La extraña primavera de marzo de 2016 diseminó un estado de júbilo. La visita de Barack Obama y el primer recital de The Rolling Stones en La Habana alimentaron las expectativas de que se pudiera levantar el bloqueo de Estados Unidos. El deseo de cambio, después de tantas penurias económicas y desvelos, asomaba en el horizonte. Mario Conde -un personaje que nació como policía, devino vendedor de libros usados y escritor- es convocado para investigar el asesinato de un exdirigente del gobierno, un “estalinista confeso, de personalidad oscura y agazapada” que en los años 70 persiguió, hostigó y marginó a escritores y artistas durante el llamado “quinquenio gris”, entre cuyas víctimas estaban José Lezama Lima y Virgilio Piñera. 

En Personas decentes (Tusquets), novela que presentó en la Biblioteca Nacional, Leonardo Padura despliega una trama policial en dos tiempos, durante el “Deshielo cubano” y en la primera década del siglo XX, cuando Cuba era conocida como “la Niza de América”. La historia que transcurre en 1910 está protagonizada por el mítico proxeneta cubano Alberto Yarini, un personaje real que pertenecía a la elite habanera, y es narrada en primera persona por el policía Arturo Saborit, a cargo de la investigación del descuartizamiento de dos jóvenes prostitutas.

Personas decentes es un ajuste de cuentas contra esos años de represión y censura del llamado “quinquenio gris” a través de Mario Conde, ese personaje que se vuelve más pesimista y que le permite al escritor cubano, ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2015, criticar esas “limpiezas ideológicas” que dejaron un hueco enorme en la cultura de su país. Conde apareció por primera vez en Pasado perfecto y continuó su itinerario en Vientos de cuaresma, Máscaras, Paisaje de otoño, Adiós, Hemingway, La neblina del ayer, La cola de la serpiente y La transparencia del tiempo, novelas que fueron traducidas a numerosos idiomas. “En ese momento de júbilo que se produce por la visita de Obama, los Rolling Stones y el desfile de Chanel, Mario Conde tiene la ventaja literaria de saber que las cosas van empeorar. De ahí que su pesimismo esté más exacerbado”, cuenta Padura en la entrevista con Página/12.

Humilladas y marginadas

-Uno de los temas de fondo de esta novela es la relación de los artistas cubanos con la Revolución. El personaje de Quevedo, un represor y censor que se encargaba de controlar a los artistas para que no se “desviaran”, ¿está inspirado en un personaje real?

-Sí. En la década del 70 se produjo el quinquenio gris de la cultura cubana, en que fueron marginados muchísimos artistas. Se instituyó un proceso que se llamaba la “parametración”: si no cumplías determinados parámetros revolucionarios, quedabas afuera de la posibilidad de ser representativo de la cultura o incluso de ser docente. Ahí cayeron muchísimos artistas, entre ellos Virgilio Piñera o José Lezama Lima; los dos murieron en ese ostracismo. Hace veinticinco años yo escribí la novela Máscaras, en la que hablo de esos artistas que fueron reprimidos. En esta novela quería hablar de los que reprimieron. Quevedo es un personaje sintético de varias de esas personas reales. No creo que una persona se dedica a humillar y a mancillar a los demás simplemente porque obedece órdenes. Yo creo que también los satisface hacer ese tipo acciones contra los demás. Una buena persona, una persona decente, no se prestaría nunca a reprimir a los artistas.

-Uno de los personajes de ficción que aparece en el libro, la poeta Natalia Poblet, tiene el nombre de la librera y animadora cultural Natu Poblet, de Clásica y Moderna. ¿Es un homenaje?

-Sí, es un homenaje a Natu, con quien teníamos una relación de amistad y nos escribíamos de vez en cuando. Hay un momento en la novela en que se conoce un poema escrito por Natalia Poblet, que es una especie de diálogo con Anna Ajmátova. Quise de esa manera universalizar el conflicto de la poeta cubana acercándolo al conflicto de la famosa poeta rusa porque de esa manera se entendía mucho mejor lo que significó la dimensión de esa marginación. Natalia Poblet se suicida; Anna Ajmátova resistió hasta el final de su vida; pero vivieron ese proceso de marginación en que fueron hostigadas y profundamente humilladas por personajes como Zhdánov, en el caso de Ajmátova, o Quevedo, en el caso de Poblet.

Los errores del pasado

-¿Cómo viviste el quinquenio gris de la cultura cubana?

-En los primeros años de los 70 yo estaba haciendo mis estudios preuniversitarios y en la segunda mitad ya estaba en la universidad. Cuando estaba en la universidad, pude haber tenido más consciencia de lo que estaba pasando, pero me faltaba información. En la primera mitad estábamos totalmente desligados de cualquier posibilidad de entender lo que estaba pasando porque de hecho no lo sabíamos. Hay que ser muy complicado para tener una juventud infeliz porque para la juventud cualquier cosa se convierte en una fiesta. Era una época en la que íbamos a los trabajos agrícolas durante 45 días o 2 meses en el tabaco o en la caña y al final nos divertíamos. Teníamos que levantarnos muy temprano, trabajar y cumplir una meta y comer una comida que era bastante mala. A veces pasábamos frío, pero terminábamos jugando pelota en el patio del campamento o nos escapábamos para ir al campamento de las muchachas y lo veíamos todo de otra manera, sin tener idea de ese infierno que estaba pasando un sector importante de la intelectualidad cubana.

-¿El gobierno cubano debería haber pedido disculpas públicas a los artistas?

-Sí. En 2007 hubo una discusión que se desarrolló en las redes de aquel momento, por correo electrónico, porque varios de los personajes reales que fueron represores en los 70 aparecieron en los medios, sobre todo en la televisión. ¿Cómo es posible que estén rehabilitando a estos tipos? ¿Quiere decir que se va a rehabilitar su política? La gente se asustó mucho y empezó a protestar. Hubo incluso algunas reuniones con el ministro de Cultura y el presidente de la Unión de Escritores, donde se dijo “esto no va a volver a pasar”, “esto fue un error del pasado”; pero nunca ha habido una disculpa oficial pública: “esto ocurrió de esta manera y no debió haber ocurrido; lamentamos lo que sucedió”, con esas personas que vivieron un calvario; algunos murieron en ese calvario y otros no se recuperaron nunca.

-El caso más paradigmático es el de Heberto Padilla, ¿no?

-En su origen es anterior, pero explota en esos años. Se acaba de estrenar en el Festival de San Sebastián un documental que hizo Pavel Giroud, que tiene la filmación de la confesión de Padilla, que nunca se había visto. Estoy desesperado por verlo porque es impresionante. Yo creo que incluso Padilla está imitando gestos de Fidel en su confesión. El tráiler termina con una pregunta terrible: ¿se puede ser poeta en Cuba?

Cronista de la realidad

-¿Cómo ha sido tu relación con las autoridades culturales cubanas?

-Mis libros casi todos se han publicado en Cuba. La penúltima novela, La transparencia del tiempo, está contratada por la editorial de la Unión de Escritores, que ha ido publicando mis libros en estos años; pero hay una crisis de papel tan grande que todavía no la han podido imprimir. La novela posterior, Como polvo en el viento, salió por una editorial que se llama Aurelia, que tiene su sede fuera de Cuba, pero que hace libros para Cuba. La editorial estaba muy complicada porque la pandemia la afectó mucho, pero consiguió financiamiento y pudo imprimir 1000 ejemplares, que han empezado a circular en Cuba. Estas ediciones que se hacen en Cuba tienen un origen cultural y económico; económico en el sentido de que este libro, Personas decentes, que vale 25 dólares, si lo llevas a Cuba, cuesta el salario de un mes de una persona; es decir que es imposible que alguien lo compre. Además, Cuba no importa libros. Yo insisto con mis editores españoles en Barcelona para que me den una licencia para que el libro se publique en Cuba sin pagar derechos; de esa manera se han hecho ediciones de 1000, 2000, 3000 ejemplares y en algunos casos se han reeditado. Por ejemplo (la tetralogía) Las cuatro estaciones tiene tres ediciones en Cuba, y El hombre que amaba a los perros también se reeditó. Mis libros circulan en Cuba, no siempre en la cantidad que un mercado como el cubano demandaría porque la capacidad cultural del mercado cubano está por encima de la media latinoamericana: hay muchos más lectores y mucho interés por el consumo de cultura. Por lo tanto una edición de un libro mío de 3000 ejemplares no satisface, pero existe. ¿Cuál es el problema? Que muchas veces esas ediciones el día de la presentación no se anuncia; hay ejemplares que desaparecen y aparecen después en un almacén y entonces se venden en otro lugar. En fin... es lo que yo llamo una “política de invisibilización” respecto a mi trabajo. Un par de años antes de la pandemia, en una Feria del Libro, el único libro que se publicó fue una de las novelas de Mario Conde editada en braille. Entonces dije hemos llegado al estado perfecto; me leen los ciegos (risas).

-Hay una incomodidad mutua del gobierno hacia vos como artista, pero también de tu parte hacia el gobierno, ¿no?

-Yo pretendo ser un cronista de la realidad cubana. No pertenezco a ningún partido, no milito en ninguna organización, pero soy un ciudadano que observa su realidad y la refleja desde su perspectiva. Si lo que yo escribo o digo no es satisfactorio para el gobierno, no es un problema mío, es un problema del gobierno. La clave de todo es que en mis libros la verdad es relativa. Tal vez las verdades que digo puedan ser complementadas o comparadas con otras verdades posibles. En mis libros yo nunca miento sobre la realidad cubana. A veces veo que hay autores que viven fuera de Cuba que para hablar de los problemas de Cuba exageran o falsean la realidad. Yo siempre digo que no hay que exagerar o falsear la realidad porque la realidad cubana es lo suficientemente dramática como para darte argumentos para poder hacer una mirada crítica sobre esa realidad.

-¿Cómo es hoy la relación de los artistas cubanos con el gobierno, después de la movilización y protestas del 11 de julio de 2021?

-Lo que ocurrió en el quinquenio gris se supera en los años 80. En los años 90 se alcanza una expresión mucho más libre porque las instituciones cubanas no podían responder a las necesidades de los artistas, las editoriales no tenían papel, el cine no tenía dinero, las galerías no tenían electricidad ni lienzo; entonces se crea una instancia entre creadores e instituciones que da un espacio de libertad. Pero nunca ha dejado de haber una actitud censora. En los artistas que han sido encarcelados (después del 11 de julio) se ha hecho evidente este nivel de censura que se ha mezclado con causas legales. Sigue habiendo instrumentos de censura e incluso se ha proclamado (pero creo que no instituido) un decreto que le da a las instituciones inspectoras del Estado la potestad de decidir si una obra, del carácter que sea, puede circular en la sociedad cubana, lo que es un disparate y es un principio que viola la libertad de creación y de expresión.

-¿Por qué Mario Conde está obsesionado con la decencia?

-Yo recuerdo que cuando era niño oía decir a mis padres “esta familia es pobre; pero son personas decentes”, y eso les daba una categoría social reconocible. Conde siempre ha sido una persona decente porque yo necesitaba que fuera decente para que tuviera prestigio moral para juzgar a los indecentes. En esta historia, además, hay un policía que se mueve en el mundo de la prostitución y termina casado con una prostituta. Este policía me sirve para que haya una mirada sobre el fenómeno de la prostitución, que siempre ha sido socialmente condenado, y las mujeres prostitutas han sido consideradas indecentes; “malas mujeres”, se les decía en Cuba. Es muy injusta esa calificación a esas mujeres que lo único que hacen es dar lo que tienen para poder sobrevivir. ¿Es indecente una mujer por querer sobrevivir y mantener a su familia, si lo único que tiene para vender es el cuerpo? Muchas veces las sociedades, y sobre todo los hombres, tienen una mirada cínica porque los que condenan a las mujeres son los que se aprovechan de ellas.

Iluminar el presente

-En esta novela Mario Conde plantea que “escribir nunca fue fácil”. ¿Coincidís?

-Sí, escribir nunca fue fácil y nunca lo va a ser. El problema es que el día en que resulte fácil escribir tienes que parar y autoanalizarte porque quiere decir que estás yendo por el camino más expedito y estás corriendo el riesgo de ser superficial o de no llegar al alma de las cosas, como pedía Flaubert. Cada libro que he escrito es el mejor libro que he sido capaz de escribir en el momento en que lo escribí.

-Si toda novela tiene un estribillo, en Personas decentes quizá sea una frase de una carta que aparece en el final del libro: “El pasado es indeleble y la Historia no se acaba nunca”. ¿Qué importancia tiene la presencia de la historia en tus novelas?

 

-En mis libros la presencia de la historia es una constante para iluminar el presente y entenderlo mejor. En una novela como El hombre que amaba los perros me voy al asesinato de Trotski, a la Revolución Rusa, a la Guerra Civil Española, y al final todo eso se revierte en una comprensión de Cuba a través del personaje cubano que cuenta la historia. Y así en cada una de mis novelas en las que me voy al pasado. Rescatar la memoria es una necesidad para poder preservar una identidad; hay que saber de dónde venimos para saber quiénes somos y tratar de proyectar hacia donde vamos. Muchas veces la memoria es manipulada por los poderes políticos, los poderes económicos y los poderes religiosos. El pasado no se acaba nunca.