Con un discurso centrado en el ambientalismo y en la función de la poesía y de la palabra como herramienta de paz, el poeta salteño Leopoldo “El Teuco” Castilla recibió este viernes la Medalla Fray Luis de León de Poesía Iberoamericana.

La distinción la otorga la ciudad de Salamanca en el marco del Encuentro de Poetas Iberoamericanos, que este año celebró el 25 aniversario con poetas de 17 países de Hispanoamérica.

También la Asociación Cultural Iberoamericana le otrogará el reconocimiento Otoño Cultural Iberoamericano 2022 "por su extensa y calificada trayectoria poética y su aporte a la unión de los pueblos Iberoamericanos". En la entrega que será a finales de octubre durante la semana Argentina del Otoño Cultural 2022, en Huelva, participará el embajador argentino en España, Ricardo Alfosín.

Además de la extensa y reconocida obra poética, el poeta salteño viene promoviendo en todo el país la realización de los Bosques de Poesía para promover el cuidado del medio ambiente, en un gesto de ligar la naturaleza a la memoria poética. Varias localidades argentinas ya han puesto en marcha esta iniciativa. Tal vez este gesto sea el mejor ejemplo de síntesis de la obra poética del “Teuco”, donde naturaleza y pensamiento fluyen como dimensión de la cultura, que forma un mapa único y diverso en la obra del autor.

Leopoldo “El Teuco” Castilla nació en Salta en 1947, en 1976 se exilió en España, donde radicó por más de una décaca. 

Catamarca/12 reproduce un fragmento del discurso que leyó en el Ayuntamiento de Salamanca al recibir la Medalla Fray Luis de León.

"Les cuento: hace muy pocos meses, acompañado por el filósofo Esteban Singh y de manos de esa gran poeta que es María Ángeles Pérez López, di un recital de mis poemas en esta hermosa y extraña ciudad. Y digo extraña porque andando por sus calles tuve la sensación de que Salamanca, más allá de su vasto pasado, o por lo que tiene de leyenda, sucedía en un presente perpetuo. Como si fuera una aldea construida en la luz, a salvo del tiempo, cuyos muros más que de rocas parecían estar hechos de pensamiento.

Esos muros crecen ahora con la voz de estos maravillosos poetas, que perdurará, intensa e intocable, sonando en las mismas calles por donde Cervantes, Quevedo, San Juan de la Cruz, Góngora o Calderón leían sus versos.

Que permanezca como isla inmune en el espacio Salamanca. En esta época en que vemos cómo la barbarie de los poderosos arrasa el planeta, destruyendo la naturaleza, envenenando los ríos y el océano, calcinando los campos verdaderos que tanto amaba Fray Luis y condenando a la muerte a pueblos enteros. Y, como si fuera poco tanto horror, los imperios desatando una guerra que ya ha comprometido la seguridad de toda Europa.

La guerra: esa monstruosidad del vacío que no tiene una sola idea que la sostenga.

Para ayudar a conjurar ese impulso destructivo que puede llevar al suicidio de la especie humana, entre tantas otras voluntades, ya se está alzando la poesía que viene llena de innumerables nacimientos, aumentando mundos al mundo.

Sin otra bandería que la paz.

En la urgencia de esta reacción del espíritu contra la crueldad desencadenada, coincidíamos hace poco con Iván Oñate y Rafael Soler, grandes poetas y hermanos. Para ellos va dedicado este poema que escribí hace unos años y que se titula El Ejército de Terracota".

El ejército de terracota


Esta población de polvo

esta marcha del hombre

por la soledad del tiempo

estos mudos

es una provisión de humanos

para cuando no haya nadie en el pasado

para cuando no haya nadie en el futuro.

Cada uno es todos y es ninguno

y guarda su lengua

igual que una moneda secreta

entre los labios.

Mientras ellos avanzan,

inmóviles,

nosotros caemos

de nacer desconocidos

a morir desconociéndonos

en la guerra

que desde siglos se quema intacta en el aire,

helicoidal,

insepulta

como un pozo ciego.

Este museo de los vivos

localizado en algún lugar de la muerte,

estos hombres apagados,

aldeanos, campesinos,

esta leva humana

sólo para que la guerra sea mortal,

es lo que restará de nosotros,

semillas neutras

con la carne en el barro

y el porvenir en la memoria.

¿Quién puede detener el ataque

del vacío de los guerreros,

de los caballos fijos en el espanto,

del resucitado que apunta

con su flecha invisible?

Todavía mata el trazo,

la geometría letal

de lo que no ha nacido.

Miren en los ojos visionarios, en los párpados

de cansada arena

el poder mendigo

y en la boca,

donde se les descorazona

una vieja, inalcanzable, sonrisa,

la derrota de todas las victorias.

Miren los decapitados, de pie en el orgullo,

reunidos en el vivac de la disolución,

en un alto de la batalla,

palidecer

de una incontenible muerte natural,

mientras un caballo, hundido en la arcilla,

sólo con la grupa en este mundo

salta, salvaje, hacia otra forma

y es miles de caballos

en el oleaje de la tierra.

En un rincón sobran los huesitos

del ladrón de tumbas

muerto por el mercurio,

el mercurio que mata como el hombre

porque no puede separarse de sí mismo.

Este ejército de arena,

esta sequía de la guerra

marcha desde China.

Va hacia la tumba de todos los imperios.