El mundo está en penumbras y por las calles caminan espectros que intentan exorcizar no solo el hambre, sino la tóxica certeza de que no hay futuro. Tomar ron y fumar marihuana en Cienfuegos, en los años 90, es el modo extremo de hedonismo, ineludible para ahuyentar el desasosiego, que practican Kirenia -una joven de 18 años-, Harris, el irascible y genial saxofonista de 55 años que toca en un bar de mala muerte para un público de aficionados de los más diversos países; y Ricardo, un pintor en el abismo existencial. “Esa tristeza que te carcome y no te deja respirar, esa angustia terrible, ese deseo de no haber nacido que se te cuela por los poros y te deja tan seco. Esas ansias de salir desnudo a la calle y gritar tu nombre para que al fin sepan que existes, que eres más que un vano trozo de música. Es sentir que nos vamos, más que muriéndonos, rompiéndonos a pedazos poco a poco, que vamos arribando a la nada y no podemos evitarlo”, piensa el fantasmático Harris en Sentada en su verde limón (Corregidor), excepcional novela de Marcial Gala que se recorta sobre un dramático paisaje de fondo: el llamado Período Especial, la crisis económica que desencadenó el colapso de la Unión Soviética en Cuba.
La novela, publicada en Cuba en 2004, es una metáfora del fin de las ilusiones. “En Cienfuegos hubo un músico que distaba mucho de parecerse a Harris en sus características físicas y psicológicas, pero cuando tocaba la trompeta tenía la capacidad de hechizar a quienes íbamos a escucharlo en El Palatino, un lugar que existe en Cienfuegos”, recuerda Gala, que vive entre Cienfuegos y Buenos Aires. “A ese músico le decían ‘El manco’; era un mulato que cuando tomaba en sus manos la trompeta hacía de Cienfuegos la capital del mundo del jazz. Durante un tiempo, mientras él tocó en Cienfuegos, fueron muchos turistas a verlo. De pronto Cienfuegos se convirtió en una meca de un tipo de turismo musical que en La Habana, que sí tiene muchos lugares y muchos jazzistas conocidos, es habitual. Yo fui uno de los muchos que nos sentábamos en la glorieta de la plaza Martí, en Cienfuegos, a esperar que ‘El manco’ llegara y se sentara con su trompeta”, reconoce el escritor cubano en la entrevista con Páginað12.
–¿Por qué los personajes de Sentada en su verde limón son tan fantasmáticos?
–En Cienfuegos varios tuvimos una amistad y el grupo te permitía estar salvaguardado de muchas cosas. De repente fue como si hubiera caído una bomba y cada uno se dispersó, cosa que pasa habitualmente, debido a la tendencia del cubano de emigrar. En una ciudad pequeña tú sientes la cuestión de la periferia y que lo importante está pasando en otro lado. Esa sensación fantasmal la sentí un tiempo con mucha fuerza, porque uno supone que los fantasmas son seres que no pueden escapar. En el Período Especial parecíamos fantasmas porque al resolver los asuntos inmediatos como tener que llevarte un bocado a la boca, de pronto andábamos como presos en las circunstancias del hoy. Quizá por eso mucha gente piensa que los cubanos somos muy egoístas porque nos quedó algo de la condición de sobrevivientes. Eso que es muy notable en la Odisea de Homero. Ulises siempre terminaba muchos episodios con esta frase: “felices de salvar la vida, aunque perdimos algunos compañeros”. Tienes tantos problemas que llega un momento en que lo importante es salvarte tú… Fíjate que estos dos hombres, que aparentemente quisieron tanto a Kirenia, pasan la página con una facilidad un poco pasmosa. Son años y años de dolores y traumas acumulados.
–Uno de los personajes cambia las zapatillas Adidas de Kirenia a un revendedor de ron por dos botellas de Damují para seguir bebiendo. Hacia el final de la novela, Harris se encuentra con un viejo que está descalzo, que cambió sus zapatos por bebida, y le promete que le va a comprar unos zapatos. Esto de canjear la vestimenta por ron o comida, ¿era algo que se vivía en el Período Especial?
–En 1905, en la primera revolución rusa, los mujiks iban a las manifestaciones con los zapatos en el cuello porque no querían romperlos. De la vestimenta, el zapato es el más caro y el más difícil de conseguir. Con lo que te compras un par de zapatos, te puedes comprar dos pantalones. En el Período Especial, una de las primeras características que mostró el gran bajón de vida que sufrió el pueblo cubano fue la imposibilidad de comprar zapatos porque no había o se volvieron muy caros. Se volvieron a usar las alpargatas españolas, pero en Cuba llueve mucho y te ponías ese par de alpargatas y el agua te entraba por los pies. En Cuba había estudiantes extranjeros que tenían zapatillas de marcas y las cambiaban por bicicletas. Unos jovenzuelos que eran bribones ponían un cordel de un lado a otro de la carretera, por ejemplo, y cuando venían los ciclistas los tumbaban, con el riesgo de que se pudieran matar, para quitarles la bicicleta y cambiarlas por zapatillas de buena marca. Una de las cosas más buscadas en períodos de crisis profunda es qué ponerte en los pies.
–“Es triste ser tan triste”, dice uno de los personajes. ¿Vivió el Período Especial con tanta tristeza?
–Sí, fue muy duro. La mejor época de la revolución cubana en el sentido material va del 70 al 87, en que Cuba tenía una serie de tratados con el CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica), un organismo soviético que permitía que la calidad de vida de los cubanos aumentara. De pronto fue una caída en flecha y el 97 por ciento del comercio cubano desapareció. La isla se volvió más isla todavía. Fue una época muy convulsa. Aparte sentías que a una persona que la estabas viendo hoy, por esa misma condición de espectro, podías no verla nunca más. La presencia del otro era muy efímera; entonces debías disfrutar de esa presencia, una cosa un poco hedonista, porque no sabías si no la ibas a ver nunca más. Esa tristeza se refleja en la novela, como también el refugiarte en lo que da un placer inmediato, que es el placer de los sentidos y de lo sexual. Ricardo pinta y vende los cuadros, pero eso no cambia su condición de marginal, que es una característica propia del artista en Cuba y quizá en todos los países de Latinoamérica, como una persona que está al borde. Un desclasado.
–¿Es verdad que Harris, o “El manco”, el personaje en el que está inspirado, tocó con John Lennon?
–No, eso lo inventé (risas). En Cuba fueron muy importantes los Beatles. La revolución cubana muchas veces prohibió a cantantes que tenían una onda bastante progresista y eso hizo que se convirtieran en un mito. Escuchar a los Beatles hacía que la gente sintiera que pertenecía a una especie de rebeldía. No sé en qué momento de la novela John Lennon se volvió importante… quizá sea por mi objetivo de hacer una especie de collage, que también está presente en mis novelas La catedral de los negros y Monasterio, que es convertir a una ciudad de provincia como Cienfuegos, que tiene la fama de ser la ciudad más limpia de Cuba pero que casi nadie la conoce, en una especie de capital del mundo. Hago una especie de collage, un cuadro donde Harris, que es casi increíble que tenga relación con John Lennon, lo conoce a Lennon y lo trae a la conversación en un lugar entre marginados.
–Kirenia, que quiere ser poeta, lee un libro de Raúl Hernández Novás, un poeta que se suicidó en el Período Especial. ¿Ella intenta seguir el modelo del “poeta suicida”?
–Puede ser… En Cuba hay una dupla de dos grandes poetas suicidas que fueron contemporáneos: Hernández Novás y Ángel Escobar. Hernández Novás, que trabajaba en Casa de las Américas, fue un poeta de una extrema timidez que tenía problemas psíquicos. Cuando llegó el Período Especial, un hombre así, con un salario que se convirtió en nada, le era muy difícil resolver su vida. Según me contó Atilio Caballero, que trabajó con él, la hermana de Hernández Novás se casó con un hombre que era una persona un poco ruda, y la convivencia se hizo insostenible. Aparte la madre había muerto hacía poco y él era muy apegado a la madre. En su poesía hay un indudable sesgo suicida. Hernández Novás se suicidó en una situación de extrema pobreza. Angel Escobar acababa de llegar de España, donde lo reconocieron, y tenía relaciones con Nancy Morejón y con varios poetas cubanos. Le iba bastante bien. Nadie esperaba que se suicidara. La cuestión del suicidio es bien complicada. Quizá quise marcar un momento en que Kirenia se pregunta por qué vivir, por qué seguir. Hay una parte en que ella se deprime y mucha gente se suicida por el miedo de volver a caer en la depresión. Quizá haber leído a Hernández Novás la llevó a suicidarse.
–El personaje que se sacrifica en la novela es el más joven de los tres. Harris y Ricardo, más grandes, parecen estar más curtidos para soportar las privaciones. ¿Los más jóvenes eran más débiles ante la crudeza del Período Especial?
–La novela la imagino en un momento en que el Período Especial estaba fuerte, pero la gente se había hecho a la idea de que lo más importante no era la falta de comida, sino la falta de perspectiva. Kirenia, por su propia fragilidad y por cosas que no había resuelto con la madre, tenía una sensibilidad extrema. Mientras que los otros personajes son de una naturaleza más ruda. Yo traté que en esta novela el Período Especial fuera el paisaje de fondo. Que no fuera lo esencial que mueve a los personajes. Hubo muchos suicidios, sobre todo de personas mayores y en los primeros años, personas que no admitían llevar una vida con tantas privaciones. Murieron muchas personas por enfermedades colaterales a la falta de proteínas y de nutrientes básicos. Kirenia es inocente porque creía en la fuerza de las palabras y eso la dañó mucho. En una novela de aprendizaje, ella aprendió que la mentira existe.
–Harris dice que cuando está furioso toca “mejor que nunca”. Cuando está furioso, ¿escribe mejor?
–Pienso que sí, que la rabia y la furia ayudan mucho al creador. El poeta negro James Baldwin, que escribió un manifiesto que se llama “Soy negro”, dijo: “en París escribí un solo poema, en París fui feliz”… Él decía que esa condición de la felicidad muchas veces te inhabilita a la hora de escribir. Reinaldo Arenas escribió toda su obra bajo el efecto de la rabia, de la necesidad de decir porque si no reventaba, de reconstruir su pasado y encontrarse con él. Es como un eterno retorno: mientras peor estaba, mejor escribía.
–Su primer libro, los cuentos de Enemigo de los ángeles, lo publicó en 1995. ¿El Período Especial le dio el empujón para convertirse en escritor?
–Quizá… Siempre me gustó mucho leer. No es que existiera una ley que dijera: “no leerás a (Jorge Luis) Borges, no sabrás nada de Borges”, pero nadie hablaba de Borges en Cuba. Una vez, en la biblioteca de Cienfuegos, estaba buscando autores de literatura fantástica que sonaran como Robert Louis Stevenson o (Edgar Allan) Poe, que era la idea que tenía de escritores de buena literatura fantástica, y me encontré con un nombre que sonaba muy latino: Jorge Luis Borges (risas). Y no tenía ninguna idea de la importancia de ese autor. Borges estaba como enterrado en Cuba por años de olvido y ostracismo. Entonces me deslumbraron los cuentos de Borges como “Las ruinas circulares”. Yo le contaba a mis amigos, cuando estudiaba arquitectura, los cuentos de Borges. Después se empezó a publicar a (José) Lezama Lima y leí un libro que se llama Cercanía a Lezama Lima, en donde le hacen una entrevista a Lezama Lima en la que él habla del curso délfico, que eran ciertos libros que debería conocer una persona que quisiera ser medianamente culta. Aquello me pareció un maná del cielo y me di cuenta de que no había leído ninguno de esos libros. Esos libros no estaban en Cienfuegos; entonces yo me iba a La Habana, a la Biblioteca Nacional, y ahí leía esos libros, sin tener una idea clara de que quería ser escritor. Los cuentos de Enemigo de los ángeles fueron mis primeros cuentos fantásticos, escritos bajo la influencia de Borges. Yo no conocí otra cosa en la vida que no fuera estudiar y vivir el Período Especial. La gente vivía de milagro… El Período Especial fue una etapa de mucha miseria, pero de vuelta a la libertad. Y empezó a construirse la sociedad civil porque el Estado no podía resolver muchas cosas. La gente empezó a congregarse de nuevo a oír poesía, a ver películas. El Estado paternalista cubano era muy fuerte: era como un padre bienhechor y a la vez muy represor.