Este sábado a las 19, en el marco de la quinta Quincena del Arte (5QAR2022), cierra con un brindis la muestra Un círculo que se abre. Arte contemporáneo en Rosario, que con curaduría de Clarisa Appendino y asistencia de Ernestina Fabbri reúne en el Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río) obras y proyectos que tuvieron su primera aparición en un libro del mismo título realizado durante el año 2020 por la Mutual del Personal del Grupo San Cristóbal. Exponen: Carlos Aguirre, Vico Bueno, el colectivo Camarada, Mariana De Matteis, Pauline Fondevila, Mauro Guzmán, Mimi Laquidara, Ximena Pereyra, Luis Rodríguez y Diego Vergara. Ellos/as son 10 de los 12 artistas y grupos que, sumando al dúo Medianeras y a Federico Gloriani, integran el ineludible compendio de imágenes y textos que en el libro buscan dar cuenta de los materiales, procedimientos y estéticas que se enlazan en las prácticas artísticas del campo del arte contemporáneo de Rosario en los primeros 20 años del siglo veintiuno.
No es casual que haya surgido en la pandemia el impulso de documentar y analizar un conjunto representativo de proyectos en flujo cuyas materialidades hallan sentido en la deriva urbana o en el encuentro de los cuerpos, posibilidades vedadas en un contexto de control sanitario. Décadas de avance en los derechos, como define Nancy Rojas en un texto final del libro que aporta una necesaria perspectiva histórica, se expresan en una "escena local" con proyección nacional habilitada por la inauguración del MACRO (Museo de Arte Contemporáneo de Rosario) a comienzos de este siglo y también, cabe agregar, por la muestra 34ARC, que en 1999 marcaba la cancha del Museo Castagnino con un discurso institucional que reemplazaba el obsoleto "posmoderno" de fines del siglo XX por la categoría de "arte contemporáneo" como un nuevo estilo internacional.
Appendino y Rojas vienen arriesgando lúcidos relatos críticos sobre estas novedosas obras en curso que tienen en común un carácter inasible, una problematización de los procedimientos y un énfasis en estos a expensas de la idea de obra como objeto y como mercancía. Arte y no-arte, artista y obra, memoria y presente dejan de ser dicotomías para repensarse como polos de un espectro continuo. Los materiales y los soportes tradicionales son reemplazados por materialidades vivas como el cuerpo (Guzmán), el archivo (Pereyra; Camarada), las sincronicidades (Gloriani), la(s) ciudad(es) (Medianeras; Laquidara), la arquitectura (Rodríguez), los objetos encontrados (Bueno), la historia del arte (Vergara, De Matteis), los mitos (Aguirre), las velas, el diario y la música (Fondevila).
Un círculo que se abre. Arte contemporáneo en Rosario, el libro, apostaba al análisis y la documentación de un período de la historia del arte local aún no contado: el presente. Y lo hacía llevando a cada biblioteca un contundente objeto libro con textos de alto nivel intelectual, en el preciso momento del impasse y repliegue obligado de esa efervescente escena. Un círculo que se abre. Arte contemporáneo en Rosario, la muestra, habilita el reencuentro de los cuerpos y los diálogos en presencia de los otros y de las obras, que recobran una tercera dimensión subrayada por la teatralidad de la puesta de luces, ya que después de tanta ausencia no es posible naturalizar el que las cosas estén ahí. La realidad parece haberse desdibujado en estos dos años, estallando en galaxias aisladas de mundos posibles, y era precisamente aquella realidad compartida lo que estas obras exploraban, minaban y subvertían desde un no saber nada por anticipado y un asombro creativo ante campos y objetos donde otras disciplinas afirman el saber como poder: el arte como una mirada (de ahí la prevalencia del video y la foto amateur como expansión de la performance o de la deriva investigativa en muchas de estas obras), más que como un taller de confección de objetos a los cuales mirar, aunque a la vez sea esto también.
¿Cómo se consolida este nuevo campo del arte a partir de aquella discontinuidad de los dos años "perdidos", en un mundo que ya no da por sentado la materia y en cambio la incendia o la reemplaza por el Metaverso tecnológico? ¿Qué desmaterialización del arte queda, cuando la posibilidad de la fantasmagoría ha sido hackeada por el capitalismo en su afán de mudarnos a todos a otro planeta, en una Matrix de esclavxs digitales 24/7?
En presencia de las obras de estos artistas de un arte nuevo, lo que paradójicamente nos acomete es una extraña solidez. Como en aquel cuento de Borges, "Pierre Menard, autor del Quijote", donde el texto de la célebre obra barroca se prestaba a ser releído como contemporáneo de quien leía, los sentidos han cambiado aunque los objetos sean los mismos. Así, los enseres de arena de De Matteis remiten menos a lo efímero que a lo constante; los registros performáticos de Guzmán, que irrumpían hace década y media para desestabilizar toda conexión entre la identidad sexual y la anatomía, sintonizan sin pérdida un presente de identidades híbridas. Los dibujos de Laquidara y Fondevila, esa heráldica historietística de la extranjería y lo nómade, se naturalizan en un tiempo 2D, donde el manga es la vida misma del hikikimori en que todos nos hemos convertido. El separador 2020-2022 ha cerrado un período para abrir otro. Quizás el siglo veintiuno esté empezando recién ahora; quizás estas obras rosarinas de vanguardia sean recién ahora contemporáneas, ya que cuando fueron realizadas todavía narraban el futuro.
Un círculo que se abría en 2020 se cierra en 2022: un arte emergente, historiografiado por los discursos críticos que se plasman en el libro, se presenta al cabo de dos décadas de inclaudicable profesionalismo como un arte consolidado, establecido, instituido. Es la consagración y también la cristalización de un corpus movible y fluctuante que Rojas y Appendino vienen observando y cartografiando como nadie más lo hizo, mirándolo e interpelándolo de cerca, y a la vez con una firme distancia crítica. La época lo alcanzó.