Crónicas de un affair 6 puntos
Chronique d’une liason passagère, Francia, 2022
Dirección y guion: Emmanuel Mouret.
Duración: 101 minutos.
Intérpretes: Sandrine Kiberlain, Vincent Maccaigne, Georgia Scalliet, Maxence Tual.
Estreno exclusivamente en salas.
“Tengo un deseo irrefrenable de hacer el amor con vos”, le dice ella. Él se sorprende, vacila, dice que es un poco pronto. Después de muchos rodeos acepta, no sin antes aclarar que no es muy bueno en eso. La situación se ha resuelto en un plano-secuencia muy dinámico, en el interior de un bistró. A diferencia de la mayoría de los planos-secuencia, en los que la cámara es la protagonista, mediante movimientos amplios, aquí los que se mueven son Charlotte y Simon, dentro del plano, y la cámara se limita a seguirlos. Hasta el punto de que a primera vista no se advierte que se trata de un plano continuo. En cuanto a la relación, de allí en más seguirá siendo ella quien tome la iniciativa. Él seguirá dudando, tartamudeando, pensándolo varias veces antes de hacer algo.
Teniendo en cuenta que los únicos que siguen contando historias de pareja son los franceses, Crónicas de un affair (error de traducción: una aventura amorosa en francés es affaire) es un típico film francés. Más si empieza con una chanson de Serge Gainsbourg, cantada por Juliette Greco. No será ni muy original ni muy actual la elección musical, pero puede tomarse como los caballos y los tiros en un western: un código genérico. Charlotte y Simon saben que él está casado y no piensa dejar a mujer e hijos, y no se prometen nada: ni amarse, ni volver a encontrarse, ni ir a la cama en cada encuentro. Podría haber sido un melodrama, pero el tono fresco, aéreo, abierto a lo que pueda suceder, hacen de ella una comedia. Una en la que no se buscan risas, sino los avatares de una relación.
La forma y el tono de la película escrita y dirigida por Emmanuel Mouret remiten inconfundiblemente a los films de Eric Rohmer: planos americanos, la menor cantidad de cortes posibles, escenas largas, pocos personajes, muchas palabras. Incluidas largas argumentaciones de los protagonistas. De Charlotte, al menos, que también toma la iniciativa de pensar, y piensa que a lo único que conduce la sobrevaloración de la pasión es el nihilismo, y que un edificio, en tanto que construido por el hombre, es algo tan natural como un arroyo. Contradicciones, también, como en Rohmer: ella es pura pasión, arrebato, improvisación. Como cuando sale corriendo por la calle y arrastra a Simon detrás de sí. La delgada Sabrine Kiberlain está muy convincente; el regordete y barbudo Vicente Macaigne está bastante irritante, ya que no hay una sola escena en la que no dude, hesite, vacile, tartamudee. Un poco está bien; tanto, cansa. A propósito, Chronique d’une liason passagère, tal el título original, es como una de Rohmer, pero con Diane Keaton y una caricatura de Woody Allen en el medio.
En un momento dado, Charlotte y Simon deciden probar un trío. Lo ensayan y allí surge un sentimiento más fijo, más estable, que hace asomar el melodrama. Se verá como lo resuelven. Un último detalle: en tres momentos de callada emotividad (el exceso de sentimiento puede hacer tambalear la relación), la cámara hace sendos travellings hacia las nucas de los personajes, ratificando que en cine, un travelling y una nuca bastan para transmitir pura emoción.