El mismo salón de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) en el que se estudia Anatomía Patológica, la materia que más énfasis pone en el análisis morfólogico establecido de las enfermedades, comenzó a ser también desde 2014 el escenario en el que sabios y sabias de comunidades originarias comparten sus conocimientos ancestrales en el área de salud.
La anécdota funciona como emblema de la avanzada sincrética por parte del ámbito académico para disipar la tensión entre dos campos del saber sobre los que la modernidad se encargó muy bien de trazar una frontera: la institución educativa, como templo de la erudición civilizada, y la cultura originaria, precolombina, muchas veces transmitida oralmente en el seno de las comunidades.
Las universidades nacionales de Rosario, Jujuy (UNJu) y Tucumán (UNT) son algunas de las casas de estudios que apuestan a construir un diálogo intercultural a través de diplomaturas y convenios en los que participan los pueblos indígenas con el objetivo de poner sus prácticas tradicionales a la par de la biomedicina moderna occidental, también llamada alopática.
Desde hace un año, en la cuenca Ruca Choroi, provincia de Neuquén, funciona el Centro de Salud Intercultural Raguiñ Kien, en el que se complementan el modelo biomédico y la medicina mapuche; en agosto pasado, en la Cámara de Diputados de Misiones le dieron el visto bueno a la Ley de Reconocimiento de la Medicina Tradicional y Complementaria; en las universidades nacionales de Río Negro (UNRN) y del Comahue (UNCo) trabajan en la integración de estos conocimientos a sus carreras de Medicina. Se trata de procesos que, sumados a capacitaciones y talleres, evidencian un fenómeno federal, no exento de conflictos y negociaciones entre las partes.
Desequilibrio de visiones
“Nosotros como pueblos originarios pensamos la salud desde otra perspectiva, teniendo en cuenta una visión mucho más integral, más comunitaria, y en la que se considera lo que existe a nuestro alrededor como parte de uno”, explicó desde la ciudad jujeña de Humahuaca la enfermera universitaria y técnica en Gestión Socio-Cultural Sara Domínguez, quien coordina la diplomatura en Medicina Tradicional y Salud Intercultural dictada en la UNJu.
En una provincia pluricultural y plurilingüe, atravesada por relaciones sociales que sobreviven al proyecto homogeneizador de la modernidad occidental, Domínguez organizó una propuesta para la convocatoria de la secretaría de Extensión de la UNJu para cursos y diplomaturas, sobre la base de los encuentros que se hacen desde 2014 en la región. Superados los requerimientos burocráticos, en 2021 comenzó la trayectoria de la primera cohorte por un recorrido interdisciplinario que busca traducir en actos el discurso de equidad entre culturas.
“Dentro del ámbito de la salud y de la educación tal equidad no existe. Se habla mucho de interculturalidad y es poco lo que se pone en práctica”, comentó la enfermera y docente y explicó que, para una verdadera aplicación de la pretendida equidad, es necesario que los médicos y médicas tradicionales “hablen al mismo nivel que puede hablar un biomédico”. “Eso justamente no ocurre”, afirmó.
Desde 1977, la Organización Mundial de la Salud (OMS) destaca la importancia del fortalecimiento y desarrollo de los sistemas de salud de los pueblos indígenas, contó Diego Viegas, antropólogo cultural, docente de la UNR, y parte del equipo a cargo de la diplomatura de Estudios Avanzados en Medicina Tradicional y Cosmovisión Indoamericana que se dicta en la casa de estudios rosarina. A partir de ese año, desde el organismo internacional, se lanzan lineamientos muy específicos hacia los Estados miembros para apoyar, investigar y proteger los saberes ancestrales originarios en materia de salud.
La iniciativa para capacitación en esos conocimientos surgió en la UNR en 2014, como un posgrado para la carrera de Medicina. La presencia de expertos indígenas en la facultad no tardó en despertar la sorpresa y el interés mediático por “los chamanes en las aulas de Medicina”; una expresión sintomática del prejuicio y del relativo éxito con el que se leyeron las recomendaciones de la OMS.
“Contamos con la participación del médico huichol de México, Rafael Carrillo Pizano, del doctor Héctor Sarmiento, de la comunidad chorote y de Josefina Amalia Calderón, especialista en Medicina de la costa norte del Perú, entre otros representantes”, comentó Viegas.
La gran mayoría de las culturas originarias coinciden en señalar la procedencia espiritual de las enfermedades, entendiéndolas como “desbalances” o “desequilibrios” que deben tratarse, sobre todo, de forma preventiva. Lo aconsejado, desde esa perspectiva, es usar “productos vegetales, en menor medida minerales y, a veces, animales”, describió María Inés Isla, quien trabaja para investigar las potencialidades para la salud y la alimentación de las especies nativas en la región, junto a la comunidad originaria tucumana de Amaicha del Valle, continuadora de la Nación Diaguita Calchaquí.
Isla dirige el Instituto de Bioprospección y Fisiología Vegetal (INBIOFIV) dependiente de la UNT y del CONICET. A través de un convenio sellado entre el organismo y la comunidad indígena, la universidad busca “poner en valor la medicina ancestral y el uso de plantas medicinales nativas, complementando estos saberes con conocimientos científicos actuales”.
¿Tensión o sincretismo?
El anhelo de complementariedad al que aspiran muchos de estos proyectos debe sortear algunas diferencias radicales en la manera en que las distintas prácticas medicinales conciben la salud. “La OMS”, explicó Viegas, “distingue tres tipos de medicina: la alopática, que es la que todos conocemos –la occidental, la biomedicina–; la alternativa y complementaria, que incluye a la homeopatía y a los métodos más holísticos; y la medicina tradicional, que son los saberes árabes, los provenientes de la cultura china, india y todas las medicinas tradicionales indígenas”. Si bien existen particularidades en las formas de entender lo que la biomedicina llama “enfermedades” según la cosmovisión de la que se trate, la mayoría de las culturas originarias entiende a los conjuntos de síntomas como “síndromes culturales”.
“Donde la medicina occidental propone una indagación patologizante y fragmentaria, los curanderos, yatiris o las machis plantean una pesquisa integral, en la que se busca encontrar la relación del malestar con lo que ocurre en un plano que excede a la persona física y alcanza al ámbito espiritual y a su entorno social”, argumentó Dominguez.
Los tratamientos incluyen rituales preventivos, terapias con insumos naturales –como el tabaco o plantas de poder– y prescripciones herbales; “los yuyos”, como los llama la enfermera, que muchas veces tienen un efecto expulsativo. “Por ejemplo en un temazcal, que es como un sauna con plantas medicinales en el que se calientan piedras y se echa agua, se busca que la persona transpire y elimine toxinas. En otras situaciones, como los casos de indigestión, se sugiere tomar algo para tirar lo que te hizo mal”, explicó.
“El vómito o la diarrea, como vía de depuración, suele ser visto por los biomédicos como intoxicación. Es una de las grandes barreras que existen”, agregó. Domínguez criticó además el punto de vista según el cual “si se usa la planta para sacar un activo que luego se mercantiliza por una farmacia y se vuelve un producto comercial, ya no intoxica”. La enfermera señaló que hay una tensión entre el “uso capitalizado” y el uso “cotidiano o casero” de las hierbas.
Isla, por su parte, resaltó las “semejanzas entre ambos sistemas”, en el sentido en que los dos apuntan a la salud, ocupan una “posición oficial” dentro de sus sociedades y están en armonía con las leyes de su cultura, e indicó la tendencia hacia una “amalgama” y a una disminución cada vez más importante de la tensión entre los puntos de vista.
“Cada vez se rompe más la barrera transcultural, hay un proceso de intercambio, ya que el curandero y los adultos mayores de diferentes comunidades le han brindado a la medicina científica un vasto conocimiento o saberes de plantas medicinales y métodos terapéuticos empíricos en base a los cuales se crearon terapias científicamente reconocidas y viceversa”, manifestó la investigadora de la UNT y el CONICET.
Curar el cuerpo social
El curso dictado en la UNR pasó de la Facultad de Medicina a la de Humanidades y Artes; ahora es una diplomatura y se transita de forma online. Viegas y su equipo aseguran que de esta manera facilitan el acceso a “un montón de gente que no podía viajar a Rosario”. Los conocimientos que se atraviesan son teóricos y apuntan a “hacer saber que todavía existe otro tipo de medicina”, si bien mucha de su “sistematización”, según el antropólogo de la UNR, “se ha intentado destruir con las tentativas de genocidio y etnocidio hacia las culturas precolombinas”.
En un sistema educativo edificado sobre un paradigma eurocéntrico del que todavía cuesta salir, Viegas destaca la importancia de que los profesionales tengan algún tipo de contacto con las prácticas originarias para evitar “choques interculturales” en el marco de un capitalismo globalizado con migraciones constantes, tanto internas como externas.
En ese sentido, esa “apertura de cabeza” que pregona, termina siendo parte de un giro decolonial; así también lo entiende Domínguez, quien no concibe el entendimiento de la medicina tradicional sino a partir de una deconstrucción: “primero hay que despatriarcalizarnos y descolonizarnos”, enfatizó.
“Hay que deconstruir estos dos aspectos. Sino seguimos sosteniendo un modelo biomédico, hegemónico y patriarcal que es justamente el paradigma sobre el que se ha establecido el sistema moderno de la salud”, recalcó la enfermera.
La soberanía alimentaria, la nutrición consciente, la autodeterminación de los pueblos sobre sus formas de existencia y el sostenimiento de sus prácticas ancestrales son temas que corren en paralelo a la transmisión del conocimiento en materia de salud. “La recuperación de nuestros partos y el resguardo de nuestros frutos, plantas y formas de elaboración se ven amenazados por la agrotécnica consumista”, denunció la especialista. La I Convención Internacional de Saberes Ancestrales de los Pueblos Indígenas, que tendrá lugar los días 24, 25, 26 y 27 de noviembre próximos en la provincia de Jujuy, pretende articular posiciones con el objetivo de resistir a la pérdida de esos conocimientos.
“Las diferentes comunidades han desarrollado una taxonomía ampliamente sistematizada de las plantas, de las yerbas, de los montes, saben cómo reconocerlas por su forma, sus colores, sus olores y conocen cómo y para qué dolencias se pueden usar”, comentó Isla y recordó que son saberes que se transmiten de generación en generación.
La continuidad oral, amenazada por la embestida homogeneizadora de la modernidad y sus instituciones, intenta ahora ser rescatada por el medio académico ante la realidad de que, de acuerdo a Viega, “cada vez quedan menos médicos tradicionales auténticos”.
“En Jujuy tenemos abuelos y abuelas que están viejitos y necesitamos que se dé valor a su saber”, concluyó Domínguez.