Fan de los conos

“Hice un libro de fotos sobre los conos de tráfico de Japón. Se preguntarán por qué motivo. Pues, olvídense de los robots, el manga o el sushi: el humilde cono de tráfico los supera a todos en su ubicuidad a lo largo y ancho del país asiático”, anota con increíble entusiasmo Max Cameron, creativo de la agencia Wieden+Kennedy Tokyo, que antaño egresara de Newcastle University, en Reino Unido, con una especialización en artes, historia, filosofía y estudios culturales. Difícil saber cómo se conjugan estas pasiones con su manifiesta “obsesión” con los conos viales que –entre otras cosas– avisan que una zona está en obra para que la gente se desvíe, pero él mismo habla de una fijación que lo ha atravesado desde que se mudó a Japón y empezó a notar “la cantidad de espacios públicos seguros que tenían estos fieles objetos”. “He llegado a apreciar su belleza. Su sencillez y versatilidad. Su autoridad gentil y, a la vez, omnipresente”, confiesa el inglés sobre su evidente pasión por los conos. Y por si las mosquitas, aclara que con su propuesta fotográfica no intenta abordarlos todos, solo algunas de las tantas versiones y aplicaciones en diferentes situaciones, además de colores (ocasionalmente intervenidos), para arrimarse a un elemento que, por alguna razón, lo entusiasma sobremanera. “Aunque hay muchos conos de diferentes formas y tamaños, algunos creados exclusivamente para diferentes prefecturas, esta no ha sido una travesía al estilo Ash Ketchum –personaje de Pókemon– de tratar de atraparlos a todos. Simplemente me detuve en aquellos que no solo pararon mi marcha sino que, además, me hicieron sentir”, ¿exagera un poquito la nota? el sensible Cameron, encantado de mostrar su aprecio por las piezas plásticas puntiagudas que, con su asertividad tranquila, brindan seguridad en calles y veredas.

El destructor

Ian Katz, director de programación de la cadena de tv pública británica Channel 4, quiere celebrar la tradición de “irreverencia e iconoclasia” de la señal, y para tales fines, no ha tenido mejor idea que montar un show que ya está causando sonada controversia, aún sin haber salido al aire. El programa –que se emitiría en los últimos días de este mes– se llama Jimmy Carr Destroys Art, y es un debate televisado que aborda un dilema de larga data: ¿Se puede separar la obra del artista? Lejos de quedarse en el mero intercambio de pareceres, empero, la cadena propone un enfoque distinto, tan radical que para muchos es rematadamente sensacionalista: ha comprado piezas de arte de una variedad de “autores problemáticos”, y dejará que el público decida si las obras deben sobrevivir o ser destruidas al aire. El encargado de hacerlo será el citado Jimmy Carr, conductor que dispondrá de una variedad de herramientas para completar la faena; incluido un martillo o, ejem, un lanzallamas... Para armar este programa “difícil y costoso”, según el mentado Katz, Channel 4 contrató a un experto que adquirió en “casas de subastas de renombre” trabajos de –por ejemplo– artistas como Rolf Harris (pedófilo convicto), Eric Gill (que abusó sexualmente de sus hijas); también una pintura de Adolf Hitler. Precisamente esta última compra es la que más polémica ha despertado, con unas cuantas personas protestando porque entienden que el show banaliza y espectaculariza los horrores del nazismo. Consultado por The Guardian, Sam Rose –profesor titular de historia del arte en St Andrews– manifestó que “por desafortunado que sea, estas piezas son parte de la Historia, pertenecen a un archivo que debe ser estudiado para que generaciones futuras comprendan mejor el pasado, no puede ser usadas como un truco barato para levantar el rating de un canal televisivo”. Es decir, está en contra de la posible, potencial destrucción que propone el show.

Él era ella

Cuando hace casi un siglo y medio, año 1881, un arqueólogo astrohúngaro llamado Josef Szombathy descubrió un cráneo pretérito, de unos 31 mil años (al que bautizó Mladec 1 en honor al pueblo checo donde fue hallado), asumió el señor y unos cuantos colegas que se trataba de la calavera de un hombre, al igual que otros huesos y dientes que encontraron en el sitio. Pero ahora los autores de un nuevo estudio, The Forensic Facial Approach to the Skull Mladec 1, dicen lo contrario, que en realidad pertenecía a una mujer que tenía alrededor de 17 años en el momento de su muerte. Dicen además que se trata de una de las molleras de Homo Sapiens más antiguas que se han descubierto en Europa, y para aproximarse a su aspecto, han ofrecido excelente bonus track: crearon una impresionante reconstrucción de su rostro. “Estudios compararon el cráneo con otros encontrados en el sitio, y la evidencia apunta a una mujer”, cuenta Cicero Moraes, reputado experto en reconstrucción facial forense en tres dimensiones, y uno de los coautores del flamante trabajo. Como faltaba parte de la mandíbula, por cierto, su equipo usó alrededor de 200 tomografías computarizadas de otros cráneos femeninos, tanto prehistóricos como modernos, para completar la imagen. También estimaron, tecnología mediante, cuál sería el grosor del tejido blando para determinar “los límites de la piel”. Et voilá las “fotografías” de la señora Mladec 1, que seguramente haya vivido en la Edad de Piedra. En algunas tomas, en escala de grises y con los ojos cerrados, “un enfoque más científico y simple”, a decir de Moraes; en otras, a color y con la mirada bien despierta, “una perspectiva más subjetiva” y, por tanto, debatible. Por cierto: al difundir la novedad, explica la revista Smithsonian que la reconstrucción facial es un arte en constante evolución: “En el pasado, el sesgo implícito ha llevado a los científicos a crear reconstrucciones que son engañosas y se están realizando esfuerzos continuos para corregirlo”.

Perdida y encontrada

A mediados del pasado mes de septiembre, una mujer llamada Susan Moore recibió un llamado que de ningún modo esperaba. Tamaña fue su sorpresa al escuchar que, del otro lado de la línea, una persona de un refugio de animales le decía: “Encontramos a su gata”. Harriet, felina atigrada marrón, había desaparecido del rancho de Moore en el centro de California, para desconsuelo de una Susan que hizo todo cuanto estuvo a su alcance para dar con su paradero: revisar de cabo a rabo cada rincón de la granja, llamar a refugios cercanos, registrarse en webs de anuncio de mascotas perdidas, pero todo fue en vano. Al cabo de un tiempo, su esposo, Brian Ellison, sugirió que no volverían a saber de Harriet porque probablemente un coyote la había atrapado. No fue el caso porque, contra todo pronóstico, la minina reapareció… ¡nueve años más tarde! En efecto, hace casi una década que Harriet se había alejado, y fue recién el 19 de septiembre, al sonar su teléfono, que Moore se desayunó con la buena nueva de que su gatita seguía vivita y coleando. A unos cuantos kilómetros, eso sí: más de 1500, en la pequeña ciudad de Hayden, en el estado de Idaho, a unas 17 horas de viaje en automóvil. Fue allí donde encontraron a la gata de 13 años deambulando por las calles, ingresada en el refugio Companions Animal Center. “El paradero y los métodos de supervivencia de Harriet durante casi una década siguen siendo un misterio, pero tanto Moore como Vicky Nelson, del centro de acogida, tienen algunas teorías. La explicación más probable es que después de que la micifuz se alejó, alguien la tomó en California creyéndola perdida, la mantuvo como mascota y luego se mudó a Idaho, donde Harriet volvió a escaparse”, relata el Washington Post sobre las conjeturas que barajan las protagonistas a partir de ver a la criatura muy cuidada: sanísima y bien alimentada. “Es una de esas situaciones en las que desearías que hubiese llevado una pequeña cámara para saber dónde ha estado, con quién y cómo sobrevivió todos estos años”, dijo Nelson, que destaca el caso de Harriet por una razón específica: demuestra cuán importante es que la gente ponga microchips a sus animales. De lo contrario, resalta, este reencuentro jamás hubiese sucedido. Técnicamente no hubo tal reencuentro porque Susan prefirió ahorrarle el viaje a su exmascota hasta California, sabiendo el estrés que podía causarle y a sabiendas que después de casi diez años probablemente no la recordaría. Aceptó entonces la propuesta de una de las voluntarias del refugio, una tal Maureen Wright, de 75, que quiso adoptar a Harriet y llevarla a su casa en la cresta de una montaña en Hauser, Idaho, donde cuida con mimo a perros y gatos mayores para que la pasen pipa en sus últimos años de vida. Con su bendición, Wright –que se enamoró rápidamente de Harriet, a quien ha rebautizado como Isis en honor a la diosa egipcia– ya ha instalado a la minina en su nuevo hogar, donde se lleva de perlas con los cuatro perros y cuatro gatos ancianos que allí residen. Un final redondito a la historia de la andiega Harriet/Isis, sobre la que Susan ofrece: “Tiene más de nueve vidas, eso es seguro”.