The African Desperate 8 puntos
Estados Unidos, 2022
Dirección: Martine Syms
Guion: Rocket Caleshu y Martine Syms
Duración: 97 minutos
Intérpretes: Diamond Stingily, Erin Leland, Cammisa Buerhaus, Aaron Bobrow, Ruby McCollister, Erin Kelly Meuchner y Brent David Freaney
Estreno exclusivo en la plataforma MUBI
Palace Bryant está más encendida que su cabellera color naranja zanahoria. Lo está inicialmente de una manera apacible, pues mientras habla con varios profesores de la carrera de Arte de la Universidad de Nueva York, que acaba de terminar, el fuego circula por su torrente sanguíneo. Los profes opinan sobre su tesina, le reconocen el encomiable esfuerzo que ha hecho durante los últimos tres años, comentan generalidades sobre el mundillo del arte y, desde ya, le preguntan por sus planes a futuro. Pero tanto para ella como para The African Desperate el futuro es una entelequia, algo que, como la base del arco iris, está cada vez más adelante. Estrenada en el último Festival de Rotterdam, el debut en realización de la artista plástica Martine Syms (ver entrevista aparte) es una película hecha de un presente puro, intenso, crepuscular y melancólico en el que se toma al pie de la letra aquello de que hay que vivir cada día como si fuera el último.
Y en parte es el último día para Palace (notable Diamond Stingily), porque en su agenda solo queda la posibilidad de ir a una fiesta y volver a la mañana siguiente a su Chicago natal para estar con su familia. El resto, lo que vendrá después, es parte de una hoja en blanco lista para ser escrita y cuyos primeros trazos recién podrán entreverse sobre el final de esta cruza entre relato madurativo (el llamado coming of age) y fresco generacional que es The African Desperate. La opera prima de Syms presenta una galería de personajes que se mueven guiados por impulsos, sin pensar demasiado en las consecuencias de sus actos. Una suerte de animalidad liberadora que esconde, sin embargo, el aura elegíaca ante una etapa que cierra y, con ella, se irán amigos, amores y rutinas. De allí, entonces, la espera por una fiesta a la que Palace no tiene demasiadas ganas de ir. Sus amigos, en cambio, esperan con ansías ese momento, como demuestran los mil y un mensajes de texto se cruzan con ella. Mensajes que Syms ilustra mediante planos frontales de los interlocutores hablando, materializando que la comunicación digital es, para más de una generación, bastante más que un encadenamiento de datos que el celular traduce en palabras.
Hay, desde ya, varixs especialmente interesados en ir, dado que la última noche asoma como un espacio temporal donde lo prohibido no existe. Más aún si se trata de una fiesta no oficial, por fuera de los límites del ámbito universitario, más precisamente en una galería artística casi despojada y cuyas pocas instalaciones, entre las que se destaca una particular videoinstalación con penes de múltiples tamaños y colores, tienen los bordes filosos de lo satírico, como si Syms quisiera plasmar allí una mirada sobre un universo que conoce al dedillo. Pero la fiesta arranca bastante antes de llegar al lugar, cuando el grupete enciende los primeros porros. A eso seguirá una sucesión desenfrenada de consumos de todo tipo, un adentramiento a una selva hecha de ketamina, LCD y cocaína que empujan la percepción de Palace hasta un terreno onírico de luces y contornos difuminados, de bailes desenfrenados, de saltos y gritos, de escapadas hasta una laguna junto a una de sus amigas.
La cámara de Syms se pega a Palace para seguirla hasta cada uno de los recovecos donde se mete y observar bien de cerca los escarceos con algún compañerito que se tomó su tiempo para dar el primer paso. Lo hace con una complicidad vaciada de moral, como si hubiera consumido mucho de todo junto a ellos, entregando así varios momentos con una energía tan vital como nerviosa que va menguando a medida que la noche empiece a dar lugar a un nuevo día.
Oda al reviente como una manera de lidiar con lo desconocido, The African Desperate es también una película anclada en una ciudad cuyas particularidades construyen el ideario de Palace. Las paredes grafiteadas, sus locales de comida al paso y los transeúntes pateando las calles son postales que, como su etapa universitaria, se impregnan en su piel como un tatuaje indeleble.