Nada de refugios en soledad en la cima de una montaña ni retiros espirituales en la India o Chapadmalal. Cuando hace apenas cuatro años el guitarrista Tom Dowse le propuso a Florence Shaw ser la voz de Dry Cleaning, un trío hasta entonces instrumental que acababa de armar junto a dos músicos de la escena hardcore londinense, la hoy cantante de la banda primero dijo sí, después no, después definitivamente no, y para dar el tema por terminado comenzó a evadir los mensajes de su amigo, que continuó insistiendo hasta que ella, con muchas reservas, aceptó. Corría el año 2018. Con veintinueve años de edad recién cumplidos, Florence hasta entonces nunca había considerado ser parte de una banda de rock. Licenciada en artes plásticas, por esos momentos daba seminarios sobre ilustración en institutos de arte londinenses mientras atravesaba una fuerte depresión llevada adelante con medicación y una pesada incertidumbre acerca de cómo continuar con su vida. Puesta en movimiento y en busca de inspiración para las letras, comenzó a llevar apuntes de lo que sucedía a su alrededor. Tomó nota de charlas que escuchaba en el colectivo, mensajes que le llegaban al celular o frases publicitarias que leía en la calle y en las redes, y así fue uniendo todo en versos como collages que resonaban como el monólogo interior sobreinformado de cualquiera que habite una urbe de este siglo.
Llegado el día del primer ensayo, Florence no cantó. Solo leyó sus letras con esa mirada como caída de un cuadro de Vermeer, una actitud entre severa e impasible y muy sutiles y precisas variaciones de entonación. De pronto decía “Riiing… Riiing… ¿Hola?”, para luego conversar en voz alta con ella misma y agregar una leve melodía de voz a un estribillo armado con nombres de filtros de Instagram, rematándola con observaciones cotidianas descolocadas y líneas sueltas como desprendidas de un stand-up sin freno de mano: “En la pintura de fondo hay un anamórfico famoso que visto de costado resulta ser una calavera”, “Lo último que vi en un espejo de mano fue el agujero de mi culo”, “Hace horas que solo pienso en comer ese pancho”. La insistencia de Dowse había tenido sus buenas razones, y esa retorcida vuelta de tuerca del tradicional spoken word del rock y el jazz (hoy cada vez más común entre las nuevas bandas británicas) hizo combustión instantánea con las bases postpunk y noise del trío, un pequeño big bang de sala de ensayo donde todo de pronto encajó. El crítico Simon Reynolds, que entrevistó a la cantante hace apenas dos semanas para el New York Times, escribió: “Una fórmula que en papel puede sonar pretenciosa o incómoda, en Dry Cleaning toma un sentido mágico. Florence Shaw inventó un estilo sorprendentemente original que flota en algún lugar entre el stand-up, la poesía y soliloquios que rompen la cuarta pared al estilo de la comediante Phoebe Waller-Bridge”.
“Con Florence fuimos compañeros en una maestría en artes, siempre solía hacer observaciones medio extrañas y surrealistas del mundo alrededor. Es una de esas personas con las que te permitís mostrarte vulnerable”, contó Dowse, que hasta hace poco venía durmiendo en el suelo de departamentos ajenos mientras giraba por Europa con bandas poco conocidas. Todo comenzó a cambiar una noche en un bar, cuando le mostró a Florence una canción que había grabado junto al bajista Lewis Maynard y el baterista Nick Buxton. Ella comenzó a hablar encima de la música que sonaba desde el celular, diciendo lo mucho que le gustaba, y Dowse sintió que ahí había algo. A partir de entonces, una vez salvada la resistencia inicial de la cantante, todo se encadenó natural y vertiginosamente. Luego de dos EPs editados de manera independiente, en 2019 el sello 4AD fichó a la banda, y en abril del año pasado lanzaron su LP debut, New long leg. Producido por John Parish (colaborador de PJ Harvey desde sus comienzos), el disco llegó al puesto 4 de los más vendidos en su país y fue elegido por medios como The Guardian o la revista NME entre los mejores del año.
Pronto se sucedieron su primera gira mundial, la invitación de Grace Jones al festival londinense Meltdown (curado por ella en la edición de este año) y presentaciones en la radio KEXP o el programa de Jimmy Fallon. Pero en medio de todo eso continuaron creando temas nuevos, y esta semana acaba de salir su segundo disco, Stumpwork, también producido por Parish. Un trabajo en el que la banda decidió dar un paso más allá desde el tono angular y oscuro del anterior hacia un sonido más variado, inspirado tanto por el indie británico de los ochenta como por momentos cercanos a Pavement o Parliament-Funkadelic, con sintes, saxos distorsionados, clarinetes y sonidos procesados al estilo Kid A de Radiohead.
“¿Debería proponer una amistad?”, arranca Florence el nuevo disco sin que quede claro si quiere comenzar una relación con sus oyentes o terminarla, y de ahí en más todo comienza a escalar. “Kwenchy Cups”, “Don’t Press Me” y “Gary Ashby” (inspirado en una tortuga que se le escapó a la familia de la cantante) los muestra a su particular manera en un tono más luminoso que en cualquiera de sus canciones anteriores, mientras que piezas como “Conservative Hell”, “Hot Penny Day” o “No Decent Shoes For The Rain” encuentran a Florence apuntando contra el conservadurismo reinante en Gran Bretaña entre dardos lanzados a sí misma: “Nada funciona/ todo es caro/ opaco/ y privatizado/ Gracias a Dios/ llegó mi coso para guardar zapatos”; “Me aburro y salgo a comprar/ encuentro mi autonomía dentro de un negocio”. “La amo”, contó Jason Williamson de Sleaford Mods. “Hace observaciones que solo podría hacer alguien que vivió cincuenta vidas, y en escena tiene esa mirada teatral en el punto justo, como si fuera Bela Lugosi o algo así”.
“Fue un encadenamiento muy surrealista lo que me trajo hasta acá”, contó Florence en una entrevista reciente. “De verdad, totalmente inesperado. Siempre me gustaron las bandas de rock, pero nunca imaginé que terminaría dentro de una. Y que todo se sintiera tan natural como para lamentar no haber empezado antes con todo esto”. Muchas de las letras del último disco las improvisó en vivo, pero sus modos desconcertantes de trazar un mapa del caos contemporáneo con observaciones de lo más triviales continúan intactos. “Las cosas son una mierda, pero van a estar bien”, recita en “Kwenchy Cups”, en un aparente mensaje de esperanza. Y entonces remata: “Me voy a ver las nutrias. ¿O ya no hay más nutrias? ¿Hay?”.