China mantiene políticas duras anticovid con tres testeos diarios a cada persona en ciertas zonas, a un costo político y económico enorme. Una razón sería que gran parte de la población anciana no quiso vacunarse --no es obligatorio-- por creer más en la medicina antigua. Si bien allí rige un pensamiento más colectivo --el individuo resigna autonomía en beneficio del grupo-- hay otra máxima confuciana que está por encima: el respeto a la autoridad del anciano. Desde la perspectiva china, no se los puede obligar. Y quizá no tengan médicos suficientes ante un contagio nacional: aun con la mayoría vacunada, muchos morirían (China no ha podido desarrollar una vacuna ARN mensajero, las mejores).
Esta semana, 36 ciudades tuvieron algún tipo de cuarentena ante ínfimos casos (en Yulin hubo una de tres días como práctica sin un solo caso positivo). En junio, miles de personas llegaron a la provincia de Henan a protestar contra los bancos rurales. Y el sistema de código de colores que tienen en el celular para poder desplazarse en función del Covid les asignó a todos el color rojo. Podrían estarse testeando técnicas de control digital. Existe otra concepción antigua que permea el presente. El Hijo del Cielo debía cumplir bien los rituales: era un acto de gobierno. Si así no lo hiciere, llegarían inundaciones, sequías e invasiones, indicio de que el cielo le habría quitado su apoyo. Esta es la única situación en que Confucio acepta la rebelión: se abre una etapa de recambio dinástico.
Los chinos no esperan que Xi Jinping cumpla ritos al cielo, pero en el inconsciente colectivo perdura esa creencia de que un mega fracaso es culpa del gobernante. Es la idea milenaria de la eficracia. Por eso la victoria contra la covid debe ser absoluta. La tasa de mortalidad por habitante es casi la más baja del mundo (podría ser más, pero tampoco mucho).