¡Qué mundo extraño! Tuve que levantarme y escribir en el borrador antes de que despertase. Me asediaba la idea de que el prestamista o el ambicioso debían narrar la historia de lo que para mí constituía el simulacro execrable de su ser en el mundo. Mejor dicho la escisión esencial de lo que grava nuestro mundo. Pensé en la ambición de Macbeth y en el resentimiento del mercader de Venecia, pero en verdad estaba cansado y me dije que si la idea había logrado sobresaltarme a esa hora de la madrugada en el ombligo de mi sueño, como si fuese esencial para mí decir algo esencial en mi vida, podría seguir durmiendo y escribir la idea por la mañana después de despertarme. Sin embargo, no pude concentrarme en el sueño porque me aquejaba la duda acerca de no recordar por la mañana, lo que quería transcribir. 

De hecho quería recuperar si debía utilizar a Macbeth o a Shylock pero se interponía la vaga, muy vaga sensación de que había alguien más propicio que podía servir al relato. Lo que sí era seguro es que este debía afirmarse en el transcurso del sueño porque no sólo la posibilidad de existencia del mismo, si no mi propia vida dependía de que no despertase. Y para colmo, comencé a inquietarme con la idea de que podría olvidar todo por la mañana, así que me senté en el borde la cama, en plena oscuridad tratando de no despertar a mi mujer que dormía a mi lado. 

Un pequeño intersticio de luz progresaba muy débilmente por las ranuras laterales de los postigos que dan al afuera y volví a recostarme… Después de todo, pensé, es nada más que un relato, la estúpida idea de grabar un momento liviano y evanescente que no ocupa ni siquiera la más mínima partícula de la realidad que me circunscribe. Significantes de significantes de otros significantes cuya realidad contextual es sobornada por un diccionario…

¿Cuál sería la consecuencia si me duermo y al despertar ya no recuerdo… qué se perdería?... pero la idea de que vagaba en el sueño y que moriría al despertar el que dormía, se tornaba más y más imperiosa hasta el punto de que ya no podía por más que me lo impusiese volver a dormirme. 

Lo peor era que la distancia de una habitación por medio me separaba del borrador en el escritorio, que hoy por hoy es mi lugar en el mundo, sólo que por esa manía de contradecirme, de contrarrestar esos impulsos que surgen en el fondo de mí, al modo de un remanso momentáneo en el flujo del río, de un nódulo enviscado en una incesante telaraña de conexiones, me resistía a obedecer la simple tarea de atravesar esa mínima distancia. 

Tal vez era solamente la idea de que la idea era insensata y poco propicia para el meollo del relato, puesto que la padecía, así que… decidí que dormiría, pero al recostarme comprendí que no podía. La leve vacilación de mi sombra intimidada por un sesgo de luz mortecina me sublevó. Sigilosamente me levanté y mientras atravesaba la mínima distancia, la idea del bien que sobrevolaba la idea de un relato, de cualquier relato, me asaltó desde el meollo con que yo más la detestaba. La idea del bien que por serlo requiere, impone la convicción indiscutible de que debe ser compartido. Como si fuese la aparición, que desde siempre había reprobado, de algo absoluto, puro en sí mismo, no dependiente de otra cosa, que impulsase la idea de una presencia ausente, al modo de un paradigma posible en medio de tanto misterio. ¡Ah!, no, me dije, no puedo trastabillar en mi convicción de que fuera del relato subsiste una constelación escrituraria… reproducida por hombres que emergen dentro de ella. 

Esto es una pesadilla que esa absurda necesidad de contar una historia, al modo en que un niño la necesita para creer en el mundo, impulsa en la actividad del sueño para consolarnos con la idea de otra dimensión del tiempo y en verdad, de ese peligro yo creía salir ileso… pero… ¿por qué la reiteraba en tantos relatos? La idea, pequeña, absurda, imposible, me desvelaba…así que… condesciendo… Garabateo estos minúsculos signos para tratar de salvar la idea del relato antes de que despierte. 

 Por un momento pensé en la tabla de la evolución del alfabeto latino que Patricia Lesnabere me había regalado por la mañana en la reunión de filosofía. Pero no, me dije, salvo que nunca pude optar por otra perspectiva. Otra perspectiva, la de la A a la Z que agota el repertorio de todo mi universo posible. Sé… no vi… sé que el deseo de saber es el único deseo que para mí nunca cesa… mi enciclopedia… ese signo que ignoro y que se encadena a otros signos privilegiando una semiosis incesante para no decir infinita. ¿Por qué no Hamlet, recordé, pura anamnesis, To be or not to be… sleep, maybe dream… Ser o no Ser…dormir, tal vez soñar,  en lugar de Señor, la reina ha muerto… ¡Debiera haber muerto un poco después!

Sir, the queen is dead...I should have died a little later. No, no…sería volver la idea surgida en el remolino del sueño y el despertar, en la zozobra de lo que no tiene otra finalidad que ser contado para que exista, a un contexto, a una producción que cuenta de antemano con un sentido pensado y preestablecido…eso no… Al final son puras anécdotas… Sea como sea, debo dejar la idea liviana y alada tomar vuelo en la mañana hasta dispersarse con la luz que ahora penetra descubriendo mi ventana y el asombro que me causa desaparecer, desvanecerme, borrarme cuando vuelvo y alcanzo a vislumbrar la muerte que acecha cuando el durmiente comienza a despertar.