…Y allí con tu impiedad
me vi morir de pie
medí tu vanidad
y entonces comprendí mi soledad
sin para qué...

Cátulo Castillo-Aníbal Troilo, "El último café".

Les he comentado a mis amigos/as/es, querides lectóribus, que me considero un activo militante de la rama desorientada del movimiento. Soy, a veces por propia elección y a veces porque no me queda otra, parte inalienable del campo nacional y popular. Reconozco que algunas veces el campo parece moverse hacia zonas ignotas; otras veces, seres que si no pudieran mover sus meñiques serían señalados como invasores parecen apropiarse de consignas y, sobre todo, se autoatribuyen representaciones que claramente no les pertenecen.

Es extraño este tiempo en el que la izquierda parece pelear por el capitalismo, mientras que la derecha pugna por el triunfo de tiempos medievales. Un amigo con tiempo y ganas de debates innecesarios me retrucó afirmando que “la izquierda pugna por los derechos de la clase trabajadora, mientras que la derecha nos entrega al FMI”. Honestamente, no supe qué contestarle, ya que en realidad él estaba reafirmando mis palabras, pues “luchar por los derechos de los trabajadores” es un hecho claramente capitalista (en un sistema comunista los trabajadores serían directamente dueños de los medios de producción –al menos eso dice “la interpretación de los sueños” de Karl Marx–), mientras que “entregarnos al FMI” me suena a una actitud poderosamente feudal, más medieval que las Cruzadas y las Mil y Una Noches juntas.

Esto de no poder estar en desacuerdo me confundió más.

Pero la gota que logró lograr el logro de desquiciar mi pobre neurona fue enterarme de la aparición de un segundo libro del exitoso autor de “pasaron cosas”, “esa te la debo”, “Rivadavia repatrió los restos de San Martín a pesar de haberse muerto antes”, "querido rey", “respecto del cambio climático, yo hago swinging” y otros dichos y hechos de los que no quisiera acordarme, pero mejor que sí lo haga, pues el castigo por el olvido podría ser su regreso.

Para que no queden dudas: el ex Sumo Maurífice reapareció en las librerías con su frondoso tomo Para qué, en el que nos explica que la otra vez se quedó corto, fue blando, piadoso y gradual, pero, si vuelve a quitar su coxis de la reposera para aposentarla en el sillón de Rivadavia, vamos a ver lo que es bueno (no lo que es bueno para nosotros, sino lo que es bueno para él, claro está).

Pensé que una adversa conjura populista había conspirado e inventado semejante opúsculo flamígero con la intención (buena, pero no correcta) de anular de una vez y para siempre las posibilidades maurificiales de acceder a la parte del poder que le falta para llenar el álbum, o sea el gobierno. O, tal vez, gente de su propio espacio político había impreso el libro como venganza, con despecho o rencor por tanta escucha no deseada, o para compensar erratas propias.

Pero no. No solo el libro es de su real autoría, sino que además el ex Sumo pensaba “sumar votos” con esa especie de Divina Comedia en la que condena a gran parte de los argentinos a vivir en un infierno en la tierra, sin derechos sindicales, laborales, jubilatorios ¡y de los judiciales, mejor ni hablar!

Me desesperé pensando que había espacio para que ese discurso vampiresco cuajara en nuestro electorado. En busca de una chance sociológica, la llamé a la Lic A., pero estaba acomodando deciles y percentiles que se le habían mezclado y no me pudo atender.

Me acerqué a una librería especializada y pedí el último libro de ese filósofo coreano devenido alemán que “se las sabe todas”. El librero me preguntó si quería el que había salido el día anterior, el de la semana pasada o el de hacía quince días. Le dije: “el último”. Me dijo: “Ese llega mañana”.

Entonces, perdido por perdido, sin darme por vencido ni aun vencido, lo llamé al Lic. A.

–Rudy –me dijo sin que yo hubiera abierto la boca–, me gustaría escucharlo, pero si lo escucho voy a llegar diez minutos tarde.

–¿A su propia sesión, a atender otro paciente, a una cita de amor, al baño, a un partido de fútbol? –quise saber, con curiosa transferencia.

–Al supermercado. Tengo que comprar morrones, y si tardo diez minutos más, seguramente estarán un 60 por ciento más caros, y así no hay psicoanálisis que rinda.

–Licenciado –le dije–, quiero hablar con usted del nuevo libro del maurificato.

–¿Para qué?

No supe si se refería al sentido de mi demanda, al título del libro o a la pregunta por el sentido de la vida.

–Gracias –le dije conmovido–. Y fui a llevar a pasear a mi propia neurosis, para que pudiera hacer sus necesidades.

Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “Señor presidente”, de RS (Rudy-Sanz):