoso que sus gambetas: “Amor a la patria, un carajo. Amor al pueblo. Si no es en nombre del pueblo, no es en nombre de la patria. ¡Lula en la primera vuelta! Fuera Bozo (por Bolsonaro)”, escribió el mediapunta surgido del Vasco da Gama.
Camino al Mundial de Qatar, las elecciones dividen a la sociedad brasileña que no se da respiro ni en las calles ni en la realidad virtual. A comienzos de los años ’80, la dictadura en repliegue sufría la presión ciudadana de la campaña Diretas Ja, por elecciones libres. Uno de los motores de esa lucha fue la democracia corinthiana del doctor Sócrates, símbolo perdurable – cuarenta años después – de aquel momento histórico. Hoy, como en un revival de aquellas movilizaciones, está de nuevo en alerta contra la pretensión reeleccionista del político que alabó al régimen cívico-militar con su secuela de muertes, torturas y desapariciones forzadas.