Estaba atravesando la delegación de centroderecha los largos pasillos del Quirinal para presentar el futuro Gobierno al presidente de la República -Sergio Mattarella- cuando de repente Silvio Berlusconi, ensimismado en la Sala de los Tapices de Lille, le decía a Giorgia Meloni: "¿Sabes Giorgia? La primera vez que yo pasé por aquí…", en referencia clara a su primer mandato en la primavera de 1994. Justo ahí a ella le entraron sudores fríos ante el temor de la enésima salida de tono del exprimer ministro delante del presidente. No fue así. Más allá del cruce de miradas diabólicas entre él y Salvini mientras ella, delante de periodistas, se autoproclamaba la líder de la coalición "por decisión unánime", no fue así.
Tenía motivos la nueva jefa de Gobierno italiana para dudar de quien otrora le dictaba órdenes. Y es que Silvio Berlusconi, quien acaba de volver al Senado nueve años después de la condena por fraude fiscal, lo ha hecho a su estilo: regalándole días atrás un "vaffanculo" al melonista Ignazio La Russa (nuevo presidente) y dejando que las cámaras captaran unos apuntes suyos en sucio donde definía a la sucesora de Mario Draghi como prepotente, arrogante y ridícula. Eso fue antes de las declaraciones de amor a su amigo Putin y las botellas de vodka, que seguro indigestaron a más de uno. Incluso de su mismo partido, como Antonio Tajani (vice primer ministro y Exterior), quien tendrá que lidiar solo en Bruselas tratando de explicar el origen psicológico de los incendios provocados en el mundo de berluscolandia. También apagarlos, por supuesto.
Todo viene de muy atrás. Alessandro Sallusti, director del periódico conservador Libero, ha dicho en su podcast diario que "nos toma el pelo, porque no se resigna a ser un secundario en nada". Por su parte, Domenico Giordino, en su editorial del pasado viernes en el diario romano Il Tempo va más allá: "Pretender que Il Cavaliere no sea ya el dominus de la escena política será más fatigoso que lo de Sísifo. Piensen que en 2009 dijo ser el mejor premier italiano en los 150 años de República".
Así se podría diseccionar la anatomía de un hombre narcisista con un ego desmedido alimentado por un poder desorbitado tanto público (fue cuatro veces jefe de Gobierno) como privado (Milán, Fininvest…). En resumidas cuentas, la autopsia a un problema patológico que podría agravarse con el tiempo. Porque como dice Giordano, ese es quizás el verdadero problema. "Aprendimos a conocerle y aceptarle. Le admiramos y sacamos en procesión como un líder campeón de virtudes y defectos. Hoy, desgraciadamente, está perdiendo la batalla con el reloj de arena. Más allá de los últimos arreones de vitalidad o virilidad (su mujer tiene 32 años), su gran enemigo ahora es la inexorable caducidad de su cuerpo. No ya los jueces, el comunismo, las enfermedades, las guerras con periodistas como Marco Travaglio (director de Il Fatto Quotidiano) o el empresario De Benedetti. No", explica.
Su fantasma es que se siente residual en política. Encima, en una ideología que inventó él en Italia. Parece sencillo, pero en realidad es muy complicado de entender. Porque no está dispuesto a ser un subalterno dentro de su copyright.
El año bisagra
Antes de la llegada de Berlusconi al poder, en Italia había un gran partido de centro interclasista: la Democracia Cristiana. Dentro contaba con autónomos, funcionarios del Estado y agricultores (la famosa Coldiretti le daba votos en Veneto y Lombardía). Tenían casi el 35% de votos, dejando un porcentaje residual para la derecha. En ese momento y hasta el año 1994 era el MSI (Movimiento Social Italiano), que después se transformaría Alianza Nacional con Gianfranco Fini. Siempre con un nicho de gente pequeño.
En ese año bisagra, entre la Primera y la Segunda República, emergió Berlusconi no ya con el viejo sistema proporcional de votos sino con el mayoritario (Mattarellum). Entonces era un empresario cercano tanto a la DC como al partido socialista de Bettino Craxi. Nada más llegar ideó algo osado que, al menos desde el ámbito político, le trajo suerte: para que no ganaran los herederos del Partido Comunista italiano, intentó un proyecto amalgamado de centro con la Liga Norte de Umberto Bossi (un declarado antifascista) y en el sur con la Alianza Nacional, tras el famoso congreso de Fiuggi. También recogió las últimas migas de la DC introduciéndolas en Forza Italia y jugueteó durante los primeros meses con la lista Pannella, el líder del Partido Radical. Una maniobra estratégica pues necesitaba un cicerón para moverse con un crisol ideológico virgen dentro de un palco hasta entonces desconocido: el Parlamento.
El resto es historia: Berlusconi I (1994-95), Berlusconi II (2001-05), Berlusconi III (2005-06) y Berlusconi IV (2008-11, con Meloni como ministra de Juventud). Entre medias, la creación de un emporio mediático y literario, la adquisición de Balones de Oro como Van Basten y Papin o la victoria de un buen puñado de Champions con su Milan, de la mano de Fabio Capello y Carlo Ancelotti, grandes herederos de Arrigo Sacchi, que descubrió él mismo a finales de los ochenta cuando estaba en el Parma. Todo ello salpicado, contemporáneamente, por escándalos judiciales y traiciones que dilapidaron algunos de sus gobiernos, como el de Bossi en el 95. El último puñetazo del destino -hasta la victoria de Giorgia Meloni- fue quizás el golpe blanco (así lo llamó él mismo) de Draghi y el Banco Central Europeo en 2011, sustituyéndolo por Mario Monti. Una estocada definitiva que le apartó de Palazzo Chigi para siempre.
Desde entonces, ha visto cómo ascendía al Gobierno el Movimiento 5 estrellas, pero sobre todo cómo la Lega -primero- y Fratelli d’Italia -después- le adelantaban en las jerarquías. A partir de ahí se explican, quizás, los rencores, desilusiones, frustraciones y ganas de traición que aún se anidan en Silvio, quien a sus 86 años soñaba con un último tango en el Quirinal o, quien sabe, un hipotético quinto mandato. Al fin y al cabo, Giulio Andreotti, maestro de las argucias, tuvo siete.
Pero no. No va a poder ser, y eso lo manifiesta el lenguaje de su cuerpo y la ironía, el sarcasmo de sus vísceras. Ya en verano, junto a Salvini, y el 5 estrellas, FI retiró la confianza a Draghi en Palazzo Madama. Eso le supuso el abandono de tres ministros suyos (Renato Brunetta, Mara Carfagna y Maria Stella Gelmini). No cayó en saco roto para él, ni mucho menos. Es más, cogió fuerza.
Macho alfa como es, quizá en los meandros más profundos del subconsciente escondía, encubaba su venganza. La materializó con el empeño en que dos mujeres suyas fueran ahora ministras con Giorgia Meloni: Anna Maria Bernini (Universidad e Investigación) y Maria Elisabetta Casellatti (Reformas). Mención especial para esta última, a quien pretendió darle la cartera de Justicia. Quizás por su fidelidad enfermiza al Biscione desde que éste entró en la esfera política. Porque esta abogada de 76 años se vistió de luto en el 2013 para denunciar la injusticia democrática que estaba mandando a Berlusconi al patíbulo. Por eso la quería: para protegerse ante un sistema judicial que según él le persigue y para mandar un mensaje a Carfagna y Gelmini: a reina muerta, reina puesta. "Soy omnipotente", parece que quería decir.
El futuro
Italia está de enhorabuena porque ha formado rápidamente un Gobierno, y además elegido en las urnas. El problema para Berlusconi es que tampoco podrá decir que el último premier votado por los italianos fue él, algo que siempre echó en cara a Renzi, Monti, Letta y algunos más que le precedieron.
Pero no es precisamente paradisíaco el futuro que se le plantea al país. Con problemas en todos los frentes, especialmente el económico, estará mirado con lupa por toda Europa, aterrorizada ante posibles giros nacionalistas y soberanistas.
Meloni, la chica de Garbatella que tuvo un 4% de votos en la pasada Legislatura, es hoy la primera jefa de Gobierno mujer en la historia democrática italiana. Además del cetro más alto de Palazzo Chigi, a Silvio terminó por arrebatarle la cartera de Justicia, donde está su escudero Carlo Nordio. Si a esto se le suma que en Montecitorio (Congreso) ha sido nombrado presidente el ultra Lorenzo Fontana (Lega), a Silvio Berlusconi sólo le queda su romántico Monza, que se enfrentó precisamente al Milan en esta jornada de Serie A. Ironías de la suerte.
Allí, éxitos futuros mediante, podría estar su último gran baile. Quizás así pueda recuperar en política su carácter moderado y atlantista para ayudar al Gobierno abandonando el disfraz que tomó prestado de la actriz Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses. El de chacal que confunde la realidad y piensa que los focos de la calle no son por su detención sino porque está rodando una nueva película.