Es primavera y llueve, después de meses. Son 22 milímetros en la mañana de sábado, el tenue ruido de las gotas sobre el poliuretano sirve para recordar cómo era aquello tan habitual, y hoy esporádico. Las promesas de nuevas lluvias, aunque sea en dosis pequeñas, revitaliza. La santa rita de mi balcón florece en su maceta, las flores blancas se multiplican aunque sus hojas estén mustias. Buganvilla, así le dicen en otros lugares, así se lee en tantas novelas. Los lapachos vuelven a teñir de rosado el parque Urquiza y empieza a sentirse el aroma dulzón de los tilos, en algunas calles, yo lo disfruto en una que está cerca de la Ciudad Universitaria. La primavera me trae una canción, Brillante sobre el mic, en la voz de Fabi Cantilo.
La caminata se detiene por segundos en una esquina en particular, donde un enorme jazmín del país -o jazmín chino- colma las narinas. Colores y perfumes hacen más amable una caminata que -aún después de la lluvia- está teñida por el olor a humo. Los incendios en el humedal de las islas del Paraná son omnipresentes, difícil pensar en otra cosa cuando la vida se destruye sin tregua. Y sin embargo, me hace falta Una canción diferente, qué mejor que la voz de Celeste Carballo para abrir espacios en medio de la jungla.
Caminar por Rosario puede traer otras reminiscencias. Una placa en la esquina de pasaje Storni y Laprida recuerda que allí vivió la poetisa Alfonsina Storni, en la segunda etapa de su residencia en la ciudad. Un pasaje transitado miles de veces, al costado de la plaza López, hoy en obras. Como la gran mayoría de las personas, la primera vez que escuché sobre Alfonsina fue en la voz de Mercedes Sosa, por Alfonsina y el mar, una zamba escrita por dos varones, Ariel Ramírez y Félix Luna. Allí se la encerraba en el corsé de la mujer sufriente, que muere por amor. “Y si llama él no le digas que estoy”, lo sugería para siempre. Un disco que, en 1969, le cantó a Mujeres Argentinas de la historia, en la voz más emblemática, cristalizó a una poeta irónica, implacable, impertinente, en la visión etérea del sufrimiento femenino. Cuando escucho a Rosalía cantarla, me pregunto cuántos puentes se tendieron entre aquella Alfonsina que pregonaba los derechos civiles -todavía no se habían conquistado- para las mujeres, y esta joven que le canta al mundo su Motomami.
No lo sé, pero sí recuerdo los versos de La loba. “Yo soy como la loba./ Quebré con el rebaño/ Y me fui a la montaña/ Fatigada del llano”, empieza Storni, hace más de un siglo. La inquietud del rosal fue publicado en 1916. “Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley,/ Que no pude ser como las otras, casta de buey”, sigue ese poema que también se puede escuchar en forma de canción por Marikena Monti, en el disco Alfonsina, hoy, reeditado en 2017. Ese disco no habla sobre Alfonsina, la encarna. Toma su palabra para hacerla canción. Me quieres blanca me recuerda a mi madre, su sorpresa cuando escuchó el poema recitado por primera vez. Desconocer nuestra historia fue también una manera de atarnos. Cuánto podría haberse ahorrado mamá si la hubiera conocido antes, me pregunto demasiados años después. Ahuyento esas ideas porque descarté escribir sobre el día de la madre.
“Hombre pequeñito, te amé media hora, no me pidas más”, canta Marikena y yo camino en busca de las huellas de Alfonsina por la ciudad. El bar que atendía junto a su padre está en el barrio Echesortu, son unas cuantas cuadras para recorrer desde pasaje Storni. Entre autos, bocinazos, el miedo de automovilistas a las nuevas fotomultas, se atraviesa otro parque, el de la Independencia, proyectado por Carlos Thais. La meta es Mendoza y Constitución, donde hoy funciona la heladería Río. Una placa puesta por iniciativa de vecinas y vecinos, en marzo de 2021 no permite perderse: “En 1900 vivió en esta casa la destacada poetisa Alfonsina Storni (1892 - 1938). Aquí la familia tuvo un almacén con despacho de bebidas llamado Café Suizo”, se lee en el mármol. Se puede entrar a disfrutar del chocolate Alfonsina, con toques de oporto. Mientras tanto, la degustación que sí está en marcha es la poesía de Alfonsina hecha canción en el disco de Mariana Grisiglione. Elijo Soy esa flor mientras mis pasos me llevan por ese barrio de veredas anchas. Con breves pasos llego a bulevar Avellaneda 941, donde hoy funciona el jardín de infantes número 38, Magdalena de Güemes. Antes, a principios del siglo 20, fue la casa de Ramiro Pelayo, el marido de María Storni. La hermana los “frecuentaba” (así dice la placa).
La historia de Alfonsina fue apasionante, ella la forjó así. Nacida en Suiza, sus padres llegaron a San Juan cuando era muy pequeña y los problemas económicos los llevaron, en 1900, a Rosario. En el Café Suizo, todavía siendo una niña, le tocó trabajar, también lo hizo en una fábrica de sombreros. Escucho otra poesía de ella, Queja, esta vez cantada por Celeste Carballo.
Alfonsina quería estudiar, y así lo hizo en Coronda, entonces un pueblo -hoy ciudad- que quedaba a 125 kilómetros de Rosario. Se recibió de maestra, volvió por un tiempo, quedó embarazada de su amante, un hombre poderoso. Decidió tener sola a su hijo, le puso Alejandro. Se acercó a las ideas anarquistas y feministas, escribió, publicó en Mundo Rosarino y Monos y Monadas. Recitó y actuó, se fue de gira con la compañía de José Tallavi. Siguió escribiendo, se fue a vivir a Buenos Aires. Fue maestra, poeta, dramaturga, escribió en la revista La Nota y el diario La Nación. Siguió publicando poesía, ganó premios, se amargó con críticas mezquinas.
Pienso en todas esas decisiones, allá por 1900 y poco, y recuerdo otro poema hecho canción por Isabel Parra, ¿Qué diría? se pregunta la poeta. “¿Irían a mirarme temblando en las aceras?/ ¿Me quemarían como quemaron hechiceras?/ ¿Rogarían en coro, escuchando la misa?/ En verdad que pensarlo me da un poco de risa”, escucho y disfruto.
Alfonsina es inmortal: hoy la traen Rosalía y también Cazzu, que recita su Romance de la venganza. La Jefa le tomó prestado el nombre para una canción propia, y así sigue la rueda de la poesía girando a través de las generaciones.
Quedan sus libros de poemas, los artículos periodísticos editados en abril con el título Un libro quemado, biografías y estudios críticos. La escritora española Luisa González noveló su vida en Alfonsina, y tomó una de sus frases como epígrafe: “El mejor homenaje que puede hacérsele a un fuerte no es enterrar su tragedia como un ramo de bellas palabras, sino tratar de penetrarlas sin miedo de verdad alguna”.
Sin miedo de verdad alguna vivió y escribió Alfonsina. Será por eso que está tan presente esa mujer que se atrevió a hacer lo que quería. Y también eligió su muerte, ante el avance de un cáncer por el que tampoco se iba a dejar dominar. El 25 de octubre se cumple un nuevo aniversario de aquella decisión, y continúo mi caminata por la ciudad, la misma pero tan diferente a la que ella vivió, con Celeste Carballo en mis oídos. Canta Alfonsina volvé a nacer.
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