El Boca utilitario pero tremendamente eficaz que armó Hugo Benjamín Ibarra en su experiencia inicial como técnico de primera división y que después de una definición inolvidable por lo emocionante y por lo digna, celebró su 51º título nacional (35 campeonatos y 16 copas), no pasará al recuerdo como uno de los mejores campeones que haya tenido la gloriosa historia xeneize. Pero tuvo un mérito esencial: supo reconstruirse a si mismo.

Caminó por encima de sus propios escombros, dejó de pelearse entre sí y con los dirigentes, se enfocó en el objetivo y en una arremetida que arrancó hace dos meses, la noche en la que le ganó 1 a 0 a Defensa y Justicia en Florencio Varela con un gol de Luis Vázquez en la última pelota del juego, ganó 10 de los 13 partidos que jugó (sólo empató con Huracán e Independiente y perdió con Newell’s) y alzó un campeonato por el que nadie daba nada sesenta días atrás. 

Eso si, en lo futbolístico y hasta en lo físico, llegó con lo justo: si Racing hubiera podido ganarle a River en Avellaneda, el 2-2 con Independiente habría llenado de tristeza La Bombonera y buena parte de las calles del país.

A no olvidarse: el Boca que levantó la Copa en medio del delirio de sus hinchas (los que pudieron ir a la cancha y los que se pegaron a las pantallas de la televisión) es el mismo que implosionó a principios de julio luego de haberse quedado afuera de los octavos de final de la Copa Libertadores por tiros desde el punto penal a manos de Corinthians y se deshizo de su técnico anterior, Sebastián Battaglia y su anterior capitán, Carlos Izquierdoz. El que jugó y perdió partidos horribles ante Banfield, San Lorenzo, Argentinos Juniors y Patronato y aquel en el cual Carlos Zambrano y Darío Benedetto se tomaron a golpes de puño en el entretiempo del clásico con Racing. 

El equipo caótico y cruzado por infinidad de internas en el vestuario, que miraba con desconfianza a Ibarra y al Consejo de Fútbol que encabeza el vicepresidente Juan Román Riquelme, tuvo la imprescindible inteligencia emocional como para dejar atrás todas sus pulsiones autodestructivas. Pudo salir campeón a partir de la unidad de los que antes estaban desunidos.

En lo futbolístico, Boca hizo mucho con muy poco: solo tres veces, ante Tigre, Barracas Central y Estudiantes, pudo ganar por dos goles de diferencia. Las 13 victorias restantes fueron apenas por un tanto de distancia. Para vencer, pero no para convencer, Boca no necesitó ser muy superior a sus rivales, ni generar muchas situaciones de gol. Aprovechó con gran sentido de la oportunidad una de sus escasas llegadas y de esa manera, resolvió partidos complicados ante Talleres de Córdoba, River, Lanús, Godoy Cruz, Vélez, Aldosivi, Sarmiento y Gimnasia. Les hizo la diferencia y luego la respaldó con una defensa sostenida por la seguridad y el agrande anímico que transmitió su arquero Agustín Rossi: su jugador más determinante y que ayer ante Independiente, ratificó su condición con tres atajadas claves que definieron el rumbo del partido y acaso del campeonato.

Detrás del arquero (que todavía tiene pendiente la renovación de su contrato que lo enfrentó con Riquelme y el Consejo del Fútbol y apuró la contratación en su reemplazo de Sergio Romero), asoma el nombre de la gran revelación boquense del año: Luca Langoni. El juvenil ganó protagonismo a partir de las lesiones de Sebastián Villa y Exequiel Zeballos y de la confianza que le dispensó el cuerpo técnico. Rápido para llegar al área, vivo y certero para definir, sus goles aportaron para las victorias ante Atlético Tucumán, Godoy Cruz, Sarmiento y Gimnasia, además de haber marcado ante Quilmes por la Copa Argentina en Mendoza.

Con seis conquistas, Langoni terminó siendo el goleador del equipo, uno más que Darío Benedetto que definió con un cabezazo el superclásico con River en la Bombonera y con un gol en el último minuto, el partido ante Lanús. También apuntalaron al plantel dentro y fuera de la cancha la recia personalidad de Marcos Rojo, la jerarquía del lateral colombiano Frank Fabra y las pinceladas de calidad del paraguayo Oscar Romero.

El fútbol boquense vive un momento esplendoroso. El viernes pasado, la reserva volvió a salir campeona, el equipo femenino pasó a las semifinales de la Copa Libertadores y al título flamante de la Liga Profesional se le pueden sumar en las próximas dos semanas, la Copa Argentina y el Trofeo de Campeones. La hegemonía xeneize en el plano local resulta abrumadora: ganó cuatro de los últimos seis campeonatos además de la Copa Maradona y la de la LigaEl gran desafío será trasladar en 2023 ese dominio a Sudamérica. Después de 15 años de espera, la Copa Libertadores sigue siendo la obsesión absorbente de todos los boquenses.

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