En su cuento Emma Zunz, (El Aleph, 1949) Borges narra la historia de la venganza de una mujer contra un hombre. En Historia del guerrero y la cautiva, del mismo libro, otra mujer elige quedarse en un territorio extraño, pese a que ha sido sometida. Son sujetas monstruosas en historias de dominio masculino. Lo diferente y violento en el género aparece en narraciones como La casa de Adela o Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez. Lo bárbaro femenino puede rastrearse en la literatura y el arte, desde distintas posiciones ideológicas.
La invasión de las bárbaras, Estudio sobre desobediencia estética en el Encuentro Nacional de Mujeres de 2010, hace centro en el ensayo con trabajo de campo, en el cruce entre acción política y prácticas artísticas que subvierten el estado de las cosas. El trabajo se recorta en el devenir de las asambleas multitudinarias de féminas, trans, travestis y otras identidades genéricas, donde el despliegue de los cuerpos “marca un modo de ocupación intensa que resignifica el espacio público”. El foco está en el encuentro de Paraná de hace doce años.
Barbarie. Los componentes léxicos de la palabra latina son barbarus (extranjero) más el sufijo -ie (cualidad). El término refiere a la nominación dada a los pueblos situados fuera de las fronteras del Imperio Romano, como germanos, anglos o sajones. Se alude así a la onomatopeya bar bar, emitida por los invasores y escuchada por los hablantes latinos. La barbarie quedó asociada, desde entonces, a una mirada de rechazo por la rareza del distinto, cristalizándose en ignorancia del otro, nunca en la incertidumbre propia.
“La veta contestataria del feminismo, que denuncia las estructuras ancestrales de dominación de las mujeres y disidencias, alcanza en las manifestaciones performáticas un espesor visible y reverberante”, señala Mariela Isabel Herrera, doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Entre Ríos, dibujante y artista textil. Herrera es la autora de La invasión de las bárbaras, con eje en la fiesta y en la peña, canto, baile y rebelión lésbica; en las luchas cuerpo a cuerpo por la palabra y por el disenso; en los actos de apertura y cierre, en el desfile, con las banderas y tambores que se visibilizan en el Encuentro.
“Los grupos performáticos -graffiteras, tamboras, colectivas- fungen como una cuña ardorosa en el espacio de la ciudad, su presencia destaca en el acampe urbano y su ‘agite’ convoca la potencia de la multitud”, dice sobre el amplio espectro de manifestaciones que rescató durante su participación en Paraná, del que “sólo hemos intentado enhebrar las que se entretejen en la trama de Encuentros”.
Reconociendo el antecedente de las Madres de Plaza de Mayo, en la escala micro del Encuentro la impronta expresiva “revela un desdibujamiento de fronteras arte-no arte”. Magdalena Pagano, del colectivo Mujeres Públicas, explicita que la reiteración de las acciones “es una forma acabada de realización de sus intenciones a nivel artístico y político”. Si se reparte una cajita de fósforos, se pegan afiches o se reza la oración por el derecho al aborto, algunas participantes consideran que se cumplió la deriva de la idea en recorridos donde van punzando. Grupos como La Revuelta plantean sus estrategias por fuera de la pregunta de si se trata o no de arte.
Siempre aparece el voltaje emotivo, ciertos rasgos artísticos surgen bajo el signo de la transgresión y el escándalo, como en Lesbianbanda: cuerpos sin ropa, situaciones dramatizadas, brigadas de intervención. Ese salir a escena sirve como sostén y argamasa de los talleres en los que las autoconvocadas pueden proferir una palabra que abreva en su experiencia personal.
La barbarie muestra en todo su despliegue que no hay una inmanencia, ni de arte, ni de formas de construir política, ni de feminismo. Sino distintos modos situados que se crean y recrean en forma permanente, en cada ciudad donde el Encuentro se realiza.