Le gustaban los moluscos, las formas y los colores de los pulpos, la instalación azul que ondea verde en la vida acuática. Le gustaban los hábitos y frecuencias de ese parpadeo corpóreo que nadaba y flotaba a merced de las circunstancias. Le gustaban los secretos del bajo fondo donde no llegaban la luz ni sus ojos. 

Por eso, y para satisfacer deseos y preguntas -sola había aprendido a leer y a escribir y sola se convirtió en bióloga marina-, creó en 1832 un acuario, el primero, según celebran biografías y efemérides que la nombran madre de la acuarofilia (citando a Richard Owen), ideado para estudiar comportamientos oceánicos. Su zona de investigación era Sicilia adonde había llegado después de casarse en 1818 con James Power, un comerciante irlandés al que conoció cuando ella, que estaba sola en París desde los 18 años (nació en Juillac, Limousin, era la hija mayor de un zapatero y, según las crónicas, llegó a la Ciudad Luz caminando después de ser agredida por su primo con quien viajaba a modo de tutor y de pasar un tiempo en una comisaría de Orleans), trabajaba como asistente de una modista y era una de las costureras del vestido de novia de una princesa. Repercusiones, nombradía, sedalinas y agujas. En Sicilia Jeanne estudió sin escuela, como autodidacta que era, la flora y la fauna de la isla coleccionando fósiles, minerales, mariposas y creando su primer acuario. 

Aquel acuario histórico no fue uno sino tres. El primero lo tenía en su mesa de trabajo y era parecido a una pecera grande, el otro también era vidriado, pero tenía una rejilla alrededor para poder sumergirlo en el mar y el tercero, casi una jaula, (“las jaulas de Power”), echaba anclas en las profundidades. Los tres le permitían estudiar lo que la superficie le negaba. Mucho antes de que existieran los acuarios sostenibles contra el cambio climático como reservorio ecológico y atracción turística y de que los promocionaran como el lugar que elimina el stress, baja la presión arterial y la frecuencia cardíaca, y también mucho antes de que se convirtiera en la escenografía añil elegida en series y películas para las escenas de intimidad (Big Little Lies) o de violencia (Los socios del silencio), el acuario de Jeanne revelaba sensaciones, ambientes y saberes. 

Fue ella quien descubrió que el cefalópodo Argonauta argo, el astronauta del mar, desarrollaba su propia arquitectura, creaba sus propias conchas, (la especulación creía que se apropiaba de caparazones ajenos) para regresar al océano abierto, y quien criaba especies en extinción en sus acuarios y los sembraba después en las aguas abiertas. Sí, en el mil ochocientos la naturalista francesa recomendaba alimentar a los peces capturados para liberarlos después en los ríos sedientos. Sus investigaciones, dibujos y anotaciones se hundieron en un naufragio. Fue en 1843 cuando el barco que transportaba sus papeles, sus equipos y los materiales de su investigación, se hundió frente a la costa francesa. En 1870, durante el Sitio de París Jeanne volvió a su ciudad natal donde murió unos meses después. Fue miembro de la Academia de las Ciencias Naturales de Catania y de la Sociedad Zoológica de Londres entre otras instituciones. Después de un siglo de olvido y de un cráter de Venus bautizado con su nombre en 1997, el nombre Jeanne brota del agua, flota y se sumerge a su antojo.