Arrinconado por el proceso inflacionario y bajo amenaza de impresionar como una gestión a la deriva en ese terreno, el Gobierno atraviesa uno de sus peores momentos desde aquella renuncia de Martín Guzmán que lo dejó estupefacto.
Las circunstancias no son las mismas si es por los nombres, porque Sergio Massa -por certeza, descarte o a regañadientes- sigue considerado como el único bombero que le quedaba, y queda, al Frente de Todos.
Sin embargo, esa estimación (que es de afuera y de adentro) remite estrictamente a la macroeconomía.
Massa parece haber cumplido con lo que se esperaba de él como garante transitorio del acuerdo con el FMI y, ahora, de la renegociación por 2400 millones de dólares con el Club de París que agrupa, “informalmente”, a países acreedores también integrantes del directorio fondomonetarista. Si no se arregla con los socios de ese club, se cae todo lo demás.
¿Qué es “todo lo demás”?
Justamente: los números de esa macro sin cuyo concurso se entraría a escenario de default, con corridas cambiarias desestabilizadoras que no dejarían en pie ni a miembros del Ejecutivo ni a figura alguna del FdT.
Como se sabe o sufre, esa razón objetiva le interesa absolutamente nada a las franjas mayoritarias de una sociedad agotada por la inflación.
Es así sea que se hable de estratos bajos en donde ya se llega a comer salteado, o de sectores medios que -sumidos sí en un consumo por ahora sostenido- resignaron toda expectativa de crecimiento y ahorro.
Es secundario que pudiese haber una sobre-representación mediática de la problemática del conurbano bonaerense, como si fuese distinto en el resto de los ámbitos periféricos de las grandes urbes. Y como si acaso se tratara de que los medios de comunicación tradicionales, en manos relevantes de una oposición feroz, tuvieran la propiedad de inventar y convencer, a medio mundo, sobre bases completamente falsas.
El 6,2 por ciento de septiembre estuvo unas décimas abajo de lo previsto por el grueso de las consultoras privadas, pero tiene perspectivas de ratificarse en ese rango, por lo menos, en los próximos meses. Y exhibe a un Gobierno en estado de inmovilización del que, directamente, hasta aquí asombra por su falta siquiera de gestos para revelarse conmovido.
Esa cifra, como si fuera poco, no contempla que momentáneamente está reprimido el incremento en las tarifas de los servicios públicos.
Por fuera de cierta intentona respecto de Precios Cuidados, con credibilidad cero al margen, además, de que el paquete de productos involucrados fue reducido a la mitad, no hay una sola actitud demostrativa de estar moviéndose, ingeniando, promoviendo si no soluciones estructurales algunas salidas de coyuntura.
Aun en la forzada concesión de que a Massa pueda dispensársele carecer de palabras como “salario” o “ingresos populares”, desde que asumió y porque “la macro” le insume lo urgentísimo so pena de descalabro, es o debería ser inconcebible que en su equipo no haya al respecto una mínima actitud de sensibilidad sobre el tema excluyente de la inflación.
Recién el viernes, al cierre del coloquio de IDEA, el ministro citó que los números no lo dejan para nada conforme. Y anunció que está “negociando” un nuevo programa de precios, junto con la actualización del mínimo no imponible y el otorgamiento de un bono a porciones vulnerables… antes de fin de año.
Massa tiene toda la razón cuando dice que no es portador de soluciones mágicas. Ni él ni nadie, desde ya. Pero, de piso, debiera tomarse como perentorio algún gesto de poder frente a los formadores de precios, que estipulan la inflación que se les antoja.
Que los medios dominantes se regodeen con las chicanas del dólar Coldplay, el Qatar, el Tecno, mientras los bodegueros esperan también el dólar Malbec aunque tengan su segundo mejor semestre exportador de la historia, no quita que todo asemeja a una sumatoria de parches.
Si ese conjunto dispositivo resulta comprensible por la necesidad de preservar divisas, es inaceptable que sirva para justificar lo ausente de alguna iniciativa -una, solamente una, que si existe y para variar está (in)comunicada en forma desastrosa- capaz de presentar inquietud proyectiva en torno de la inflación.
¿Cómo puede ser, por ejemplo, eso de que no caigan ideas para promover mecanismos de cercanía productiva, de estímulo crediticio en dirección a pymes y micro-emprendimientos diversos?
¿O las hay y nadie en el Gobierno se digna a atenderlas, presos todos de un chiquitaje que acaba redundado en la lucha por los cargos, por los eslóganes, por la construcción de épicas facilistas, por el confort de decir que la culpa le corresponde en exclusividad a un Presidente “decorativo”?
Más bien podría decirse que eso pasa porque, tanto en el sentido dirigente de quienes conducen lo gubernamental como en el de aquellos que se presentan como referencias intelectuales o de liderazgo, el Frente de Todos se convirtió en no mucho más que una enunciación.
Son varias de sus propias voces quienes vienen advirtiendo, en público y en reserva, sobre lo inútil de remarcar la tragedia que significaría un retorno macrista. El de la derecha explícita, con cualquiera de sus nominados presentes o futuros. No es que el diagnóstico sea incorrecto. Al contrario.
Es, simplemente, que con una economía “sin precios”, con la canasta familiar exhausta, con la improbabilidad de previsiones básicas, no hay ninguna chance de que este Gobierno no vaya hacia derrota severa o grave.
Las consecuencias habrán de pagarlas quienes, con bronca o furia entendidísimas, votarán a verdugos que en la cotidiana dan lo mismo que aquellos incapacitados para demostrar que no lo son.
¿Queda tiempo para que el oficialismo pueda revertir el panorama?
Por supuesto que sí. Y ni de lejos es cosa de que, siendo que hablamos de la política argentina, falta una eternidad para las elecciones.
El problema sustancial no es el tiempo, sino la vocación política.
Incluso, o ante todo, una vocación medida en términos de decisiones personales.
Es imposible que pueda remontarse la cuesta que fuere si la política no le ofrece signos y determinaciones a la economía.
La derecha cambiemita no la tiene fácil porque carece de liderazgo indiscutible. Pero, tarde o temprano, abarcando a “libertarios” que funcionalmente son los más sistémicos de todo el espectro, se pondrán de acuerdo.
Después se vería si eso supone portar un proyecto “lúcido” de cuáles fracciones de qué burguesía o, como es dable calcular, una bestialidad que reunificaría al peronismo derrotado no se sabe con qué conducción. Pero se pondrán electoralmente de acuerdo, antes o después de cuando sea necesario.
Enfrente, tampoco debería subestimarse la chance de que, en caso de amortiguar la inflación, Massa y el peronismo se conviertan en la variante menos “traumática” para el Poder (junto con los intereses de Washington, dedicados a impedir la expansión china en la región). Hay indicios que apuntan allí. Para la tribuna, el coloquio de IDEA semejó demostrar lo mismo de siempre pero, en radio-pasillo, resaltaban las preguntas acerca de si los cambiemitas están preparados para gobernar. O si sería mejor…
Mientras tanto y aunque sea pronto para especular, no queda claro ni por asomo qué tienen para ofrecer, con algún rastro entusiasta, los componentes gubernamentales.
Para este 17 de octubre, la imagen será que se perdió la cuenta de en cuántos actos se dividirá el recordatorio.
Y “fuera” de la fecha, se persiste en que no haya ni tan apenas una mesa chica, elemental, donde se discuta -acordar sería algo así como la gloria- apenas la realización o eliminación de las PASO.
Insistido: si en la economía no hay nada para decir que le signifique algo concreto a las necesidades de “la gente”, lo mínimo es aspirar a que la política tenga algo para decirle a la economía.
Ese es el desafío prácticamente uniforme del Frente de Todos, si es que todavía se pretende como una coalición de voluntades dispuesta a enfrentar la maroma que (se le, se nos) viene.
Macri, Bullrich, Larreta, Milei, las guitarras radicales.
No habrá derecho al pataleo.
De vuelta: no es el tiempo que falta. Es la vocación para saber aprovecharlo.