Pascale Fari es psicoanalista, vive en París, es Miembro de la École de la Cause Freudienne (ECF) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Ha sido la responsable del establecimiento, compilación y edición del libro ¿Cómo terminan los análisis?, de Jacques-Alain Miller (Navarin/Grama 2022). Esta prestigiosa profesional dictará el próximo martes 25, a las 19, la conferencia Internacional "Hablar es un trastorno del lenguaje", en la Sede de Gobierno de la Universidad Nacional de Rosario, con modalidad híbrida. En la apertura de esta actividad organizada por EOL Sección Rosario, junto con las Cátedras Psicoanálisis II y Perspectivas en Educación, estará el rector Franco Bartolacci. La actividad requiere de una inscripción previa sin cargo.

-Usted tuvo a su cargo la recopilación, el establecimiento y la edición del libro Cómo terminan los análisis, de Jacques-Alain Miller, ¿Qué puede decirnos de esa experiencia?

-Para quienes no lo conozcan, Jacques-Alain Miller establece el texto del Seminario de Jacques Lacan y, desde hace más de 40 años, elabora lo que es la orientación lacaniana para la práctica clínica y la lectura de las mutaciones sociales. Fundó la Asociación Mundial de Psicoanálisis, que reúne a siete Escuelas de Psicoanálisis, entre ellas la Escuela de la Orientación Lacaniana en Argentina. Cómo terminan los análisis retoma una cuestión que siempre ha suscitado apasionadas discusiones y crisis, a saber: el final del análisis. Lo que está en juego es crucial, ya que un analista es ante todo el producto de su propio análisis. Es la condición freudiana para poder ejercer sin estar demasiado agobiado por su angustia y sus síntomas.

Para la edición de este volumen, me ha conmovido el entusiasmo de todos los colegas que se han movilizado de improviso, en medio de las fiestas de fin de año. Un trabajo colectivo, basado en una transferencia especial, que Lacan llama “transferencia de trabajo”. Pero lo que más me impresionó fue que ninguno de los 38 textos de la obra se conforma con lo que se creía establecido y seguro. Por supuesto, algunos puntos ineludibles vuelven a menudo, pero lo increíble es que nunca se trata de una repetición: en cada ocasión hay un replanteo nuevo y fresco; una apuesta nueva al trabajo. Eso es lo que hace la fuerza motriz de esta elaboración. No hay lugar para lo repetido. Cada texto es una piedra de toque, participando del conjunto con su singularidad y su parte de invención. ¿Qué más evocador del deseo del analista?

-En unos días usted estará en Rosario para dar una conferencia que ha dado en llamar “Hablar es un trastorno del lenguaje”, ¿Qué anticipo puede darnos de esa propuesta?

-El idioma que hablamos es todo salvo algo estandarizado. Las computadoras y los sistemas automáticos de reconocimiento del habla han hecho progresos considerables, pero nunca se les ha visto tropezar, balbucear o llorar, grabando o “escupiendo” algunas palabras. Porque es un hecho propiamente humano que hablar compromete nuestro cuerpo y nuestros afectos. Cada vez que tomo la palabra, indico también cómo me afecta, o no, lo que digo; mi discurso lleva la marca indeleble de las palabras que me han marcado para siempre; inconscientemente, dejo entrever lo que me anima, lo que me asusta.

Bueno, esas inflexiones, esos tropiezos, esas vacilaciones, las repeticiones, el significado particular que le doy a una u otra palabra, no son más que desviaciones con respecto a una norma lingüística supuesta. Es en estas divergencias donde se aloja nuestra diferencia. Nuestra singularidad palpita en este espacio donde nuestra palabra es precisamente no conforme, se desvía, se tuerce.

He aquí una breve visión sobre este tema –en la prolongación de las recientes Jornadas de la Sección de Rosario, sobre el tema “Singularidad y despatologización”– que tendré el honor y el placer de desarrollar.

-Podríamos decir que hablar está en el centro de la experiencia psicoanalítica y sabemos que siempre es equívoco. Uno dice algo y otro puede entender algo distinto, ¿Cada uno está en su mundo?

-Sí, cada uno está en su mundo, repitiendo, sin saberlo, el texto inconsciente que lo habita, con sus significados privados, intransmisibles. El malentendido es inherente al lenguaje. Lacan observa que se habla para disipar el malentendido, pero que al hacerlo no se hace más que alimentarlo. Por lo tanto, el malentendido es también lo que nos impulsa a hablar. Porque el lenguaje es lo único que tenemos para crear lazo social. Un psicoanálisis da paso a lo que la palabra transmite de singular, a lo más aberrante, a lo más traumático. Y es precisamente usando los poderes del equívoco que se consigue hacer otro uso del trauma.

-Sin embargo, hablar es lo que nos acerca, nos enlaza, pero también puede alejarnos, enojarnos, es decir es esencial a la sociedad, a la cultura, aún en su equivocidad. ¿Qué función del hablar en la política, en la humanidad?

-¡Es una cuestión tan amplia como apasionante! El equívoco es la riqueza social y cultural de la lengua. En nuestro mundo hiperconectado, mecanizado, cada vez más codificado, por no decir robotizado, la lengua tiende a “aplanarse” en una sola dimensión donde las palabras no tendrían más que un único significado, fijo. Reducida a una función de designación, la lengua pierde su poder metafórico y alusivo. Es olvidar que la eficacia simbólica se debe a la posibilidad de desplazar y combinar las palabras y sus significados, a su poder de evocación y resonancia, a este juego siempre abierto e inventivo de palabras, usos y significados. Es, en efecto, un reto importante para la civilización.

*Participante EOL Sección Rosario. Coordina y edita la Página de Psicología de Rosario/12. Marcela Errecondo hizo la traducción.