Desde Rosario
La primavera fría de Rosario no pudo impedir que veinte mil personas se acercaran el sábado al Óvalo del Hipódromo para disfrutar de la tercera edición del Festival Bandera, un encuentro que retornó después de la pandemia y que le permitió a la ciudad reunir en un mismo espacio tanto a expresiones emergentes de la música urbana -como Taichu, Dillom o Saramalacara- como a bandas consagradas del rock argentino -Las Pelotas, Babasónicos y Guasones-. En el medio, un amplio abanico que iba desde el actor y cantante Benjamín Amadeo y el rapero Acru hasta el indie de El Mató a un Policía Motorizado y los locales Groovin' Bohemia, un combo bailable de funk. Fueron casi doce horas de música en vivo en las que la convivencia de estilos y lenguajes marcaron el carisma del festival.
En un predio de amplias dimensiones, ubicado en el centro de la ciudad, la cita era ideal para compartir un día entre amigues, relajarse en el césped y descubrir nuevos sonidos o reencontrarse con artistas que pocas veces visitan la ciudad. La banda porteña de neo soul, R&B y funk Nafta, por ejemplo, era una de las propuestas más esperadas por los rosarinos. "Menos mal que no hacemos punk", dijo el cantante Magamo después de ver la efervescencia del público durante la primera canción. El escenario Cynar, un rato antes, había recibido la presencia de la cantante y compositora cordobesa Zoe Gotusso, una de las artistas que más viene creciendo en los últimos años a fuerza de canciones íntimas y encantadoras.
Gotusso lanzó en 2020 su disco debut, Mi primer día triste, que está atravesado por un sonido despojado y con impronta acústica. "Yo soy una persona que empezó a tocar a los 14 o 15 en el intimismo y me siento muy bien ahí. Y ahora estoy aprendiendo a tocar con una instrumentación más grande cuando me llaman a festivales", le cuenta la ex Salvapantallas a Página/12, en relación al sonido de banda de rock-pop que presentó en el encuentro rosarino. "De todos modos, es algo que me pregunto: '¿Podría tocar yo sola con mi guitarra?' Lo hice mucho, lo hice un año entero en festivales, solo acompañada por un guitarrista (Diego Mema). No creo que haya que hacer necesariamente ruido o un despliegue de banda en los festivales. Pero ahora lo estoy intentando porque me gusta y me desafía", dice Gotusso.
"Siento que igual no pierdo la intimidad. Por ejemplo, hoy canté con la banda y en un momento me subí arriba de alguien y me metí entre la gente. De todas maneras, yo creo que algo de mi música ya es intimista. No vengo a los festivales a que salten, aunque igual lo hagan. Creo que hay que entender en qué momento la gente digiere a mi música y no los quiero condicionar, cada uno escucha cuando quiere. Pero en general creo que acompaña atardeceres, un mate, mañanas, fines de semana", se explaya la cordobesa, que entregó un repertorio con sus canciones más conocidas: "Ganas", "Cuarto Creciente", "María", el candombe "La culpa". Y en "Un bossa +" sorprendió cuando se subió en los hombros de un fan y cantó entre el público, rodeada de gritos cariñosos y celulares encendidos.
La jornada arrancó bien temprano, a partir de las 15, con las actuaciones de The Colorated, 1915, Saramalacara y Taichu. El festival se desarrolló en tres escenarios. Salvo el Cynar, que estaba más alejado, los otros dos escenarios -el Este y el Oeste- se repartían el protagonismo: apenas terminaba el show en uno de ellos, comenzaba el siguiente concierto. Eso le daba dinamismo y la posibilidad de ver la mayoría de los shows. Así pasó, por ejemplo, con los sets de las jóvenes Taichu y Saramalacara -ambas del colectivo Rip Gang-, que incluso compartieron la canción "Water". Acompañada por una banda poderosa, con la oscuridad y el pulso rítmico del trap al frente, Saramalacara agitó varias veces la ronda para bailar y saltar. Importaba más el sonido -desde el flash electrónico al punk melódico- y la adrenalina escénica que el contenido de la letra o su modo de cantar.
Lo de Taichu, en cuanto al sonido, fue más austero pero igual de contundente. Estuvo escoltada por un baterista y un DJ, pero eso no le impidió arengar y mover su cuerpo y sus manos con desenfreno, como en el reggaetón "Gabbana". La artista de 20 años es menudita, pero en escena parece gigante. Y es dueña de un flow atrevido y picante. "Es una reina", le comentó una chica a su amiga. En líneas generales, los pibes y las pibas que asistieron al festival rondaban entre los 18 y los 25 años. Pero la propuesta también invitaba a ampliar el rango etario y eso quedó demostrado en los shows de Guasones y Las Pelotas, que activaron el pogo de vieja escuela de rock. "Con estas se les pasa el frío", arengó Germán Daffunchio antes de "Cuando podrás amar" y "Será", dos canciones inoxidables.
Sin embargo, también es cierto que uno de los shows más vibrantes y pogueros fue el del trapero irreverente y artista urbano Dillom, una de las revelaciones musicales del año tras el lanzamiento de su disco Post Mortem. El músico acaba de llenar el Luna Park y fue uno de los artistas destacados del Festival Bandera. Con espíritu punk y su habitual deformidad estética, Dillom invocó otra vez al Pity Álverez -en el cruce entre "Una vela" y "Rili rili"-, se le animó a la melódica antes de "Bicicleta", entregó una versión en clave cumbiera de "La primera" y encendió los corazones con "220". En "Rocketpowers", una de las últimas, invitó al escenario a su amiga Saramalacara.
"Estamos cansados de respirar humo y que nos prendan fuego las islas. Repudiamos a los que provocan todo eso y se llenan los bolsillos", dijo desde el escenario Oeste el cantante de Groovin' Bohemia, una interesante banda rosarina que propone un funk elegante y tropical con base rapera. En el show, hubo mucha arenga del público y rondas de baile al ritmo del saxo, la guitarra y la percusión. "Tenemos esta hinchada hermosa que nos banca, estamos recibiendo la noche a puro baile", agradeció el vocalista antes de tocar una versión power de "Nextweek".
Después del groove rockero y psicodélico de Los Espíritus, llegó el turno de El Kuelgue y su coctelera de estilos y buen humor. De alguna manera, la banda fundada en 2004 ya se convirtió en una especie de clásico festivalero. "Yo sigo sintiendo que tengo 18 años y que acabo de terminar el colegio", bromea Santiago Martínez, tecladista y también cantante de El Kuelgue. "Justo hoy sentí, salvando las distancias y con todo respeto a las bandas que están instaladas, que estábamos más grandes y tocando para muchas personas que disfrutaban de lo que hacíamos. Es muy lindo saber que El Kuelgue se ganó su lugar y está disfrutando del reconocimiento de ya no ser los nuevos", le dice Martínez a este diario. En su set, tocaron canciones del disco nuevo, Cuentito (2021), y clásicos de Beatriz (2010), como "Bossa & people".
Si bien Las Pelotas conectó con un público rockero de vieja escuela -fue el único show en el que se vieron trapos, por ejemplo-, el concierto de Babasónicos en el cierre del festival ofició como una especie de nexo generacional, estético y tribal. Es que la banda liderada por Adrián Dárgelos logró captar la atención de todos los públicos y concentrar todas las energías en un escenario. La búsqueda vanguardista, desfachatada, glamorosa y a la vez popular de Babasónicos funcionó como una síntesis del festival. El histrionismo de Dárgelos y una banda impecable -e implacable- encontró su punto máximo en canciones como "La pregunta", "Deléctrico" "Irresponsables" y "El colmo". "Por eso, canción, llévame lejos donde nadie se acuerde de mí / Quiero ser el murmullo de alguna ciudad que no sepa quién soy", cantó Dárgelos, convencido de que la canción -y la música- siempre está por delante.