En 1992 fui plomo de Massacre Palestina. Joven, muy joven, trabajaba en una panadería y el manager de la banda me ofrece otro laburo. “El bajista necesita alguien que lo ayude el sábado en el show de Arlequines, ¿te animás?” Contesté que sí y arranqué. A los tres meses Massacre telonea cinco veces a los Ramones en Obras. Ahí me topé con el prime time del rock. Un cielo nuevo a los 15 años, siendo fan de los Ramones, las pruebas de sonido, púas a los amigos, los palillos de Marky y llevarme de recuerdo las listas de temas que después pegaría en mi pieza de adolescente.
Los noventa marcaron en nuestros cuerpos la cultura del aguante (hay que hacer una remera), con los años me di cuenta que fue una suerte estar presente en cada evento callejero, el rock, el fútbol, las fiestas de Andamio 90 y la Tribu. Daba orgullo estar en las marchas estudiantiles. Había un lugar de búsqueda en el encuentro callejero y pasión por pertenecer a esos mundos. Un lugar de aprendizaje en búsqueda constante del deseo.
El menemismo para la juventud fue sinónimo de nada de guita en el bolsillo, terminé el secundario y me puse a trabajar en estudio contable en la calle Moldes, hacíamos tándem de fracasos laborales con mi gran amiga/colega Flavia Gresores, ahí aprendí a ordenar carpetas de un archivo y a manejar el sistema contable Bejerman, sin embargo, no tenía ninguna función social y renuncié.
En el 2000, me fui a vivir solo, empecé a estudiar “formalmente” teatro y comienzo en el Centro Cultural San Martin el curso de Entrenamiento para actores que dictaba Gabriel Molinelli. ¿Qué hacía en ese taller, si era un no actor? La respuesta: al mes asistía tres veces por semana sus clases y ese acercamiento a la actuación se fue transformando en un vínculo creativo cada vez más fuerte, intenso y amoroso.
Se estrena Nueve reinas donde Molinelli interpreta a Cárdenas y contagia a toda la clase de entusiasmo por la profesión. Particularmente me conmovía su forma de transmitir la fascinación por el oficio, cómo encarar personajes en cine, la espera en el set, como había fabricado esa risa cuando le cierra la puerta del banco en la cara a Darín.
Fui a verla al cine y salí enloquecido. La película muestra la realidad inmediata. Tiene un pasar muy reconocible de cualquier ciudad como Buenos Aires: dos tipos que se la rebuscan para hacer guita en la calle. Ladrones de guante blanco, en el centro de una ciudad cosmopolita. Uno tiene un bar como oficina, patean todo el día buscando la oportunidad que en algún momento aparece, laburan para conocer el yeite: con todo eso construyen un oficio.
Esa oportunidad llega, pueden ser millonarios, no lo pueden creer “Estas cosas pasan” le dice Marcos a Juan cuando les ofrecen 300 mil dólares por las Nueve reinas. La corrida desesperada por Puerto Madero del motoquero que les roba las estampillas es un punto de inflexión en la película porque Marcos tiene que blanquear su guita en la estafa por la herencia familiar.
La transa, el truco, el engaño y la estafa son antiguos en cualquier sociedad, sin embargo, no es fácil contarlo en cine. Ese fue el gran mérito de Fabián Bielinsky, en su opera prima, llevando a la pantalla el desánimo argentino de la época.
Una película con un discurso incorrecto, alcanzó la aprobación del público y de la crítica por ser efectiva: un país en medio de una crisis, a los cinco minutos el protagonista roba un chocolate y dice “Cranchy, fabricado en Grecia… este país se va a la mierda”.
La inclusión del Hilton en Puerto Madero, un símbolo de desarrollo y expansión de la ciudad, un lugar inaccesible para los dos transas, elevando la figura de Leticia Brédice como la puta ama del hotel. Un Alejandro Awada memorable en el rol de Washington, vendedor ambulante de todo tipo de productos truchos “Tengo una motocicleta japonesa excelente con algunos daños menores. ¿Qué daños? –retruca Darín-. Un agujero en el tanque”.
La vi tantas veces que en cualquier conversación puedo tener a mano una frase de la película.
Y no solo fue un fenómeno cinematográfico, creíamos que la crisis con todo lo que habíamos pasado se iba a terminar. Y no. Si bien el 2001 era inevitable, la película tuvo un reflejo premonitorio en la historia y el vaciamiento del país, con la gente abarrotada en los bancos golpeando las puertas para que le devuelvan sus ahorros.
Una película imprescindible dentro de la cinematografía nacional que para mi fue un puente directo que me conectó con la actuación. Donde quiera que esté, voy a estar siempre agradecido a mi gran maestro Gabriel Molinelli.
Ricardo Tamburrano (Argentina, 1976) es actor, dramaturgo, director de teatro y periodista. Es el director de la Revista Llegas a Buenos Aires. Como actor trabaja en teatro, televisión y cine desde el 2000. En el Proyecto Pruebas IV de Matías Feldman en el Teatro Sarmiento. Participó del Festival de Almada Portugal con la obra La Verdad de Bernardo Cappa. Ha participado como actor en la serie El Reino, La vida en la mitad, 2001, El jardín de bronce y en cine en Elefante Blanco y 30 noches con mi ex. Actualmente participa de la serie El encargado de Cohn-Duprat. Dirige su opera prima Pasteleros como dramaturgo, que se puede ver los domingos a las 19 hs en AAAJ Polideportivo Las Malvinas, Tronador y Bauness.