Si tuviéramos que explicar la obra musical de Pablo Mema con algunos nombres propios no podrían faltar Bill Evans, Tom Jobim, Cuchi Leguizamón, Elis Regina, Mercedes Sosa, Sixto Palavecino, Hugo Díaz, Piazzolla, Miguel Simón, entre otros grandes. Su amigo y compadre Paulo Luiz Coutinho fue un maestro decisivo a quien agradece en una maravillosa canción. Toda la música que lo habita es también la que ha difundido y comparte hace más de 20 años en su programa radial Herencias Cotidianas.

Su lírica es un viaje al monte, al hombre como un elemento más del paisaje. El labrador, el calero, el challuero, el silbador de todas partes, y una madre que se aparece, a cada rato, habitándolo todo. Maximina Gorostiaga, docente, investigadora y escritora, ella fue quien le trazó un camino de preguntas para renarrar las leyendas como La Telesita.

El disco

El disco comenzó a grabarse en el año 2017 en el Club de la Música, después de recorrer mucho tiempo los escenarios. En una gira por Buenos Aires, fue Chicho Lucena quien propuso iniciar la grabación.

La obra arranca con una invitación a la niñez, y a todas las imágenes de un Santiago pueblerino. Se recuesta en cada evocación sentida, la caricia materna, el petizo orejudo hora i' siesta. Es la voz de Lucía la que marca el inicio, su voz refinada, sobre un colchón armónico que navega junto a ella. Pablo lleva la canción con su inconfundible guitarra, “con sus estrambóticos acordes" como dijo alguna vez su amigo el Cosaco Paz Venturini, en una noche inolvidable de verano por Cassaro.

Pero sigamos con el disco: luego aparece el “Huayno del viejo río”, en una nueva versión única. Mema nunca haría nada repetido. En el bajo se suma Carlos Marrodán y el saxo alto de Cacho Ferreyra para hacer más irreconocible al Dulce. Después, “El gato de los infieles”, otro clásico de su obra, que fue interpretado por Bruno Arias y grabado por La Pesada Santiagueña.

En la "Elegía para mi río", se suma Cesar Franov en el bajo y la trompeta de Cristian Cáceres. Sobre aquella guitarra base me comenta Pablo “salió de un tirón, una sola toma precisa”. Recuerda el momento pandémico, en su casa del Newbery. En el aislamiento comenzó a pergeñarse el cierre del disco que se había iniciado hace unos años. Chicho Lucena trasladaba los equipos hasta allí y se montaba un estudio casero con colchones en ventanas y puertas. Él indicaba con precisión el momento en que se debía detener la grabación porque la corneta del tirero se aproximaba y en su discurrir aparecía Miles Davis queriendo meter un toque. Cuando se distraían, el condenser ya tenía adentro aquella sordina.

Es un disco coherente con una obra que siempre fue cambiando su búsqueda, su eje, pero no la posición y la responsabilidad frente al arte y el compromiso.

“La santa sin altares” es un responso enérgico que arranca bien arriba y va contando la leyenda. Tiene el piano de un gran ladero de sus andanzas, el maestro Andrés Simón. No es fácil contar una historia en tres minutos, me dice Mema, pero él lo sabe hacer con maestría. Investigó las versiones de la leyenda y construyó su propia añoranza. En el caso de "La estrella del carrero", esta se abre paso en el piano de Víctor Simón, un traquetear de una carga musical que convoca a la contemplación.

“El carnaval de las trincheras”, que pinta el alma con un piano tintineante y el “Amoroso vendimial”, dos temas que no sólo están emparentados en sus espíritus, sino también en su nivel interpretativo. En esta última se suma Javier Lozano en piano y Martín Aybar recita al inicio. “Vidala del Kakuy” es un alto en quichua; y las “Las dos memorias”, un remate incomparable en clave histórica, rememorando la crisis y la gran revuelta popular con su organización, la llegada del gobierno popular. El disco se mezcló en Estudio Peces de Gustavo Luna y lo masterizó Daniel Ovié.

“Armonía Insurrecta” es el corolario de lo que un hombre y una mujer pueden hacer en el arte de amar la música y construir un vínculo con toda la potencia de lo creativo. Pablo resumió aquel sentimiento diciendo "que caiga el mundo, estoy con vos”.

Ahora lo escucho con el mismo asombro de siempre, porque la sorpresa siempre se impone, algo nuevo que aparece en la escucha. Recuerdo la primera vez que Pablo me invitó a un escenario y me emociona su generosidad incomparable.

Llegando al final, el disco tiene un cierre no menos insurrecto: “Hasta la victoria siempre, hasta la victoria siempre, hasta la victoria siempre”. Que así sea, maestro.