Avanza la derecha en todas partes, se nos dice: también en Latinoamérica. Hay una segunda ola de gobiernos de izquierda democrática en el subcontinente, se dice también. ¿No es contradictorio? ¿Es una cosa o es la otra? ¿Las dos a la vez?
En cierto sentido, es correcta la última opción: hay rasgos de las dos situaciones de manera simultánea, pero de modos que son muy diversos para ambos lados del espectro ideológico.
Hay muchos gobiernos progresistas en la región: México, Honduras, Colombia, Perú, Argentina, Bolivia, Chile. Más discutido, el caso de Venezuela y –con mayores contradicciones aún– el de Nicaragua. Más el histórico caso de la revolución cubana, por supuesto.
Son muchos gobiernos ajenos a la derecha declarada. Ello ha permitido nominar a esa “segunda ola” de que habla García Linera. Pero es un mapa de color leve, de tinte moderado: estos nuevos gobiernos no son los de Chávez, Kirchner y Correa. Algunos creen que es porque los actuales líderes no están a la altura de los históricos (como suele entenderse sobre Argentina): pero esa es una explicación que aunque no falsa, resulta muy insuficiente.
Las condiciones han cambiado. Gobiernos redistribucionistas, tienen poco para hacer cuando no hay recursos para redistribuir. Los progresismos no tienen repertorio para la penuria que exige un capitalismo en momento recesivo, agravado por la pandemia y la guerra. Cuba pudo soportar el “período especial” post-caída de la URSS porque su gobierno no tenía que ratificarse en elecciones periódicas: pero la izquierda incluida en procesos de re-legitimación por votaciones ciudadanas está obligada a ir a examen cuando es difícil que obtenga buenas calificaciones. Lo vemos hoy en Argentina, en Chile, en el Perú.
Y esta segunda etapa de gobiernos progresistas se encuentra con una derecha que ya aprendió. En su momento, Chávez sorprendió con una gran novedad histórica: el populismo de izquierdas fue una irrupción inesperada y arrasó en varios países del continente, tirando abajo el ALCA en Mar del Plata ante la cara de Bush y con la presencia de Fidel incluida. Apareció la CELAC, se pensó en un Banco Sudamericano, una moneda única latinoamericana, una Fuerza Armada transnacional de los países del Sur continental.
Parte se pudo lograr, parte quedó en proyectos. Pero fueron gobiernos fuertes y robustos. Hoy, en cambio, enfrentan a una derecha que se reinventó: que usa la calle, que agrede desde los medios de comunicación y los poderes judiciales, que estudió y aplicó la estrategia del lawfare. Los nuevos gobiernos tienen peor condición económica, y también peor condición política, mediática y judicial.
En ese espacio crecen las nuevas derechas, mal llamadas “libertarias”, ultraliberales y represivas. En el capitalismo avanzado crecen desde el desencanto de una democracia que ya no asegura el bienestar, y que es valorativamente neutra y ausente. Ante la migración que afecta economías y tradiciones nacionales, la agitación de la bandera y la patria trae buenos resultados. En Latinoamérica hay matices, se habla más contra indios, feminismos, izquierdas y populismos: pero la operación es la misma. Se trata de que las derechas neofascistas se integran al sistema democrático, con un gesto en espejo del que las izquierdas revolucionarias hicieran a comienzos del siglo XXI.
Estas nuevas derechas súbitamente “parlamentarias” corren los límites de la democracia, al integrarse a ella: y vuelven decible lo indecible. La invectiva y el insulto alcanzan lugar contra los nuevos gobiernos progresistas, así como modos de acción directa que bien estamos viendo en la Argentina del año 2022.
Así estamos: gobiernos progresistas hay muchos, genuinamente populares pocos. No es falta de voluntad, o al menos no lo es centralmente: los que sueñan con volver a la gloriosa primer década del siglo, sueñan en vano. Sin condiciones de redistribución económica y con fuertes oposiciones en lo político, es imposible reeditar a Chávez o a Correa. No es sólo que Alberto Fernández no es Kirchner, que Maduro no es Chávez, o que Arce no es Evo: es que la situación actual no permite la de la década de oro de los gobiernos populares en el subcontinente. Y que quien ahora inventa nuevos repertorios es la derecha para erosionar a estos gobiernos, mientras el progresismo parece haberse estacionado en la falta de inventiva y de imaginación.