Hace poco nos preguntamos cuánto más podíamos pedirle al teatro. Luego de ver Pornografía sentimental, el collage alucinante de Braian Alonso y Juan Pablo Ruiz, llegamos a la conclusión de que todavía podemos pedirle mucho. En un contexto en el que la linealidad y el orden están excluidos de casi cualquier tipo de relato, las formas más lúcidas de la ruptura con lo tradicional (y por extensión, con lo paki, con lo insoportablemente normal) siguen siendo construcciones de la imaginación LGBT+.
Pero, en fin, ¿cuántas formas puede tener una obra de teatro? Bueno, La verborragia, que aterrizó a fines de septiembre en el Xirgu, tiene forma de spot publicitario, de videoclip, de magazine y de videojuego. A la vez, se deforma todo el tiempo. En palabras de su creador, La verborragia es “un zapping delirante transfuturista, un montaje satírico-filosófico sci-fi y también un experimento escénico audiovisual sobre (y en) un mundo que se derrumba y que nos ha dejado tanto más solxs cuanto más llenxs de palabras”. O sea, ¿qué? El ritmo desbocado de la pieza impide que nos pongamos a reflexionar sobre todo lo que está pasando en escena.
Los impases que nos concede vienen acompañados por citas a Freud, Nietzsche y otros popes de la ¿post? modernidad. Son “descansos activos”, como diría una profesora de gimnasia. Esas citas conceden ciertas claves de interpretación para las historias que se están entremezclando delante de nosotres, pero todas son parciales y ninguna es unívoca. Porque La verborragia, como todo eco de nuestra realidad hipervinculada y tentacular, no resiste ninguna interpretación cabal. Es caos y, parafraseando a Littlefinger, “el caos solo sube”. Cuando el in crescendo se detiene, explota. Esa explosión es el sentido.
Una orgía de imaginación común
Los textos maricas están trenzados en una orgía de imaginación común. Aunque Ramiro Guggiari, dramaturgo y director de la La verborragia, declare no haber leído la novela de Copi, su obra se relaciona muy lúcidamente con La guerra de los putos. Esto demuestra que todas estamos en la misma orgía desde hace décadas y que nuestros textos, aun inconscientemente, tejen entre sí un eco que suena más nítido con cada nueva resonancia. La verborragia nos traslada al siglo XXVI.
Una conductora de televisión llamada Scheherezade (sí, como la de Las Mil y Una Noches) emite su programa desde la luna paratodo el sistema solar. Scheherezade es una odiosa incorregible y una inconformista por default; además, tiene algunos muertos debajo de la alfombra. Mientras ella destila su veneno en la luna, un accidente en una empresa de tecnología provoca en la Tierra un cataclismo que amenaza con tragarse al planeta entero. ¡El fin del mundo como producto humano! Un montón, sí, pero eso no es todo: en paralelo, un robot con inteligencia superior inaugura un nuevo discurso político sobre el fin del mundo.
Por su parte, La guerra de los putos es una novela de Raúl “Copi” Damonte, publicada en París en 1982. A lo largo de cuatro capítulos, seguimos las desventuras de una marica —que aquí, igual que en otras producciones del autor, también se llama Copi y es historietista—cuya inconformidad y miseria rozan por momentos el colmo de la misantropía. Tras perder la estabilidad de una vida burguesa en compañía de Pogo, su concubino estadounidense, en manos de una siniestra banda de sádicos brasileños (cuyo líder se hará cargo, finalmente, del cataclismo que destruye nuestro mundo), Copi ingresa en un derrotero que lo saca de su comodidad en un piso de Montmartre y lo lleva desde el jardín de su madre hasta una naveespacial de proporciones delirantes.
Aquí no hay un robot con inteligente sobrehumana, pero está Conceiçao do Mundo, una hermafrodita deslumbrante cuya existencia propone una nueva radical “concepción del mundo”. El viaje de Copi termina en la luna, porque su felicidad solo es posible fuera del planeta.
Política de destrucción
En La verborragia, la felicidad no es un destino sino más bien un background borroso, un montaje estilo videoclip: la memoria de los personajes que, sobre el final, serán borrados por el sacrificio o la tragedia. ¡Esto no es un spoiler! Desde el principio de la obra está anticipado el acabose (además, ¿quién esperaría un final feliz en una obra salida de la misma imaginación que nos dio, en 2019, ese hermoso delirio que fue Histórika?).
Sí, como proponía André Breton, el humor negro es “una deserción de sí mismo, una política de destrucción de la propia personalidad”, podemos afirmar que La verborragia es una oda brillante a ese tipo de humor. La risa es uno de los hilos que van atando los cabos que la obra parece soltar. Se va hilvanando conforme los personajes desertan de sí mismos, de sus conceptos fundantes (¡de sus géneros!), y se autodestruyen. Un comentario aparte para les actuantes: Gulliver Markert, Juan Mirabelli, Micaela Rey y Ramiro Guggiari, quienes se desdoblan y se rearman permanentemente en una escena que los desafía sin parar. También para la operación técnica a cargo de Julián Larroza, sin cuya atención sería imposible la ambiciosa puesta audiovisual.
La verborragia explota los domingos a las 19h en el teatro Xirgu-UNTREF (Chacabuco 875).