En la historia de la literatura hay frases que insisten y resisten. Incluso aquellas que no están en los libros. Basta citar: “Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos”.
Me gustan esas frases que además de ladrar, muerden, cabalgan y resisten contra aquello que pronto tiende a adormecerse y que convenimos en llamar literatura.
Para la ocasión, me gusta una frase de Barthes sobre un libro de M. Butor: “Cuando aparece un libro nuevo, hay que leer aquello que en la crítica regular ha sido herido”. Yo me atrevo a reemplazar regular por establecida.
Elijo otra frase, figura en una carta escrita por Joyce a su editora Mis Weaver: “Gran parte de la existencia humana transcurre en un estado en que el uso del lenguaje de vigilia, la gramática estereotipada y la trama continuada no pueden transmitir”.
Llegados a este punto la pregunta se me impone, entonces ¿cómo se transmite la resistencia en literatura?
Entiendo que la literatura resiste cuando produce, infringe heridas en el corpus literario que muy presurosamente se adocena a la comodidad y pereza intelectual del canon.
La resistencia literaria interviene en dos territorios. El primero y fundamental, el de la literatura. En segundo lugar, puede incidir en otros campos de la cultura. En este caso, nos ocupamos de su irrupción en la política.
Es decir, la inclusión territorial, en literatura es una resistencia, donde replegarse no es retroceder o renunciar sino maneras de enmascararse para volver a irrumpir.
Hablando de territorios, Borges interviene en El escritor argentino y la tradición cuando habla de su cuento: “La muerte y la brújula”. Dice que pensaba en la Avenida de Mayo y escribía rue de Toulón, era un recurso para escapar al color local y declara que escribió su libro más argentino. El artificio de una extraterritorialidad tiene efectos en su propio territorio.
En El escritor argentino y la tradición, la brújula borgeana escrita en 1932, hace casi cien años nos orienta: “Creo que los argentinos, los sudamericanos, en general estamos en una situación análoga, podemos manejar todos los temas europeos. Manejarlos sin supersticiones con una irreverencia que puede tener, ya tiene, consecuencias afortunadas”.
A veces, la exclusión territorial se produce en el mismo territorio, cuando la lengua literaria se estabiliza y es necesario una extraterritorialidad; es decir, barajar y dar de nuevo.
Es una resistencia que incluso Joyce produce sobre su propia obra. Cuando le preguntan porque se fue de Dublín, responde: “Para poder escribir sobre ella”.
Pero también es cierto que los escritores fundan territorios. Liliput, Spoon River, Yonapatawa, Desde Rulfo, Comala, Macondo, Santa María. Pero no solamente esa geografía imaginaria que incide en la realidad, sino que colocados en determinado lugar que les otorga el canon, fundan sus genealogías literarias, y casi en el oxímoron hacia el pasado y hacia el futuro.
Entrecruzo estas declaraciones con una cita de Pedro Lemebel que funciona como punto de partida y de llegada: “No basta con las letras ni con rezar. Hay que potenciar otras formas de activismo liberador. Hay que pensar que en Latinoamérica la escritura se introdujo a sangre y fuego y ese residuo de violencia aún se resiste ser leído con letrada domesticación”.
La literatura es una práctica Inestable; es decir, nunca se establece. “El texto definitivo pertenece a la religión o al cansancio”. El escritor debe luchar para que su propia “lengua”, no se establezca en su propia obra. Cada libro lucha contra el anterior. Lo mismo cada lector. Borges no debe impedirnos leer a Borges.
Nuestra literatura, según un texto de Héctor Libertella, llegó en las bodegas de los barcos que venían de Europa fundamentalmente de Francia cargada de libros. Ricardo Piglia agrega que venían de contrabando. Por eso leyendo sobre lo que planten estos dos autores, escribí: La literatura amotinada. Un levantamiento para amotinarse contra el poder literario central, porque escribir es una forma de descentrarlo.
La resistencia es contra la página que sepulta. Pero ¿qué sucede cuando a la memoria se la quiere sepultar? No hay manera, siempre retorna. En mi libro: Epitafios. El derecho a la muerte escrita, me refiero a esos retornos. Los textos escritos por los familiares de las personas desaparecidas en nuestro país por la represión de Estado y que se publican cada día en el diario Página/12 como gotas que no cesan, y que no se los puede incluir en el recordatorio fúnebre si no que son la aparición de un nuevo género que podemos llamar: “Una memoria performativa”, bajo la consigna: “Aparición con vida”. Sin duda, las gotas son una huella de las lágrimas.
Otra de las formas de la resistencia son las revistas literarias que no deberían quedar sometidas a la inserción del escritor en el campo literario, ni a la iniciación, ni a la juventud. Las revistas literarias deberían exceder cualquier edad, son la posibilidad manifiesta y de manifiesto desde donde se puede irrumpir e incidir sobre las escrituras cristalizadas.
En mi país son las editoriales independientes las que han reemplazado a las revistas literarias. Tienen una función que no es al margen sino en el margen, y desde ahí lanzan, difunden, inseminan, con nuevas escrituras el corpus de una industria editorial dominante.
Si entiendo esta frase de Chesterton: “Sospecho que la dignidad tiene algo que ver con el estilo”. Un Escritor debe buscar siempre su estilo, y no mimetizarlo con el de las editoriales en que publica.