El pasado 2 de octubre, Luiz Inácio Lula da Silva alcanzó el 48,4 por ciento de los votos en la primera vuelta electoral, superando a Jair Bolsonaro, que obtuvo el 43,2 por ciento. La diferencia de 5,2 puntos porcentuales entre ambos, sin embargo, fue menor a la proyectada por los sondeos de opinión, que previo a la elección otorgaba al candidato del Partido de los Trabajadores (PT) una ventaja cercana a los 14 puntos sobre el líder ultraderechista del Partido Liberal (PL). A poco menos de una semana del ballottage, Boaventura de Sousa Santos, sociólogo y ensayista portugués, analiza el impacto de la primera vuelta y reflexiona sobre los escenarios posibles que puede dejar el resultado del 30 de octubre para Brasil y la región. Además, las políticas antitéticas de cada proyecto, la injerencia de las redes sociales, el valor de la calle y la necesidad de apelar a la memoria.
De Sousa Santos es doctor en Sociología del derecho por la Universidad de Yale, profesor catedrático de Sociología en la Universidad de Coímbra, Portugal, y profesor distinguido del Institute for Legal Studies de la Universidad de Wisconsin-Madison. Tiene una vasta trayectoria en sociología del derecho, los nuevos constitucionalismos, los movimientos sociales, la globalización, la democracia, la interculturalidad y los derechos humanos. Entre sus títulos figuran "Una epistemología del sur", "Democracia al borde del caos: Ensayo contra la autoflagelación" y "El fin del imperio cognitivo". Creó herramientas conceptuales como la “epistemología del sur” y la “ecología de los saberes”, en defensa de la diversidad epistémica del mundo y de la horizontalidad entre saberes y prácticas. Fue miembro fundador de la Asociación Cívica Pro Urbe, Coímbra, en 1996, y es uno de los creadores del Foro Social Mundial (FSM).
Voz autorizada dentro de la sociología jurídica y un referente indiscutido en el pensamiento político y social contemporáneo, Boaventura de Sousa Santos alerta sobre "la supervivencia de la propia democracia, amenaza que se deriva de las declaraciones y movilizaciones públicas del presidente Jair Bolsonaro y sus seguidores" en un contexto "altamente contaminado por fake news, discursos de odio y prosélitos religiosos (...) que ha llevado a la creación de un ambiente de intimidación que, de alguna manera, paraliza la manifestación pública de la diversidad de opciones políticas y obliga a los titulares de altos cargos del Estado a tomar medidas de seguridad inusuales”.
--La diferencia porcentual entre Luiz Inácio Lula da Silva y Jair Bolsonaro en la primera vuelta electoral fue bastante menor a la proyectada por los sondeos de opinión. ¿Le sorprendió el resultado?
--No, no me sorprendió el resultado; no confío mucho en los sondeos. Creo que vamos a pasar por un periodo en el que los sondeos no logran detectar las transformaciones tectónicas y subterráneas que ocurren en las mentalidades y en la subjetividad de las personas. Ya hemos visto cómo fracasan las encuestas, no solamente en Brasil sino también en Europa. Y cuando aciertan, no sabemos si es por el rigor o la suerte. Las dinámicas de las redes sociales han introducido en las subjetividades un tipo caótico de funcionamiento que es muy imprevisible para la gente y quizás solamente previsible para psicólogos sociales. Hay una crisis estructural de los sondeos. En general, para mí, no son creíbles, no lo son ahora en Brasil y no lo fueron en Chile cuando el proceso constitucional se perdió por un margen tan fuerte. Esto solo se va a resolver más adelante.
--¿Por qué más adelante? ¿De qué depende que las encuestas se vuelvan más veraces?
--Que las empresas de sondeos se inserten en la tecnología, con herramientas de la inteligencia artificial, o sea, cuando logren detectar a través de la big data las preferencias de la ciudadanía en los más diversos temas aparentemente no políticos (sexualidad, fútbol, cine, comida, etc.) y crear modelos que puedan dar alguna previsión sobre cómo esas preferencias se traducen en votos. Por eso nunca pensé que Lula podía ganar en primera vuelta y con mayoría absoluta. El hecho de que un presidente, Bolsonaro en este caso, no gane en el primer turno ya es una cosa rara también. Normalmente los presidentes ganan con la máquina del Estado. Hay un cambio en la opinión pública. Lamentablemente no fue un cambio tan grande como para darle a Lula la victoria.
--¿Cómo ha impactado el resultado en los candidatos?
--Muchos en el campo de Lula, progresistas y democráticos, pensaron que iba a ganar en la primera vuelta. Una victoria se transformó en una derrota y eso hizo que fuera una victoria amarga. Eso tuvo consecuencias en las calles. Hubo días en los que la gente estaba de luto, con cierta resaca de derrota, cuando en realidad no hubo derrota alguna. Al mismo tiempo esto animó y anima mucho el campo bolsonarista de extrema derecha porque al no perder en la primera vuelta hay campo para hacer y decir todo lo que quiera. Cuando digo todo me refiero a lo legal y lo ilegal; lo estamos viendo. No está fácil para Lula. El bolsonarismo está muy capilarizado en la sociedad a través del fundamentalismo religioso, el fundamentalmente evangélico neopentecostal, pero también con la iglesia católica conservadora en la misma línea, a pesar de que los católicos votan mayoritariamente por Lula. Por otro lado, el gobierno tiene mucho dinero y cuenta con lo que se llama --algo que no se entiende en democracia-- presupuesto secreto. Es la posibilidad del presidente de sacar de las cuentas públicas dinero de emergencia para distribuir durante este período; no es otra cosa que una compra de votos. Con ese dinero buscan comprar el voto de la gente empobrecida además de repartir ventajas y conveniencias a las oligarquías tradicionales.
--Bolsonaro se presentó más de una vez como un candidato antisistema y así se lo suele calificar también. Sin embargo, sus postulaciones y acciones no siempre se condicen con un outsider.
--Bolsonaro no es propiamente un antisistema, salvo cuando le conviene. En estos momentos hay una preocupación adicional que es la internacional. Para la extrema derecha global no puede perder Bolsonaro. El objetivo fundamental de la extrema derecha global idealmente es dirigida y alimentada por Estados Unidos, que quiere elegir a Donald Trump. Y por eso la elección del 30 de octubre en Brasil, por así decirlo, es la elección primaria de Estados Unidos en 2024. Si Bolsonaro gana esto anima enormemente el campo de Trump. De ahí que Joe Biden haya dicho varias veces que Estados Unidos quiere una victoria democrática, justa, etcétera; a Biden le conviene que gane Lula. Es muy raro, pero en este momento es así. Como sabemos, Estados Unidos no se mueve nunca por razones de solidaridad internacional; se mueve por cuestiones internas. Lo mismo ahora, porque no quiere darle espacio de maniobra al trumpismo. En sus últimos discursos, Bolsonaro pidió a sus seguidores que vayan a los lugares donde se vote. Si los resultados no le convencen seguramente provoque disturbios. Tal como Trump, Bolsonaro usa el Estado. Es un uber de la política. Se considera un autónomo sin patrón; el Supremo Tribunal Federal de Brasil no es su patrón. Esto también puede ser muy preocupante.
--¿Qué opinión le merece la fórmula presidencial Lula-Geraldo Alckmin?
--Como estrategia, Lula tuvo que buscar hacer grandes alianzas que descaracterizan la propuesta, pero que será la única garantía que le permita poder ganar las elecciones. Por otro lado, creo que han creído demasiado en las instituciones y por eso no han convocado a la calle sobre todo en la primera vuelta. La gente estaba intimidada. Tenemos que ver que el submundo criminal también está con Bolsonaro. Todo esto crea un clima de intimidación que exige que, si hay algún problema con las votaciones, la población de Lula pueda espontáneamente salir a las calles masivamente, como pasó en Perú con Pedro Castillo cuando ganó las elecciones.
--En aquella oportunidad, decenas de miles de personas llegaron a Lima para defender el resultado de los comicios.
--Es posible que en Brasil también sea necesario salir para apoyar las elecciones justas y libres. La extrema derecha está muy capilarizada, tiene muchísima plata y sabemos que las organizaciones además son muy sofisticadas con las redes sociales, mucho más que las izquierdas. La gente tiene que seguir luchando y está luchando, pero el trabajo de calle, puerta a puerta, no es fácil en este momento para las fuerzas democráticas porque están intimidadas; las clases medias tampoco saben hacer esto y las clases populares están demasiado aisladas y muchas veces neutralizadas por las iglesias evangélicas. Creo que sería muy importante que el papa Francisco pudiera dar una nota pública en defensa de la democracia, las elecciones pacíficas y de las propuestas que favorezcan a los pobres.
--¿Cómo imagina el futuro de Brasil, y de la región, en cada caso?
--En cuanto a Lula, su vicepresidente (Geraldo Alckmin) es, según se dice, una persona del Opus Dei, un hombre de una parte conservadora de la Iglesia Católica. Las derechas en Brasil se sirven de la democracia, pero no sirven a la democracia. Y por eso puede ser que ahora genuinamente vayan a servir a la democracia y sería una cosa interesante, duradera no sé. Desde un punto de vista simbólico es muy importante, e histórico, que un presidente que fue injustamente perseguido, que pasó 582 días en prisión por una persecución política, con una complicidad activa y decisiva de Estados Unidos para destruir y desmantelar la economía brasileña, llegue a ser presidente nuevamente de Brasil. Esto es de una riqueza y de un significado simbólico enorme; no solamente para Brasil sino también para todo el continente obviamente, ahora que hay una nueva ola progresista con Gustavo Petro, Gabriel Boric, Xiomara Castro, con los cambios que están ocurriendo en Venezuela que pueden ser importantes.
--¿Y en términos de políticas?
--De resultar electo, Lula seguramente implemente políticas emergenciales de apoyo a las familias más vulnerables en los primeros cien días. Él sabe que hoy este estado de gracia de los cien días es muy corto, como hemos visto con Boric en Chile. Lula lo hace bien, tiene una gran experiencia y es un gran mediador. Eso sería muy bueno porque la gente lo que necesita urgentemente es que se refuerce el sistema de salud, necesita apoyo financiero, que se frenen la inflación y los precios del combustible, entre tantas otras cosas. También aparecen las cuestiones estructurales, como la reforma política que es fundamental. Con estas alianzas preelectorales, las políticas estructurales van ser muy difíciles o incluso imposibles. El Congreso no representa para nada la diversidad de Brasil, como en general los Congresos representan cada vez menos la diversidad de los países. Lula será fundamental también para frenar el agronegocio, para trabajar en la regulación de los medios y las redes sociales, algo absolutamente importante, dadas las consecuencias de 20 años bombardeando la opinión pública brasileña en un solo sentido. También para encarar una reforma fiscal; como en tantos otros países, en Brasil lo que hay es una injusticia fiscal escandalosa.
--¿Qué habría que esperar si Bolsonaro fuera reelecto?
--Lo que haría Bolsonaro es la gran incógnita. Estos últimos cuatro años fueron un gran deterioro en las condiciones sociales de la mayoría de la población. El manejo de la pandemia fue el peor posible, una destrucción ambiental sin límite y el desempeño de la económica de un país que estaba camino a ser la sexta o la séptima del mundo y que ahora debe ser la décimo segunda. Realmente para quien piensa que las victorias son irreversibles, la experiencia brasileña muestra que no lo son.
--¿A qué se refiere con esto último?
--Lo que ganamos tiene que ser muy protegido y resguardado para que no se pierda, porque se pierde muy rápidamente de una manera brutal. Si Bolsonaro es reelecto, sin duda va a continuar el deterioro de las condiciones de vida democrática. Lo que estamos viendo en la pospandemia en el mundo es una crisis económica, social, con perturbaciones y disturbios sociales, porque los Estados no están pudiendo resolver de una manera pacífica la crisis económica y social y recurren crecientemente a la represión. Y la represión en un momento puede ser incompatible con la democracia. Como no estamos en un período de dictaduras militares pienso que las fuerzas antidemocráticas y de extrema derecha del mundo llegaron a la conclusión de que hay maneras más sencillas y menos costosas de destruir la democracia y de mantenerla completamente neutralizada, descaracterizarla todavía más, y llevar a la disminución de partidos que pueden ser ideológicamente contrarios a sus intereses. Entonces es preocupante no solamente para Brasil sino para la toda región. Una derrota de Lula animaría aún más a la extrema derecha, animaría a los fundamentalismos religiosos, sobre todo evangélicos, en todo el continente.
--A poco menos de una semana de la segunda vuelta en Brasil, ¿qué hay en juego?
--Es importante que la población recuerde los buenos tiempos que vivió durante el gobierno de Lula; sobre todo las clases populares. Hay que tener memoria y recordar las luchas por los derechos de las mujeres, la lucha antirracista, entre otros cambios que promovió Lula y que también fueron importantísimos. El problema es que las redes sociales destruyen la memoria humana, social e individual; no hay un archivo colectivo digital. Por otro lado, muchas de las grandes conquistas que consiguió Lula son victorias en las que alguna clase media se quedó ambigua.
--¿Por ejemplo?
--Una de las políticas más importantes, debido a que estamos hablando de un país que además de capitalista es racista y sexista, fue el hecho de que Lula haya ampliado derechos laborales a las empleadas domésticas, que son mujeres negras, jóvenes y pobres, en general. Esto fue una revolución tremenda de bienestar, para ellas, pero sobre todo ha sido una revolución simbólica en el sentido de que de repente a cierta élite racista, que mismo cuando es progresista es silenciosamente racista muchas veces o tiene un inconsciente racista, no le gustó que la empleada ampliara a sus derechos y dejara de necesitar y ser agradecida por ser “bien tratada” por la filantropía de sus patrones. Esto hizo que la empleada ya no dependiera de su patrona para que su hijo tuviera una computadora; algo devastador sobre todo para las clases medias machistas. Lo mismo con las acciones afirmativas que facilitaron el acceso a la universidad de los hijos de familias pobres y negras o indígenas. Han sido transformaciones inmensas. Por eso hay que apelar a la memoria y estar prevenidos ante la realidad alternativa de las fake news. La extrema derecha tiene una capacidad creativa mucho más grande que la izquierda o que las fuerzas democráticas. Lula puede verdaderamente ganar, pero no debe cometer ningún error que haga que las fake news que van a llegar esta última semana modifiquen los votos de los indecisos.