Son las cuatro de la tarde y estoy en la puerta de un cine en el Patio Bullrich, quizás el shopping más coqueto de la ciudad. En una fila breve, de gente mayor de 50 años, esperamos que abra la sala. El gris de las canas es el color dominante. Ropa combinada con estilo, tonos pastel. Parejas, grupos de amigos, conversan animados. Venimos a ver “Argentina 1985”.
Faltan 20 minutos para que comience la función. Las puertas se abren y apenas se ocupa un 20% de las butacas. Sin embargo, en el tiempo que resta, la sala se llena. Se puebla de un público que, en su mayoría, reproduce el perfil que retraté. Jóvenes de ayer, aquellos que lo éramos cuando se desarrolló el juicio, incluso cuando gobernaba la dictadura. Pero hay, también, otros jóvenes, de hoy, vestidos con ropa de marca, rubios, de tez blanca, dientes impecables, también blancos. Uno de ellos sostiene un vaso grande de pochoclo. Algunos se sientan a mi lado. Conversan entre sí. Sonríen. Hablan de una reunión o fiesta a la que irán a la noche. La composición de clase de la sala es definitivamente homogénea y el perfil etario, como dije, un poco más diverso. Estoy con mi hijo. Alejados de ese perfil social, representamos esa composición generacional.
En minutos, cuando comience la película, la gran mayoría del público regresará a una Buenos Aires conocida, se reencontrará con aquella ciudad que transitó en los primeros años ochenta y que el film recrea con detalle. Para los jóvenes de hoy, apenas reconocible en el edificio de tribunales, esa Buenos Aires es una ciudad ajena: autos prehistóricos, cabinas de teléfonos públicos, máquinas de escribir, el cigarrillo omnipresente. Pero, también, les resulta extraño el escenario político: una democracia naciente que convive con los autores de crímenes atroces que conservan cuotas sustantivas de poder.
Mientras duró el juicio se emitían por televisión escasos minutos sin audio. Años después, se produjeron algunos programas especiales en aniversarios o contextos significativos que incluyeron breves fragmentos de las audiencias. De allí que, para la gran mayoría de los espectadores, la película constituye su aproximación visual, mediada por la recreación histórica, al juicio. Esta cuestión, junto a su éxito de público, instalan la importancia política de “Argentina, 1985”.
Se apagan las luces. La película da cuenta del clima tenso en el cual la fiscalía asume la causa 13. Pone el foco en la labor del fiscal Julio Strassera quien, a cabalgata del guión, se constituye en un “héroe sin caballo” como lo retrató, recientemente, su entonces fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo. Strassera encarna, en primer plano, la voluntad de justicia, la valentía ciudadana ante un poder siniestro que aún muestra sus garras, la búsqueda de que impere la ley. Si bien se evidencia que el éxito de la fiscalía fue resultado de un trabajo en equipo, en el cual se destacó el esfuerzo de jóvenes abogados, es su intervención, su figura, apenas ensombrecida por la referencia de Moreno Ocampo a su comportamiento durante la dictadura, la que guía el relato.
A esta primacía del fiscal, contribuye la omisión de la voluntad política de Alfonsín, que impulsó el juicio, la breve mención a la investigación de la CONADEP, la cual constituyó una verdadera pericia prejudicial al reunir testimonios de familiares de desaparecidos, sobrevivientes de los centros clandestinos, testigos circunstanciales, algunos perpetradores y hasta documentos de las propias fuerzas represivas y del informe Nunca Más que creó un consenso, previo al juicio, de que los responsables de los crímenes debían ser castigados. También, por ese predominio, queda soslayada la lucha del movimiento de derechos humanos que reunió esa misma clase de pruebas durante la dictadura. Vale recordar que los organismos entregaron en 1979 a la Comisión Interamericana de la OEA que visitó el país 5.580 denuncias de desapariciones forzadas, habían logrado identificar los principales centros clandestinos y la identidad de los responsables más salientes de las violaciones a los derechos humanos. En ese sentido, la labor central de la fiscalía no consistió en recoger nuevos testimonios, ya que tuvo a disposición miles reunidos por la CONADEP. Su tarea principal fue seleccionar, de ese universo, aquellos paradigmáticos que probaban el carácter sistemático de la represión ilegal y convencer a las víctimas, que habían dado testimonio, de que declaren en el juicio. Estas dos intervenciones fueron decisivas para la contundencia de la acusación.
En segundo plano, queda, también, la valentía de familiares y sobrevivientes que declararon enfrentando amenazas, sobreponiéndose a revivir experiencias límites, a la hostilidad de las defensas de los dictadores y a las intervenciones, no pocas veces distantes de la empatía, del tribunal. Fueron quienes, venciendo al miedo, hicieron posible con sus testimonios las condenas y ampliar el rechazo al terrorismo de Estado cuando lograron conmover a personas, como la madre del ayudante del fiscal quien, pese a concurrir a misa junto a Videla, tomó consciencia que el dictador debía ir preso.
El film retrata con justeza la relación de fuerzas en la que se desenvolvió el juicio: Fuerzas Armadas que defendían corporativamente la lucha antisubversiva, una “familia judicial” que rechazaba aplicar el derecho ante crímenes masivos y sistemáticos. Lo hace, aunque no mencione que la oposición de entonces había aceptado la autoamnistía, una porción del partido de gobierno, empresarios y dignatarios eclesiásticos eran contrarios al juicio y ciertos jefes de la CGT declaraban ante el tribunal que ignoraban la existencia de dirigentes sindicales desaparecidos.
Las luces continúan apagadas.
En la sala se escuchan llantos contenidos, risas en los descansos que, ante la tensión del guion, ofrecen las bromas de Darín o la frescura de las intervenciones del hijo del fiscal. Se escuchan, también, aplausos. Leves, cuando aparecen las Madres, sostenidos cuando Strassera afirma Nunca Más y al terminar la película. Excepto en el silencio que domina toda la proyección, resulta imposible distinguir de quiénes parten esas emociones. ¿Jóvenes de ayer, de hoy? ¿Una línea invisible que cruza, más allá de las edades, una sensibilidad compartida?
Conocer e interpretar las significaciones que los espectadores le otorgan a la película, al juicio, reviste importancia. Requeriría un estudio sociológico a la puerta de cines de barrios de extracción social diversa, ubicados en diferentes lugares del país, que atendiese a cuotas de edad y género. Seguramente permitiría distinguir sentidos comunes pero, también, disímiles. Una colega vio la película en San Miguel de Tucumán, en una sala semivacía. Solo ella y su hijo aplaudieron cuando el fiscal pronunció Nunca Más.
Sin embargo, encuentro cuatro lecturas, seguro hay más, a partir de las numerosas notas de opinión publicadas en diversos medios.
La primera, reclama la ausencia en la película de la figura de Alfonsín impulsor político del juicio y la investigación de la CONADEP, aunque omite mencionar la demanda de justicia de los organismos de derechos humanos y su esfuerzo en la recolección de testimonios, documentos y otras evidencias en plena dictadura.
La segunda, critica la película desde el mismo punto de vista con el cual, desde cierto ángulo, se criticó el juicio. Parece pretender que el film remede la lectura política en la cual se insertó el juicio, la “teoría de los dos demonios”, que derivó en el procesamiento simultáneo de las cúpulas guerrilleras y las juntas militares. Esta perspectiva cuestiona la película con el argumento que actualiza ese sentido del pasado.
La tercera, que circula en comentarios del diario La Nación, enhebra el juicio a las juntas con procesos judiciales recientes o en curso. Utiliza la figura del fiscal Strassera, su valentía, su lucha contra un poder tenebroso, que conserva la capacidad de dar muerte y que busca la impunidad, para emparentarlo con la figura de los fiscales Alberto Nisman y Diego Luciani. Con ello convierte a la memoria del juicio en una herramienta meramente instrumental al servicio de la lucha política inmediata.
La cuarta lectura, valora la película porque entiende que el film repone, en momentos aciagos para la democracia, la importancia del estado de derecho, expone el carácter de los crímenes de lesa humanidad y constituye una intervención pedagógica destinada a las nuevas generaciones, combate el negacionismo, la relativización y la reivindicación de los crímenes. En ese marco, rescata el juicio más allá de la conformidad o disconformidad con la estrategia de la fiscalía, la sentencia del tribunal y el decurso posterior que asumió la lucha por la justicia y el castigo.
Vuelvo a la sala. Al momento en que los aplausos son más intensos, cuando Strassera concluye su alegato pronunciando Nunca Más. Vuelvo a preguntarme por los sentidos que condensan los aplausos a esa frase. Una frase, Nunca más, que se ha repetido desde que la consagró la CONADEP como título de su informe, potenció su condición simbólica en el juicio histórico, es coreada en manifestaciones, repetida en discursos, enarbolada en carteles y banderas. Su insistente presencia a lo largo de casi cuarenta años evidencia que buena parte de la sociedad argentina la hizo suya. Pero, también, que si una frase de carácter taxativo debe repetirse, una y otra vez, su sentido no se considera asegurado. Que hay que afirmarlo. Esto se manifiesta con toda intensidad en estos tiempos delicados donde la violencia política está de regreso y amenaza con abrir un curso imprevisible que pondría en jaque las premisas fundadoras de la democracia.
La película termina con una canción de fondo, emblemática de aquella época,
“Inconsciente colectivo” de Charly García, uno de los músicos más sensibles a las profundidades que recorren el alma de una parte de esta sociedad. La última estrofa de ese verdadero himno a la libertad dice: “Ayer soñé con los hambrientos, los locos, los que se fueron, los que están en prisión. Hoy desperté, cantando esta canción, que ya fue escrita hace tiempo atrás. Es necesario cantar de nuevo una vez más”. Vaya si es necesario cantar de nuevo y volver a decir Nunca Más.
(*) Investigador del CONICET, profesor de la UBA. Autor de la “La historia política del Nunca Más” (Siglo XXI), libro traducido al inglés, francés, italiano y portugués.