“Pero mira hasta dónde llego, lo único que no puedo hacer es rascarme la espalda”, dice Powerpaola, con la mano derecha en alto sobre la cabeza, una taza de café en la izquierda, su bici a un costado y el pelo cano plateado que brilla al sol de la primavera porteña.

En algún momento de 2018, Powerpaola se cayó de su bicicleta y se rompió el húmero en cinco partes. Casi pierde el brazo derecho, pero empezó a pintar con la mano izquierda y eso le pareció bien porque le hizo descubrir nuevas formas de dibujo. "Ya conocía demasiado mi mano derecha", asegura, seria. Durante la rehabilitación, los médicos le dijeron que nunca iba a poder levantar el brazo, entonces ella puso una tela en altura y practicó. Pintó algunos de los que hoy son sus cuadros preferidos y además logró levantar el brazo hasta la cabeza, y hacer de todo, excepto, claro, rascarse la espalda.

Todo eso, como ahora, como en sus historietas, como en su vida, Powerpaola, de 45 años, lo cuenta con una naturalidad desconcertante, como si una historia así de extraordinaria fuese apenas un itinerario normal en la vida de alguien, de la suya, de cualquiera. Todo eso, lo hizo mientras dibujaba su último libro, Todas las bicicletas que tuve (2022), recién editado en Argentina, el libro que más tiempo le ha llevado y, a la vez, uno de los más breves de su obra. El accidente es parte de la historia, pero apenas un par de viñetas dentro de una conmovedora novela gráfica en formato de postales breves donde, a través de las bicis de su vida, investiga el desplazamiento, la pertenencia y el desarraigo. Esta vez, Powerpaola transforma el componente autobiográfico que siempre ha dirigido su obra en un ensayo temerario sobre el paso del tiempo, la vida cotidiana y sus pequeñas premoniciones. "Cuando uno dibuja y escribe comprende los eventos como suceden en la vida. Dejan de verse como sorpresas. Son revelaciones sistemáticas de tu propio destino", escribe en el libro.

Dibujo de Powerpaola

Con Virus tropical (2009), su primera novela gráfica, adaptada al cine en 2017, Paola Gaviria, alias Powerpaola, se convirtió en un referente obligatorio del relato autobiográfico contemporáneo latinoamericano, en cualquier medio. Aunque el de ella es el de la historieta, tan relegado de la historia del arte como de la literatura, uno que descubrió bastante entrada en la vida adulta, mucho después de salir de la Escuela de Bellas Artes de Medellín donde sus profesores se ocuparon en desalentarla con tesón. Con ese trazo salvaje, libre y expresivo, heredado de la pintura, del arte plástico, no del cómic como lenguaje, y con las historias extraordinarias de su vida nómade, casi sin quererlo, Powerpaola sacó maleza y macheteó un camino que hoy transitan varios. El libro fue publicado, primero, por entregas en el blog Historietas reales y a través de La Silueta en Colombia. Luego en un tomo único por Editorial Común (2011), el sello de Liniers, luego por Random House en España, y más tarde en Francia, Estados Unidos, Chile, Perú, Alemania y hasta Corea. Virus tropical se convirtió, más que en un suceso, o un éxito –aunque también lo es, lleva años agotado– en un big bang de algo, en una onda expansiva. No es incorrecto decir que esa historieta seminal tuvo en la historieta latinoaméricana un efecto dominó parecido al que tuvo en su época –en el cómic under europeo y norteamericano– Maus, el cómic de Art Spiegelman, sobre un padre sobreviviente del holocausto dibujado con gatos y ratones. Es decir: mostró que había posibilidades expansivas en la autobiografía como herramienta, más allá de la autoayuda, de la autoconmiseración. Mostró que había también posibilidades expansivas en la historieta; que podía mezclarse con otras artes, con otros lenguajes, ser un híbrido para nuevas generaciones con curiosidad. Creó una comunidad bajo su ala, reunió sensibilidades que hoy caracterizan con decisión el presente del medio independiente. Y, aunque Powerpaola, pintora, ecuatoriana crecida en Colombia, con residencia en Buenos Aires, hasta ese momento no sabía siquiera que el cómic era una posibilidad para ella, cuando la presentan en Colombia, muchas veces dicen: “Esta es la primera novela gráfica colombiana”. En Argentina, el país de la historieta por antonomasia, otros dicen “Virus tropical partió la historieta latinoamericana en dos”.

Powerpaola no sabe si eso es verdad. Sí sabe que cuando su madre, en Quito, quedó embarazada de ella después de haberse ligado las trompas, el médico le dijo que era imposible que eso fuese un embarazo. Le dijo que eso –bueno, ella misma– era tan solo un “virus tropical”. Así empieza su historia vital y también su primera novela gráfica. En su caso, son cosas indivisibles, porque hablar de Powerpaola es hablar de su obra y viceversa. La autobiografía y el dibujo para ella no son parte de un anecdotario, ni de una confesión, ni tampoco es un trabajo, ni menos una profesión, sino una especie de ritual, una manera de solucionar problemas bien urgentes de la existencia: un brazo roto, una desazón amorosa, una mudanza, un duelo.

Powerpaola (Foto: Nora Lezano)

ESPERO PORQUE DIBUJO

Tal como indica su origen, como una premonición, Powerpaola se ha desparramado por el mundo contagiosamente, como un virus: gran fagocitadora de géneros, de materiales, de tipos de arte, de comunidades, de ciudades. Vivió en Quito, Cali, Medellín, Buenos Aires, París y Sydney, y sus proyectos como pintora y dibujante son tan inusuales y viajeros como su vida misma. Hizo un club de dibujo en el Amazonas, otro de dibujo a distancia, comunicado “por telepatía”, sin redes sociales, "usando la tecnología del cuerpo". Hizo un colectivo internacional de mujeres en el cómic cuando casi nadie hablaba de mujeres en el cómic, cuando casi nadie hablaba de mujeres en ningun lado. Se metió en una vitrina durante dos semanas donde dibujó en vivo lo que se le presentaba enfrente, montó una exhibición de libretas en París y, para la adaptación colombiana al cine de Virus tropical, fue capaz de dibujar más de 5000 cuadros. En Buenos Aires es tan natural ver sus trabajos publicados en editoriales grandes, como verla a ella vendiendo fanzines impresos por sí misma o por su troupe de amigos de todas las nacionalidades en una mesita de feria, comiendo galletitas, tomando cervezas en lata, el pelo cano plateado o azul, sentada con desgarbo punk y su bici a un costado.

Para editar su más reciente libro de bicicletas, Powerpaola hizo también un ejercicio inusual. Le dijo que no a una editorial multinacional y prefirió un experimento novedoso que, espera, logre sentar precedente en el medio: coordinó una edición colectiva del libro que salió al mismo tiempo en cinco países a través de editoriales de pequeño o mediano alcance pero con presencia local. El libro se editó al mismo tiempo en México por Sexto Piso, en Argentina por Musaraña Editora, en Colombia por La Silueta, en Brasil por Lote 42 y en Ecuador por El Fakir. Chile se quedó afuera por pura contingencia. Y ya se están sumando editoriales europeas y norteamericanas. La única consigna es expandir las fronteras de un libro respetando las características de su edición colectiva. “La idea es que este engranaje, que fue un experimento, le sirva también a otros artistas. Uno tiene la fantasía de que con una editorial gigante tu libro va a viajar por el mundo y no siempre es así. Yo sabía que si publicaba con esa editorial gigante con base en Colombia iba a quedar en una editorial gigante pero en Colombia. Y entonces me parecía que haciéndolo de esta forma realmente el libro iba a estar presente en varios países”.

Y así es exactamente como ha sido.

Cuando conocí a autoras como Julie Doucet, dije ‘Ah ¿esto se podía?’ Esto reúne todo lo que me interesa. Desde el principio siempre me sentí atraída por artistas o escritores que trabajaban con su propia vida, y que siempre fueron mis referentes para argumentar cuando mis profesores no querían que hiciera lo que yo hacía y me decían: ‘Ah, otra Sufrida Kahlo’. Pero a mi me gusta, me interesa alguien que a su vida misma la puede volver obra”, dice Powepaola, que además llegó tarde al lenguaje de la historieta, no la leyó ni se interesó en ella hasta la adultez. “En Colombia leía las tiras de Calvin y Hobbes en el diario, llegué tarde, no es como acá, donde casi todos se criaron leyendo”.

Dibujo de Powerpaola

Para Powerpaola la vida en Argentina ha marcado también su carrera como historietista. Cuando se piensa en cómic argentino contemporáneo, es difícil no pensar también en ella. En Buenos Aires, donde vino por primera vez de mochilera, y donde vive hace más de diez años, publicó algunos libros como Diario de Powerpaola (2013) a través de Jellyfish, QP: Éramos nosotros (2014) en la Editorial Común, sobre una relación sentimental larga y creativa, Todo va a estar bien (2015) por Musaraña Editora, donde divaga a través de su adolescencia y sus primeros años como artista temeraria con la sociedad colombiana de fondo y Tierra larga (2019), por la misma editorial, un trabajo a dupla con su pareja de entonces, el artista Pablo Besse, fallecido en 2020, una de las presencias que ronda su obra presente. En Latinoamérica ha publicado otros libros como Por dentro/Inside (2012), Nos vamos (2016) o Espero porque dibujo (2019). Todos tienen como brújula el nomadismo, la autobiografía, lo cotidiano. Pero en el panorama infinito del relato autobiográfico actual –a veces revelador, muchísimas veces, tedioso– Powerpaola se diferencia porque entiende que su historia extraordinaria lo es por ser historia, no por ser suya. Por su fascinación por las historias de los demás, de los lugares que visita, por su lejanía de la catarsis que expulsa y su intento por encontrar lo excepcional, su certeza de que eso siempre habita en lo mundano.

Hay libros y canciones sobre aeropuertos y sobre terminales, pero en su último libro, Powerpaola eligió para ella un medio de transporte que requiere la propia tracción, el ímpetu del cuerpo. La bicicleta, además, no solo se vincula al viaje, al nomadismo, sino que posibilita conocer las ciudades propias, mil veces transitadas, de maneras asombrosas, renovadas.

“Mi primera bicicleta me la dio mi mamá y para mí tenerla representó la independencia. No depender de nadie, sino de mi, de mi fuerza y de mi aparato”, explica. “Aún hoy, si no me gusta un lugar tomo mi bici y me voy. Hay algo de eso que se traduce en la vida misma y hay algo que se traduce en la obra también. Yo podría tomar caminos más eficientes: hacer un guión, bocetar con lápiz, dibujar encima. Pero no quería que fuese así. Como con la bici, quería perderme, terminar en cualquier lado, que el libro me fuera llevando”.

Todas las bicicletas que tuve llevó a Powerpaola entonces durante cinco años. Trabajó en talleres e intercambios con autoras de poesía y literatura: Carolina Sanín, Cecilia Pavón. Lo hizo con el mundo en contra. En principio, eligió un objeto odiado por todo dibujante: se sabe que las bicicletas y los autos son algunas de las cosas más difíciles de dibujar. También lo hizo en una libreta de poca calidad, fabricada para marcadores y no para tinta, con la que luchó sistemáticamente pero que nunca abandonó. Se la había regalado su pareja, Pablo, que murió justamente durante el proceso, un compañero de aventuras y viajes, pero también de trabajo, con quien había formado la dupla No Tan Parecidos, proyecto que llegó a editar el libro Tierra larga en Argentina y Colombia, además de exposiciones y fanzines donde ambos exploraron un trabajo colaborativo y de una intimidad casi imposible: dibujar de a dos, acoplarse intuitivamente al otro en la obra. Más allá de eso, que le agregó obstinación y sentimiento, uno de los rituales de Powerpaola es este: sus libros se hacen en libretas, y no se termina el libro hasta que la libreta se termine. Además, se empieza y finaliza con el mismo material, haya sido elegido a conciencia o por azar, por deseo o premonición. Por eso, toda la obra de Powerpaola son decenas y decenas de libretas diferentes.

Portada de la edición argentina, a cargo de Musaraña

TODO VA A ESTAR BIEN

“Tengo un sueño, y es que cuando esté muy viejita todas mis libretas se pueden mostrar porque todo mi trabajo está ahí, en las libretas”, dice ella.

Powerpaola recuerda que fue en París, donde pintaba, trabajaba en otras cosas, nunca tenía plata para nada, que descubrió que las libretas –que es lo mismo que los cómics– eran una posibilidad artística para ella. Una galería de arte comandada por mujeres había abierto una postulación para una residencia y se formaban largas filas todos los martes con artistas que llevaban su material. “Cuando fui a postular todos hacían videoarte y yo decía ‘Me va a ir como el culo con esto tan viejo que yo tengo’”, se ríe. Ella llevó sus pinturas y mientras esperaba, como siempre, dibujaba en su libreta. Ya adentro, la curadora le dijo: “Tus pinturas están ok ¿Pero qué es eso que tienes ahí en la libreta?” Así hizo su primera muestra –inesperada-– donde en gloria y majestad le dieron un estudio y un espacio para hacer eso que ella apenas usaba para matar el tiempo. Ahí descubrió también que eso que atesoraba como un diario de vida podía ser caldo de cultivo de una obra.

En su vida como artista nómade en Argentina, Powerpaola también le dio forma a un proyecto internacional: Chicks on Comics, un colectivo nacido en 2008, nombrado en homenaje a las Chicks on Speed, girlband alemana, que reunió a mujeres y feminidades del cómic en un diálogo online donde participaron autoras de todo el mundo, desde las consagradas a las más jóvenes. Lo hizo en colaboración con Joris Bas, un dibujante trans holandés, que hizo su transición de género al mismo tiempo en que avanzaba el colectivo. Joris, desde Europa, no conocía mujeres en la historieta y Paola solo las conocía online en Argentina: gente como Clara Lagos, Caro Chinaski, Sole Otero o Delius. Todas fueron parte eventualmente del colectivo.

En ese momento pensábamos ¿Dónde están las mujeres que hacen cómics? Y desde acá también yo pensaba ¿Cómo vive una mujer que hace cómics en Alemania? Uno siempre dice: Ah, allá en Europa les va mejor. Y es mentira, resulta que en Argentina pasan cosas mucho más interesantes. Y así, fueron buenas esas conversaciones, sobre distintos temas, entre muchas autoras, era una necesidad grande en ese momento”, dice Powerpaola.

Una página de Todas las bicicletas que tuve

La correspondencia se dio en forma de diálogos dibujados que se publicaban en un blog y el colectivo tuvo su gran momento de sublimación en 2017 con una exposición ambiciosa en el Museo PROA. Además de las fundadoras, que hicieron videos, expusieron dibujos y presentaron sus obras elegidas, el grupo generó una línea de tiempo donde honraron a las mujeres de la historieta argentina de todas las épocas. También convocaron a 400 artistas e imprimieron fanzines con un mix de sus trabajos, pequeños objetos que aún hoy dan vueltas por ferias y librerías. El proyecto fue grande y tomó un vuelo abrumador. Y aun así, después de ese éxito, Powerpaola, como muchas veces ha hecho, plantó una semilla y siguió su camino. “Yo lo hacía por placer, por diversión. Hicimos esto: cada persona que deje el colectivo sugiere a otra y así se renueva, el colectivo es la masa madre y nosotras lo alimentamos. Sigue existiendo, lo integran distintas personas”.

En la línea de comunidades inusuales, otro de sus colectivos fue La Casa Telepática, que era básicamente esto: un grupo de personas, conocidas o sin vínculo, dibujaban cada una en su lugar, sin tema establecido, conectados solamente por un horario determinado y el hilo psíquico que une todas las cosas del mundo. Después, algunos de esos dibujos se subían a instagram para compartir. “A veces yo estaba con alguien y le decía ‘Disculpa, pero es que tengo una reunión’. Y me ponía a dibujar ahí mismo para hacer la conexión. Las personas me decían ¿Qué es eso que estás haciendo? Yo también quiero participar. Y así se fueron uniendo. En la pandemia se empezaron a unir personas de todo el mundo. Fue increíble y un poco de miedo también, vas a pensar que es cualquiera, porque realmente se sentía, entrábamos como en un trance”.

Al alero de Powerpaola se han formado varias comunidades como esas. Son famosas sus reuniones de dibujo, sus clubs en cafeterías de la ciudad. Todo dibujante tiene un retrato hecho por Powerpaola, todo dibujante alguna vez ha participado en algún proyecto con ella. Además ilustra las tapas del suplemento Las12, y editó un libro en colaboración con Barbi Recanati, Mostras del Rock (2020), sobre las mujeres en la música. Pero ella, dice, a pesar de todo eso, en realidad es tímida.

“Al final todo proyecto artístico que se me ocurre en realidad es para solucionar un problema particular en la vida. Generalmente relacionado al amor, a los vínculos con las personas, no es tan fácil para mí relacionarme”, dice.

En la facultad, se acuerda, aturdida por no encontrar un proyecto de tesis, por no tener amigos en Cali, por una ruptura reciente, ideó un proyecto final de retratos en óleo: fueron 365 retratos de personas, para conocer a 365 personas en un año y ampliar su mundo. Cuando terminó una relación de diez años con Q, su ex pareja, protagonista de uno de sus libros, no supo cómo conocer gente y entonces inventó reuniones de dibujo semanales en cafés de la ciudad, y además de expandir su vida en Buenos Aires, conoció a Pablo. Ahora, en una vida post pandémica, tranquila y un poco solitaria, viendo crecer sus plantas, usando sus brazos ya sanos, también está pensado cómo sigue; su vida, sus dibujos. Lo que hace es lo que es. Y viceversa.